1801, Washington DC. Thomas Jefferson se dirige al pueblo de los Estados Unidos, el 4 de marzo de 1801, para pronunciar su discurso de primera toma de posesión. Esa no solo es la primera vez que un presidente americano habla oficialmente desde Washington DC –adonde se había mudado el poder desde Filadelfia unos meses antes, durante la administración de John Adams–, sino también es la primera vez en que ocurre una transición política entre un partido y otro en la historia estadounidense. Las palabras de Jefferson se escucharon en la Cámara de Senadores del primer Capitolio, que de acuerdo con el historiador Dumas Malone era “la única parte del edificio que estaba terminada”. De ese discurso, un extracto aún suena en el tiempo presente por su fuerza y vigencia:
“(…) todos considerarán el sagrado principio de que aun cuando la voluntad de la mayoría es la que prevalece en todos los casos, esa voluntad, para ser justa, debe ser razonable; que la minoría goza de los mismos derechos, los cuales se ven protegidos por las mismas leyes, y que violar esos derechos sería una forma de opresión.(…) no todas las diferencias de opinión son diferencias de principios. Hemos designado con nombres distintos a hermanos del mismo principio. Todos somos republicanos, todos somos federalistas. Si entre nosotros hubiese quienes desean disolver esta Unión, o cambiar su forma republicana, dejémosle tranquilos, como monumentos a la confianza con que puede tolerarse un error de opinión cuando la razón se halla en la disposición de combatirlo”.
Aunque estas palabras parecen atemporales, se refería Jefferson a la reñida elección del año 1800, cuyo resultado fue un empate entre él y su compañero de planilla en el viejo partido republicano Aaron Burr, que le arrebató la posibilidad de triunfo a la fórmula del partido de gobierno, el federalista de John Adams y Charles Cotesworth Pinckney. Tanto Jefferson como Burr obtuvieron 73 electores, mientras que Adams obtuvo 65 y Cotesworth Pinckney 64. La elección, que ocurrió entre octubre y diciembre, tuvo que ser resuelta dentro de la Cámara de Representantes a comienzos de 1801. Pero no fue tan simple: varios federalistas decidieron respaldar a Burr por su aversión a Jefferson y sus ideas afrancesadas, opuestas a las de Alexander Hamilton, a quien, por cierto, no le agradaba Burr.
Jefferson, pese a que defendía los postulados de la Revolución francesa de libertad, igualdad y fraternidad, temía los horrores vividos como consecuencia de ellos en París. Gran defensor del gobierno descentralizado, se oponía a la idea de un poder político fuerte como forma de supervivencia ante el mundo del siglo XVIII, que defendían los seguidores de Hamilton y Adams, y que atribuían a su anglofilia e intención de imitar a Gran Bretaña. Burr, por otra parte, si bien estaba dentro del partido fundado por Jefferson, no era de su misma facción y eso que optaba a la vicepresidencia, antes del empate. Él había hecho política en Nueva York, donde fue fiscal general bajo el mando del gobernador George Clinton, y también fue senador por ese estado en el Congreso entre 1791 y 1797.
Fue tanta la polarización que la elección debió ser repetida 35 veces. Rumores iban y venían de ambos lados. Ante la imposibilidad del acuerdo, no eran pocos los que pronosticaban una guerra civil dadas las circunstancias de la jornada. Al final, la elección consiguió un ganador porque los federalistas de Vermont decidieron votar en blanco, tal vez como una forma de hacerse a un lado, definir el resultado y seguir las recomendaciones de Hamilton. Como sea, esa decisión de igual manera les costó mucho, pues desde entonces su declive político se hizo inminente, pese a que todavía faltaba poco más de una década para que su historia terminase. El 17 de febrero de 1801 Thomas Jefferson se convirtió en el tercer presidente de los Estados Unidos después de ese agitado proceso electoral.
Esta, sin lugar a dudas, es la primera elección polémica en los Estados Unidos, no solo por las pasiones y los intereses personales detrás de cada partido y facción, sino también por el cerrado resultado que hasta último momento mantuvo tanto a las instituciones como a los funcionarios a la expectativa de quién sería el nuevo presidente y hasta la viabilidad del gobierno federal. Ese período, al que el mismo Jefferson y parte de la historiografía ha denominado como “la revolución de 1800”, dejó entre sus consecuencias dos aspectos que consideramos clave: primero, el precedente de la transición pacífica pese a la polarización, que es fundamental en la democracia americana; y segundo, la Enmienda XII a la Constitución que definió las bases de las elecciones modernas.
Bibliografía mínima
Boorstin, Daniel J., Compendio histórico de los Estados Unidos. México, Fondo de Cultura Económica, 1997.
Eliot Morison, Samuel, Steele Commager, Henry, Leuchtenburg, William E., Breve historia de los Estados Unidos. México, 2013.