Hoy, quiero enfocar mi reflexión en un tema que, durante siglos, ha fascinado y, a la vez, preocupado tanto a escritores como a lectores; así mismo la literatura universal le ha consagrado algunas de sus más importantes y profundas obras: «el pacto con el demonio». Esta noción, henchida de simbolismo y con sólidas implicaciones filosóficas, la abordaré con el estudio de dos clásicas creaciones literarias que marcaron con una huella indeleble la cultura: «Fausto» de Johann Wolfgang von Goethe y «El retrato de Dorian Gray» de Oscar Fingal O’Fflahertie Wills Wilde.
Desde tiempos remotos, la estampa del demonio y la idea de «venderle el alma» han constituido nociones omnipresentes en las narraciones humanas, situándose en lugares medulares de la literatura y usadas como imágenes alegóricas de las contradicciones fundamentalmente éticas que suelen formar parte de la cotidianidad de los seres humanos.
Estas tradiciones reflejan tanto la ambición de poder o «el saber prohibido» como el impacto de las consecuencias que se derivan de capitular a esas tentaciones. «El pacto con el demonio», surge como un prototipo que materializa los talantes más oscuros y confusos de la pretensión humana: el nunca satisfecho deseo de superar las barreras impuestas por la fugacidad de la vida y la propia ética
Así, comenzando por el desolado doctor Fausto de Goethe, personaje que mercadea su alma por el «saber prohibido», ese conocimiento que desde Adán y Eva ha constituido, en las religiones «abrahámicas», el símbolo del conocimiento que les daría la inmortalidad a todas aquellas personas que comieran de él, y que además también obtendrían la autonomía moral; y siguiendo con el joven y hermoso Dorian Gray, incapaz de soportar la idea de perder su belleza y juventud, llegamos a los protagonistas de obras actuales, incluso, personajes de la vida real, quienes buscan imperiosamente laureles y poder en cosmos marcados por la desorganización y la inseguridad; este leitmotiv deja al descubierto algo que es universal y perenne: el oneroso costo que suele ocasionar la prosecución de ambiciones sin medida y descabelladas. Incluso, muestras de estas avideces excesivas que incurren en crímenes visibles en la vida cotidiana.
Es como si estuviésemos viendo continuamente una obra teatral absolutamente intemporal, cuyo foco central fuese el eterno conflicto entre nuestros anhelos más extraordinarios, esos que nos estimulan a demoler barreras y atrevernos a escudriñar en nuevos escenarios, y nuestra pasajera e imperfecta cualidad humana, que nos hace notoriamente visibles las secuelas ineludibles de nuestras acciones.
Ahondar reflexivamente en estas obras no representa tan solo una excursión de carácter literario, sino también una posibilidad para discernir sobre la naturaleza humana, sus brillos y oscuridades, y el enmarañado balanceo entre el afán de grandeza y la aceptación de las fronteras que determinan nuestra circunstancia de seres mortales.
«Fausto» representa una de las obras más simbólicas y complejas de la literatura universal, descollando por su honda reflexión sobre temas globales como la codicia desbocada y la probabilidad de redención. Es un drama escrito por Johann Wolfgang von Goethe, publicado en dos partes, 1808 y 1832, obra que ha extasiado a varias generaciones al brindar un estudio fustigador y filosófico del deseo incontrolable del ser humano por traspasar los límites de la experiencia posible.
«Fausto» tiene como protagonista al doctor Fausto, un sabio intensamente disgustado con los linderos del conocimiento humano. En su ambición por vencer estos límites, Fausto negocia con Mefistófeles, una encarnación del diablo, a quien le vende su alma como contrapartida por adquirir poder sin barreras ni cortapisas, como también disfrutar de todos los placeres terrenales. Este pacto simboliza un dilema moral que significa el ineludible anhelo humano por adquirir majestad y poder a cualquier precio.
La ambición de Fausto se edifica como un emblema del afán humano de vencer las barreras impuestas por la contingencia de nuestras vidas, aunque tal impulso acarree pagar un monto elevado. El libertinaje que caracteriza a Fausto en esta ambición lo arrastra a ejecutar actos de moralidad dudosa e involucra un abandono creciente de su cualidad de ser humano. En ese recorrido vital, Fausto transita por una cadena de experiencias y nexos de distinta índole, no obstante, persiste su permanente insatisfacción y angustia existencial. Este último concepto es trabajado por los filósofos existencialistas y analizado bajo la óptica de la absurdidad del mundo. Aunque Goethe no fue un filósofo existencialista, su vida y su obra pueden considerarse un reflejo de algunos temas existencialistas.
A medida del avance de la trama, Fausto se ve en la obligación de afrontar las consecuencias de sus decisiones, originando una profunda crisis que rediseña el alcance de su búsqueda de sentido a la existencia. Justamente en esa escena decisiva, se despliega ante él una posibilidad para la redención, cuando él mismo cuestiona sus decisiones pasadas y examina las posibles acciones que le otorguen un nuevo proyecto de vida.
La redención, manejada magistralmente por Goethe en «Fausto», se establece como un procedimiento trascendental de reconciliación consigo mismo y con la sociedad. Esta acción de contrición y autoevaluación representa la viabilidad de conseguir un significado a pesar de haber errado de manera flagrante, proponiendo una reflexión ética sobre la naturaleza humana y su capacidad para transformarse.
Esa redención la logra Fausto por medio del amor y la compasión. Al finalizar «Fausto», Parte II, Fausto muere violentamente y, como era de esperar, va al infierno; sin embargo, surge la figura de Gretchen, quien lo rescata y lo conduce al cielo. El Coro Místico adjudica su salvación a «lo Eterno-Femenino».
En algunas ocasiones he escrito sobre esta noción y he dicho que cuando se habla del «Eterno Femenino», inmortalizado por J. W. Goethe en el sublime coro final del «Fausto»: Lo inaccesible se hace aquí acontecimiento / Lo eterno-femenino nos arrastra hacia lo alto, se asocia con un concepto idealizado e inmutable de mujer. Ello, a su vez, ha originado, a lo largo de la Historia, numerosos debates e interpretaciones, en muchas ocasiones, contradictorios entre sí.
De manera que, mediante el personaje de Fausto, Goethe realiza un acucioso examen de los confines de la ambición humana y la angustiante búsqueda de la redención. Este tesoro literario nos estimula a discernir concienzudamente sobre nuestras propias ambiciones y las secuelas de nuestros actos.
Por su parte, el reconocido autor literario de la célebre obra «El retrato de Dorian Gray» fue el insigne poeta y dramaturgo inglés Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde, quien legó a las letras universales esta alegórica novela. La obra, publicada originalmente en 1890, nos traslada a momentos en los cuales se especula sobre los pactos con fuerzas oscuras, ofreciendo su alma a cambio de algún deseo terrenal. Esta idea, como hemos analizado en líneas precedentes en la figura mítica de Fausto, se retoma aquí a través de Dorian Gray, un joven noble, que ambiciona algo que califica como imposible de adjudicarle un precio: su eterna juventud y belleza. Como fruto de este vehemente deseo, cuando posa para un retrato pintado por su amigo Basil Hallward, verbaliza una inquietante pretensión: conservarpor siempre la lozanía y brillantez de su imagen en el retrato, mientras éste retiene las huellas del tiempo y los rastros de su alma pervertida.
Aunque no esté claramente dicho si el acatamiento de esta ambición fue obra del demonio o de alguna otra fuerza sobrenatural, lo incuestionable es que Dorian consigue lo inverosímil: permanece perennemente hermosísimo, sin que la edad o sus libertinajes hagan mella enél. No obstante, el retrato que le hizo su amigo Basil adquiere un camino espeluznante. Al mismo tiempo que Dorian se dedica sin remordimientos a una vida hedonista llena de injusticias, perversidades y egolatría, el retrato emprende una transformación. En él se tallan las huellas de sus tejemanejes: envejece con cada acto cruel, se deforma con cada yerro, hasta transformarse en una estampa aborrecible de la auténtica esencia del joven aristócrata. La mutación del retrato manifiesta, con despiadada crudeza, los corolarios de sus decisiones y el estropicio irreparable de su alma.
Dorian Gray, como personaje literario, posee un sitio famoso en la conciencia colectiva; no en balde, su historia es apreciada como una de esas lecturas indispensables que se deben realizar, aunque sea solo una vez en la vida. Es importante enfatizar que esta extraordinaria novela ha inspirado considerables adaptaciones cinematográficas, pero siempre se ha destacado en la crítica como la versión más memorable y aclamada la versión que estuvo dirigida por Albert Lewin en el año de 1945. Este filme descuella no solo por su perfecta dirección y actuaciones, sino también por un detalle visual impresionante: en una escena clave, donde se olvida por momentos la imagen en blanco y negro, peculiaridad del filme, para exponer el descompuesto retrato de Dorian en un espeluznante despliegue de colores elocuentes. Este minuto aprehende toda la monstruosidad del retrato y representa, como pocas veces se ha visto en pantalla, la patética culminación de la putrefacción moral del protagonista.
Si hoy revivieran Goethe y Wilde en Venezuela, y quisieran recrear sus famosos personajes, no les faltarían Faustos ni Dorian Gray para protagonizar esas comercializaciones con el demonio, y, además, con la certeza de que a esos personajes no les importaría un bledo el elevado costo de la venta de sus almas.
@yorisvillasana