En la aldea
30 enero 2025

De Anzoátegui a Tocorón: el relato de la detención de José

"Un funcionario nos pidió 1000$ para soltarnos, mientras a los familiares les cobraban 200$ por 5 minutos de visita", contó la víctima.

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Redacción LGA | 30 enero 2025

Después de casi seis meses de detención arbitraria en cuatro centros penitenciarios, José* fue excarcelado en enero de 2025. El año pasado fue capturado en el estado Anzoátegui, por funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana fuertemente armados, tras asistir a una protesta para defender el voto del 28J. Lo robaron y se lo llevaron apuntándole con una escopeta en la nuca. José, fue testigo de que en las cárceles todo se cobra, desde las visitas, hasta las llamadas telefónicas y ni hablar de la comida, porque venden la que manda el Ministerio para el Servicio Penitenciario: desayuno, 10$, almuerzo y cena, 15$…

A continuación, su historia. Se omitió información que suponga algún riesgo de represalia.

«A mí me agarraron el 29 de julio como a las 7:00 pm cerca de la redoma de los bomberos en Puerto La Cruz, estado Anzoátegui. Fui a la marcha, pero no me quedé ni una hora. Estaba caminando para esperar un taxi e irme a la casa. Pero llegaron varias motos de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y se bajaron como cinco guardias con escopetas: me quitaron el bolso, la cartera, el dinero. Botaron la cartera. Me sacaron dinero de la cuenta con el celular y rompieron el teléfono. Me montaron en una moto y me pusieron una escopeta en la nuca. Me dijeron que, si me movía, me iban a disparar.

Llegué a un lugar donde había muchos camiones y como 80 motos de gente vestida de civil. Si no eran policías o guardias nacionales, yo creo que eran colectivos. Me bajaron y éramos como 200 detenidos. Nos iban entregando en grupos a la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM), al Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), a la PNB, a la policía estatal, al Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro (CONAS). A mí, me tiraron en un camión de la PNB con otra gente y nos pasearon por todo Puerto La Cruz y Barcelona, buscando un calabozo para dejarnos, porque todos estaban full.

Éramos 31 detenidos, dos eran mujeres. Quedamos 29, porque uno era menor de edad y el otro era un conocido del director del centro a donde finalmente llegamos.«

En el DCDO de la PNB

«Llegamos a la División Contra la Delincuencia Organizada (DCDO) de la Policía Nacional Bolivariana (PNB), eso queda donde estaban las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) de la PNB. Ahí, los funcionarios tenían la cara tapada y no tenían identificación. No había calabozos, pero había un espacio en construcción y ahí nos metieron. Era como de un metro por un metro. No podíamos movernos y nos sentábamos por turnos. A las mujeres las metieron en otro espacio, al lado del nuestro.

Antes de meternos ahí, nos mandaron a quitar las franelas y las trenzas. Nos dieron golpes en la nuca y en la cabeza. A esos golpes los llaman “mata chivo” y siempre nos pegaban con la mano y con guantes. También nos golpearon por las costillas. A unos les dieron cachetadas y a otros les dieron patadas. A un chamo le partieron una costilla de la patada que le dieron.

Nos sacaron pa la foto con la mesa en la que nos pusieron las bombas molotov, las granadas, todas esas cuestiones y nos volvieron a meter en la celda. El director nos dijo que quería mil dólares por cada uno para soltarnos por tribunales, que él era la mano derecha de Diosdado Cabello. Yo no pagué, pero otros sí pagaron y dos o tres fueron los únicos que salieron. Después supe que ese director murió en un accidente de carretera.

El 31 de julio nos trasladaron al tribunal, pero había demasiada gente, como 700 personas. Había hasta menores de edad y una chama que agarraron al frente de su casa con su bebé en brazos, y el bebé estaba desaparecido.

Nos difirieron la presentación pal 1 de agosto. Yo pensé que íbamos a salir porque la abogada dijo que no había pruebas contundentes y el alguacil nos había dicho bajito, que escucháramos todo y que no hiciéramos celebraciones, que nada de bulla. Pero el fiscal dijo que no y nos privaron 45 días para investigar no sé qué. Nos vinimos abajo… Me pusieron los delitos de terrorismo, detención de material incendiario, obstrucción a la vía pública, resistencia a la autoridad e incitación al odio.

Ese día, nos metieron en un calabozo ahí mismo en el tribunal, era como para dos personas. Había un chamo solo en otro calabozo y le ganó la mente: intentó ahorcarse. Cuando nosotros vimos lo que estaba haciendo, él nos hizo señas de que no dijéramos nada. Pero nosotros le empezamos a hacer señas a los custodios, les pegamos gritos. Pero yo creo que ellos querían que el chamo se muriera, porque tenían un juego de tres llaves nada más y nunca encontraron la llave, hasta que vino otro custodio, les quitó las llaves, abrió y sacaron al chamo desmayado, como 15 segundos después de que se guindó. Ya se estaba poniendo morado. Ahí mismo lo reanimaron. Quedó vivo.

En el DCDO-PNB no nos dejaron cepillarnos, ni bañarnos en siete días. Estuvimos como tres días sin tomar agua y cuando nos dieron, fue la que tenían en una pimpina donde habían echao gasoil y sabía a eso. Eran cinco litros para 29 personas.«

En Puente Ayala

«El 5 de agosto llegamos al Internado Judicial “José Antonio Anzoátegui”, conocido como la cárcel de Puente Ayala, en Barcelona. Nos metieron en un módulo que llamaban “La lata de sardinas”, porque eran dos cuartos de tres por dos metros cada uno. En esos dos cuartos estábamos metidas 103 personas, sin entrada de aire. Las paredes sudaban el vapor. No había agua, nada. Nos daban la comida a la hora que les daba la gana y estaba babosa, podrida, a veces tenía gusanos que se movían.

Ahí, los custodios nos dijeron que, si nos comíamos la luz, nos iban a poner 30 años de condena, que nos iban a hacer informes negativos, que nos iban a meter en la celda “El tigrito”, que era oscura y del tamaño de un baño. Les pegaban a las rejas para no dejarnos dormir o sonaba la banda en la madrugada varias veces. Nos dieron más golpes, siempre del pecho para abajo. Hubo un chamo que se desmayó con el «mata chivo» que le dieron. A veces, el subdirector y los custodios, le daban duro a los detenidos en las orejas con las dos manos abiertas y la gente quedaba mareada. Ese subdirector ahorita está preso en Yare.

Menos mal nos cambiaron al “Módulo de los trabajadores”. Ahí teníamos más espacio. Las celdas tenían 16 camas de cemento. Nos dejaron recibir paquetería. Nos recibieron dos pastores y creo que gracias a sus palabras, es que aguantamos este proceso. Los presos comunes nos cuidaron bastante, porque el director siempre fue malo, una rata. Él cobraba 200 dólares a los familiares para darles cinco minutos de visita. A él le decían “El gato”, “El gordo”, “El catire”.

A mí me sorprendió que nos cuidaran los presos comunes, porque cuando uno llega a la cárcel, cree que lo van a matar. Pero ellos nos mandaban recados de que nos quedáramos quietos, que no nos iba a pasar nada, que nos estaban cuidando, que dijéramos si se metían con nosotros, para ellos joder al custodio y eso sí pasó: un día un custodio nos habló mal y los presos comunes nos defendieron. Hasta ese día estuvo ese custodio. Los presos comunes nos animaban a que hiciéramos deporte y a veces nos mandaban comida.«

En Yare III

«Llegamos a la Cárcel de San Francisco de Yare, el 23 de septiembre y nos quitaron las poquitas cosas que llevábamos, menos el desodorante y el cepillo de dientes. Nos desnudaron para revisarnos. Nos esposaron. Nos golpearon. Nos encerraron en una celda y a los diez días nos dejaron salir.

El director vendía las llamadas: el minuto en 15 bolívares. También vendía la comida que mandaba el Ministerio para el Servicio Penitenciario: desayuno en 10 dólares, almuerzo y cena en 15 dólares. El paquete de 10 catalinas costaba 25 dólares. Mire lo que hacían ahí: preparaban mal la comida del penal para que compráramos lo que el director vendía.

Yare fue muy fuerte: hacían requisas a cada rato. Me acuerdo que los custodios nos botaban hasta los cepillos de dientes. Nos rompían las colchonetas y nos sacaban desnudos a la cancha todos los días. Ellos siempre tenían escopetas y las caras tapadas. Una vez, uno de ellos me puso una escopeta en la nuca, la cargó, y me dijo que, si me movía, me iba a volar la cabeza. Me acuerdo de tres apellidos: Salazar, que era el que llevaba la venta de comida, Otero y Sánchez.

Al volver de la visita familiar de menos de 10 minutos, la requisa era peor, porque hasta había que desnudarse, abrirse y pujar. Los custodios revisaban las bolsas de la paquetería y te quitaban lo que ellos quisieran. Después, venía el director y nos ponía a pagar “plantón” en el patio, sin franela y con el pecho pegado en el piso caliente.

Antes de trasladarnos, otra vez nos quitaron todo y nuevamente, antes de salir, eso fue patada por aquí ,golpes por allá...»

En Tocorón

«Después de tres intentos de traslado, el 5 de diciembre llegamos al Centro Penitenciario de Aragua, conocido como cárcel de Tocorón. Nos encerraron en una celda de dos por dos metros en grupos de 10. Fue en el módulo 2, piso 4. A los custodios les habían dicho que éramos los que queríamos prender Yare, por eso se portaron tan mal con nosotros.

El director nos amenazaba a cada rato con que nos íbamos a quedar ahí 30 años. Nos decía que, si fuimos arrechos para salir a la calle, teníamos que ser arrechos para aguantar la pela y que las personas que nos metieron ahí, estaban en España comiendo langostinos, que estábamos presos por «guevones». El director le dio golpes a quien le dio la gana, y cuando salió una de las cartas de esas que pusieron en las redes sociales, él dijo que iba a meter preso al familiar que recibiera la próxima carta. A todas estas, el director era cristiano, pero fumaba cigarros, creepy, hablaba así y le pegaba a la gente… ¿Los custodios? Me acuerdo de “Piccolo”, “Tanque”, “Gocho”, “Espartano”, “Cumanés” y “Yogui”.

Ahora recuerdo algo que me dio mucha tristeza: a un chamo lo agarraron cuando le iba a llevar los medicamentos a su mamá que tenía cáncer. Como no llegó, la señora se murió a los dos días. Un mes después, se murió el papá. A ese chamo no lo visitaba nadie, no le llevaban nada, porque su hermana es autista. Él salió, pero no sabemos cómo está. Menos mal salimos vivos, porque hubo gente que no: cuando me estaban dando mi boleta de excarcelación, supe que murieron dos personas que habían sacado en una ambulancia...»

Así concluyó la historia de José.

*El nombre real fue sustituido por solicitud del excarcelado.

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