-Todo esto es el cambio climático.
Eso dijo Nicolás Maduro en octubre de 2022 haciendo referencia a los desastres naturales ocurridos ese año en Las Tejerías y El Castaño. Deslizamientos de tierra producto de lluvias intensas dejaron al menos 60 personas muertas y cientos de damnificados en estas dos zonas del estado Aragua. En estos asuntos, el cambio climático es el villano ideal: inasible, inabarcable, poderoso y “creado” por las malvadas potencias del planeta.
La realidad, por supuesto, es más compleja. El caso de Las Tejerías funciona para ilustrarlo.
La noche del 8 de octubre de 2022, sobre el centro de esta pequeña ciudad sufrió un deslave de tal magnitud que en la madrugada del día 9 el lugar se declaró zona de tragedia y las cifras oficiales hablaban de 22 muertos y 52 desaparecidos. Al día de hoy todavía se desconoce la cantidad exacta de víctimas: las autoridades reportaron 50 fallecidos y al mismo tiempo restringieron el acceso a los medios de comunicación y hasta las iniciativas privadas para entregar donativos a las personas que perdieron sus hogares y a quienes quedaron atrapados en el lugar sin energía eléctrica ni agua potable.
Dos días antes, en al menos 120 municipios del país había una “alerta” oficial debido a las lluvias. La confluencia del fenómeno La Niña y el efecto del ciclón Julia explicaban la intensidad inusual de las precipitaciones y la sombra del cambio climático planeaba con la amenaza. Y sobrevino la desgracia: la quebrada Los Patos, que baja directamente al valle donde se asienta la ciudad y que montaña arriba –en el flanco sur de la Cordillera de la Costa- se alimenta de muchas otras, aumentó su caudal, se desbordó y arrastró en su cauce piedras, arena y árboles en una masa que destruyó todo a su paso.
Y si el cambio climático jugó un papel importante en este evento, la ubicación y las condiciones de Las Tejerías prepararon el escenario.
En una entrevista publicada por el sitio Mongabay, el investigador del Instituto de Mecánica de Fluidos de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela, José Luis López Sánchez, explicó: “Todas las gargantas de las quebradas, que es la parte angosta antes de llegar al valle, están invadidas por viviendas. Hay una ocupación desordenada, incontrolada de viviendas en las gargantas de las quebradas que son cursos torrenciales”.
Pero además de resultar afectada esa población que se levanta en las gargantas de las quebradas, Las Tejerías está asentada en el valle que es el abanico aluvial del lugar: “Cuando el curso torrencial sale de la montaña y encuentra una zona más plana, se reduce su velocidad y por ende su capacidad de transportar sedimentos. El área entonces se sedimenta, se obstruye el cauce. Cuando viene el siguiente flujo torrencial, se abre un nuevo cauce al lado. De esa manera se van abriendo diferentes cauces partiendo de un vértice al pie de la montaña y formando lo que se llama el abanico aluvial, porque tiene justamente forma de abanico. Esa zona, que es también territorio del río, ha sido también ocupada por el hombre. En esta oportunidad el río se salió de su cauce. Había un puente, pasó por ese puente, lo destruyó, se abrió otro cauce al lado y arrasó con las viviendas que había en el abanico aluvial”.
A esto –que se resume en el no cumplimiento de normas para la ubicación de viviendas- hay que sumar otro elemento destacado por el ingeniero: la deficiente capacidad de mediciones hidrometeorológicas que aqueja al país. No hay certezas sobre cuánta agua de lluvia estuvo alimentando esas quebradas los días previos al deslave. Y esa es una información relevante para organizarse y tomar precauciones que podrían evitar males mayores.
“No todo es culpa del cambio climático”, advirtió López Sánchez: “Muchos de los desastres que hemos vivido es porque el hombre ha ocupado el territorio del río, no es el río el que se mete en el territorio del hombre”.
Tampoco es acertado considerar esto como una “sorpresa”. Hay registros históricos que se remontan a tiempos remotos sobre lo que ocurre en la zona con las lluvias. Un informe presentado por el mismo ingeniero el 3 de noviembre de 2022 y citado en un documento del Grupo Interdisciplinario Emergencia Humanitaria Compleja contenido en el informe 2022 sobre derechos humanos de la ONG Provea, muestra 17 eventos en la zona ocurridos entre 1928 y el año 2010. Y vendrán otros, porque la lluvia cae, los fenómenos naturales continúan su ciclo con una ocurrencia cada vez mayor y las comunidades siguen allí tan expuestas como siempre.
Todo esto apunta a un concepto elemental cuando se habla de los efectos del cambio climático: la vulnerabilidad.
Caliente, muy caliente
“El cambio climático es un hecho, pero los problemas no son necesariamente 100% por el cambio climático”, apunta Abraham Salcedo, hidrometereólogo y director de la Escuela de Ingeniería Civil de la UCV.
“Por ejemplo, en el año 2005 hubo una gran catástrofe en Santa Cruz de Mora (Mérida). De ahí en adelante hay eventos todos los años en Santa Cruz de Mora. El cambio climático es coadyuvante del problema, pero la deforestación es lo que está causando la vulnerabilidad. Lo que pasó en Las Tejerías, en Santa Cruz de Mora, lo que pasó en Cumanacoa, tiene que ver con la intervención de las cuencas”, explica Salcedo.
Y plantea el reto del país: “Disminución de la vulnerabilidad y por ende del riesgo. El riesgo es vulnerabilidad más eventos meteorológicos o hidrometeorológicos. Tenemos que disminuir el riesgo conociendo el clima, conociendo el cambio climático y haciendo un plan de adaptación”.
En materia de cambio climático existe un consenso global en la necesidad de encarar el problema con dos tipos de acciones: de mitigación y de adaptación. Van de la mano y ambas son urgentes.
La mitigación se refiere a medidas que deben ser tomadas por gobiernos, empresas y personas para reducir o evitar las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto pasa por la reducción o eliminación del uso de combustibles fósiles, mejorar la eficiencia energética, cambio en las prácticas agrícolas que liberan metano y óxido nitroso, gestión sostenible y conservación de los bosques, la restauración de ecosistemas críticos –como los humedales y los manglares- que al igual que los bosques actúan absorbiendo el dióxido de carbono y la creación de un entorno favorable con normativas y condiciones que fomenten la reducción de emisiones.
196 Estados que hacen parte de la Convención de Naciones Unidas sobre el Clima firmaron en 2015 el llamado Acuerdo de París, un tratado para reducir el calentamiento global y prepararse para enfrentar las consecuencias del cambio climático. El objetivo esencial es lograr mantener por debajo de los 2 grados centígrados el aumento de las temperaturas medias mundiales en relación a la época preindustrial y esforzarse por limitar el aumento a 1,5 grados centígrados.
“Limitar el calentamiento por debajo de 1,5 °C se traducirá en una disminución de los fenómenos meteorológicos extremos y de la elevación del nivel del mar, un menor estrés sobre la producción de alimentos y el acceso al agua, una menor pérdida de biodiversidad y de ecosistemas, y una menor probabilidad de consecuencias climáticas irreversibles”, se lee en una nota explicativa del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.
Y dice: “Para limitar el calentamiento global al umbral crítico de 1,5 °C, es imperativo que el mundo emprenda importantes medidas de mitigación. Para ello, es necesario reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 45 % antes de 2030 y lograr cero emisiones netas para mediados de siglo”.
Previamente, en marzo de 1994 entró en vigencia la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, en la que los firmantes ya se comprometían a reducir las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero y que es el antecedente en el que se basa el Acuerdo de París.
Pero el plan no está resultando.
Un documento de Omar Vásquez Heredia para la Friedrich Ebert Stiftung difundido en enero de este año, lo explica: “En el informe de síntesis publicado en marzo de este año 2023 por el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), señalan un aumento de la temperatura promedio global con respecto a la época preindustrial de 1.1°C, en el período 2011-2020 (IPCC, 2023). Incluso, en el último documento de seguridad nacional del gobierno de Joe Biden y Kamala Harris reconocen que el aumento llegó a los 1.2°C (Biden y Harris, 2022). Recientemente, también el Programa Europeo de Observación de la Tierra “Copernicus” indicó que el verano boreal de este 2023 ha sido el más caluroso registrado a nivel mundial y que en julio y agosto hubo temperaturas promedio globales de 1.5°C por encima de la época preindustrial, las décadas entre 1850-1900 (Copernicus, 2023)”.
De acuerdo al IPCC, las emisiones anuales promedio de gases de efecto invernadero durante el periodo 2010-2019 “fueron más altas que en cualquier década anterior”.
Y las malas noticias continúan: “En 2023, el promedio mundial de la concentración en superficie de CO2 alcanzó 420,0 partes por millón (ppm). En el caso del metano (CH4), se situó en 1 934 partes por mil millones (ppmm), y en el del óxido nitroso (N2O), en 336,9 ppmm. Se trata de aumentos respecto a los niveles preindustriales (antes de 1750) del 151 %, 265 % y 125 %, respectivamente. Estas cifras se basan en las observaciones a largo plazo obtenidas de la red de estaciones de monitoreo de la Vigilancia de la Atmósfera Global (VAG)”.
Eso lo dice la Organización Metereológica Mundial en su más reciente boletín que se dio a conocer el 28 de octubre: «Otro año, otro récord. Esto debería hacer saltar todas las alarmas entre las instancias decisorias. No hay duda de que estamos muy lejos de cumplir el objetivo del Acuerdo de París de mantener el calentamiento global muy por debajo de 2 °C con respecto a los niveles preindustriales y tratar de limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C con respecto a esos niveles. No son meras estadísticas. Cada parte por millón y cada fracción de grado de incremento de la temperatura conllevan consecuencias reales para nuestras vidas y nuestro planeta», advirtió la Secretaria General de la OMM, Celeste Saulo.
Ahora mismo
Ante ese panorama, contar con un plan de adaptación es cada vez más urgente. El cambio climático no es algo que “será” en un futuro lejano. Tampoco es un asunto de fe, de creer o no. Es algo que está sucediendo y sus efectos ya se hacen evidentes.
“La Convención Marco de Cambio Climático desde el año 92 establece los dos grandes temas del problema: la mitigación, que es disminuir la cantidad de gases de efecto invernadero; y la adaptación, que son todos los procesos para que las personas puedan prevenir, actuar y resistir a las consecuencias negativas generadas por el cambio climático”, explica Alejandro Álvarez, director de la ONG Clima 21: “Es decir, prepararse ante las situaciones que están ocurriendo”.
La Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales publicó en 2018 el Primer Reporte Académico de Cambio Climático de Venezuela, fruto de una exhaustiva investigación hecha bajo los parámetros del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático y que debió servir como base para la toma de decisiones sobre las políticas públicas de adaptación. Pero ahí quedó para la historia ese documento de 488 páginas en el que se puede leer, para retomar como ejemplo la tragedia de Las Tejerías:
“El desarrollo urbano desordenado se conjuga con las amenazas de origen hidrometeorológico para producir escenarios de riesgo en áreas urbanas, tales como inundaciones, aludes torrenciales y deslizamientos en masa. El desarrollo urbano desordenado también ocasiona daños al ambiente, a través de la ocupación de nacientes de agua, la deforestación de áreas boscosas, entre otros. Por lo anterior, el estudio de la vulnerabilidad urbana y la aplicación de políticas de ordenamiento y reordenamiento urbano tendrían una repercusión muy positiva en la adaptación de las ciudades venezolanas al cambio climático”.
La Academia estima que en 2024 su equipo de trabajo edite el segundo reporte. En enero de este año, de hecho, la Acfiman dio a conocer adelantos de lo que supondrá el aumento de las temperaturas para el país en las décadas por venir.
Un artículo publicado en Efecto Cocuyo el 8 de enero recoge tres datos importantes. Primero, que el aumento de la temperatura y la alteración de los ciclos de lluvia ya afectan a la economía del país: se calcula que entre 0,97% y 1,30% del PIB se perdió entre 2010 y 2020 debido al incremento de la temperatura y la proyección es que para 2030 el PIB de Venezuela será 10% inferior a lo que hubiese sido sin efectos del cambio climático.
“Esto ocurrirá por las pérdidas en los cultivos y la disminución del ganado vacuno por la falta de agua, aparte de la poca oportunidad para aprovechar las reservas de petróleo y gas”.
El segundo dato tiene que ver con pobreza y migración. Los investigadores estiman que el cambio climático incidirá en un aumento de la ya masiva migración de venezolanos y que esto ocurrirá particularmente entre ciudadanos que residen en regiones semiáridas con mayor tendencia a padecer sequías, como zonas del estado Zulia.
Y el tercero es sobre algo que ya alcanzó niveles preocupantes: 60% de los arrecifes de coral experimentarán blanqueamiento severo desde ahora hasta el 2029, con el consecuente efecto de pérdida de biodiversidad y de migración de especies que termina por afectar a la actividad pesquera.
El informe especial divulgado por la Fundación Friedrich Ebert condensa en un párrafo el momento actual: “Se ha evidenciado que en nuestro país ya estamos expuestos a consecuencias de la crisis climática generada en el marco del calentamiento global, entre ellas: anegación y salinización de parte del delta del río Orinoco, derretimiento de los glaciares merideños, extinción de especies, precipitaciones extremas en zonas urbanas y rurales que ocasionan deslaves e inundaciones, islas de calor, aumento de la temperatura del mar, incremento de la extensión árida y semiárida del territorio nacional, olas de calor, incendios forestales y blanqueamiento de las formaciones coralinas”.
¿Y qué vamos a hacer?
“Un plan de adaptación lo que busca es cuáles serán los efectos del cambio climático y generar políticas públicas para intentar que las personas padezcan los efectos de la menor manera posible y que puedan superar rápidamente aquello que no es posible prevenir”, explica el director de Clima21.
Y aterriza el asunto: “El plan de adaptación es un plan marco. El plan marco te dice cómo vamos a trabajar este tema, de dónde va a venir el financiamiento y cómo van a ser las articulaciones necesarias entre sectores, entre distintos grupos y personas para hablar, organizarse y llevar a la acción cada uno de los temas, porque esto toca a todos los sectores y grupos de la población”.
Cuando se le pregunta a Alejandro Álvarez cuáles son las tres prioridades en la aplicación de un plan en el país, el primer punto se relaciona, inevitablemente, a la vulnerabilidad: “Uno de los problemas más importantes en Venezuela es el tema de la gestión de riesgo. La gestión de riesgo, particularmente con eventos metereológicos extremos, tormentas, inundaciones, sequías, está afectando de manera grave a mucha gente en el país”.
Y volvemos al caso inicial, con el foco puesto en la gente: “En los últimos dos años hemos visto la tragedia de Las Tejerías, la de Cumanacoa, que es la tercera vez que se ha inundado en los últimos 20 años y ha generado una cantidad enorme de daños a pesar de que no tenemos cifras oficiales. El gobierno nacional dijo que hay 20 mil personas afectadas y 6 muertos en Cumanacoa. No sabemos si esas cifras son reales, pero ya es algo enorme para un pueblo pequeño. Si tomamos en cuenta que es un pueblo donde la mayoría de la población es pobre, por tanto una persona que perdió su casa, sus implementos, sus medios de vida, es una persona que entró en un problema de pobreza muy grave”.
El segundo aspecto crítico enumerado por Álvarez es el agua: “Por las características geográficas del país casi 90% de la población está en el borde costero y montañoso. Pero ahí está menos del 20% del agua potable disponible en Venezuela. El 80% está al sur del Orinoco. Y la estamos contaminando con la minería”.
El director de Clima21 explica que los modelos de estudio prevén que se irá reduciendo la cantidad de lluvia durante determinados periodos de tiempo. Y esa es el agua que alimenta los embalses. De modo que lo esperable es como para preocuparse y ocuparse.
“Si ahora va a caer menos lluvia, es muy posible que las ciudades del norte costero, en particular las ciudades y zonas secas como Maracaibo, Coro, Paraguaná, todo el norte de Sucre y Margarita, tendrán problemas muy graves de agua. Por lo tanto, hay que preparar una serie de acciones que van desde ingeniería, conservación de cuencas, procesos de cómo manejar la educación para que todos seamos más responsables con el uso del agua, hasta manuales de innovación como es el reciclaje del agua. En Venezuela no hay experiencias de reciclaje de agua y tenemos que trabajarlo. Pero eso tiene costos importantes y el plan de adaptación debe contemplar de dónde va a venir los financiamientos para hacer todos los trabajos que implica”.
El tercer aspecto no es menos alarmante que los otros: la seguridad alimentaria. “Menos agua cayendo y mayor calor hacen que la producción agrícola y pecuaria disminuya. Entonces tenemos que trabajar en cómo mantener una producción agrícola y pecuaria suficientemente alta en condiciones de cambio climático. Eso implica decisiones, políticas agronómicas e incluso de comercialización”.
Cada enunciado hecho por Álvarez plantea la necesidad de una organización desde el Estado que –hay que decirlo- es difícil de concebir en el momento actual de Venezuela. Y de eso se trata el reto de tener un Plan Nacional de Adaptación, que a estas alturas es una vieja deuda.
-Esto es como un proyecto de gestión de país…
-De hecho, así es.
-Es introducir el concepto de consecuencias del cambio climático en toda la gestión nacional…
-Así es, tal cual como lo estás diciendo. Tienes que introducir el cambio climático como transversal a toda la gestión del país porque está afectando a todo el país.
-¿Y hay plan?
-Los países, dependiendo de sus características, de sus grados de desarrollo, han ido avanzando de distintas maneras. Venezuela es el único país de Suramérica que no tiene un plan de adaptación. Este año, recientemente, dijeron que iban a comenzar con los primeros pasos y se están haciendo unas reuniones solamente para elementos de sectores del Plan Nacional de Adaptación. Dijeron que iban a comenzar a trabajar con el tema agua, con el tema agrícola y con la pesquería. Están utilizando los manuales de la FAO y a través de ellos están incluyendo como elementos transversales el tema género y el tema indígena. Pero estamos llegando tarde.
-¿Qué organismo es el primer responsable de empezar a trabajar en esto?
-Es un proceso transversal de todo el Estado venezolano, pero quien tiene que llevar la coordinación es el Ministerio de Ecosocialismo que tiene, desde hace relativamente poco, una dirección de adaptación al cambio climático.
-¿Y qué hace esa dirección?
-No me preguntes a mí, no lo sé… Actualmente está coordinando los talleres de los que hablé, pero desde que se formó hasta ahora no he visto material que haya salido de ahí, ni información ni nada que pueda ser valioso para nosotros apoyarlo.
-¿Qué se supone que debería hacer esa dirección en un escenario ideal?
-Como está dentro del Ministerio de Ecosocialismo, su trabajo es coordinar un proceso que es muy complejo y a muchos niveles. Tiene que coordinar, por un lado, toda la estructura del Estado, es decir desde el Ejecutivo hasta los municipios, porque tiene que haber planes de adaptación a todos los niveles. Por otro lado, tiene que coordinar con todos los sectores. Estamos hablando de económico, industrial, petrolero, agrícola, etcétera, hasta el de las finanzas porque ellos son quienes van a movilizar dinero para todo esto. Tiene que trabajar con todos los sectores sociales y tiene que generar material orientador.
-¿Hay un país modelo en esto de planes de adaptación?
-No hay un país modélico. Las presiones económicas en todo el mundo están haciendo que los procesos de tomas de decisiones se hagan extremadamente lentos.
En distintos países se han hecho diferentes cosas, pero los países son complejos, a veces incoherentes. Tienes una nación altamente avanzada como Estados Unidos con una parte negacionista del cambio climático y acaba de ocurrir un evento en el que un huracán se metió a zonas donde no se espera que eso ocurra. Hace un año hubo inundaciones en el centro de Alemania, este año hay inundaciones como en cinco sitios, más los incendios en Portugal… Estamos hablando de países desarrollados, ¿qué nos va a ocurrir? Yo ruego que no entre una tormenta a Venezuela… somos muy vulnerables.
-Entonces el elemento clave en Venezuela es la vulnerabilidad
-La Universidad de Notre Dame en EEUU hace un índice sobre los niveles de vulnerabilidad ante el cambio climático y Venezuela está en uno de los niveles más bajos. Venezuela ha ido disminuyendo cada vez más su capacidad de actuar frente al cambio climático. Simplemente, eso que llamamos la emergencia humanitaria compleja. Estamos ante el cambio climático en un país enormemente vulnerable. Ocurre todo porque no hay preparación ni planificación para nada. Pasa también que estamos en un país de una opacidad muy grande en materia de información.
-Si no hay información, si no hay data, ¿cómo se puede preparar el país?
-Estamos caminando a ciegas en una noche cerrada sin luna. Uno comienza a partir del conocimiento, no puedes comenzar a partir de la ignorancia. Y en Venezuela, cualquiera sea el tema ambiental, tenemos ignorancia completa.
-Es un panorama desolador… Pero todo depende de gestión del país y eso no está en nuestras manos en este momento
-Sí y no. Estoy poniendo el panorama oscuro pero no todo está perdido: la gente puede actuar para sobrevivir en medio de. No estamos condenados al infierno. ¿Cuáles son las cosas que hay que hacer? Uno, hay que concientizar al país de que esto no es algo que va a ocurrir ni en 100 años ni solo a los osos polares, eso está ocurriendo aquí y ahora. Y nos está afectando aquí y ahora. Que eso se vuelva un tema político y todo el mundo hable de eso, que sea importante políticamente. Ese es el primer trabajo que podemos hacer.
El segundo trabajo, es que quienes estemos trabajando en esto lo hagamos cada vez de forma más organizada y tratando de articular con otros para hacer mayor masa con la gente que está aportando opinión, propuestas e incluso experiencias. Hay experiencias interesantes de organizaciones de la sociedad civil con el tema agua, con el tema agricultura, salud y otros más. Son en pequeña escala, pero ya son experiencias ganadas que se pueden replicar. Ese tipo de cosas hay que potenciarlas. Y hay que avanzar con la idea de que este país sí es posible cambiarlo.