En la aldea
11 diciembre 2024

Supercalifragilisticoespialidoso

“Soy un ciudadano que quiere ir a votar libremente por una persona que lo haga bien, o incluso hasta mal, pero solo por seis años, sin esa maniática y prepotente ansiedad de permanecer para siempre sumiéndonos en esta maldición, que además pretende ser indefinida”.

Lee y comparte
Federico Vegas | 01 febrero 2024

Estimado y venerado Laureano Márquez,

No te asustes con lo de “venerado”, ese adjetivo viene a ser, como suelen exclamar hacia el final de una noche de juerga: “¡Vainas de borracho!”. En este caso mi estado es más bien mañanero, sobrio, y surge de una acumulación de emociones más que de una ebria exaltación.

Acabo de leer tu ensayo sobre el “antifragilismo” y en vez de quedar aplastado estoy más erizado que un pavo real. Me gusta usar la palabra ensayo que sugiere explorar sin miedo a equivocarse. Según su origen latino, exagium tiene que ver con “hacer cosas que te salen de adentro” y originalmente se relacionaba con los “ensayos” que hacían los actores antes de la presentación definitiva.

Aquí ofrezco, para los que llegaron tarde, tu resumen sobre qué diablos sucede cuando la antifragilidad es aplicada a la política:

Ocurren fenómenos como la corrupción, el irrespeto al ordenamiento constitucional, el fraude electoral, la violación a los Derechos Humanos y la destrucción de la economía. Estas situaciones que, en su conjunto o aisladamente, acaban con los regímenes políticos que los promueven, en Venezuela terminan robusteciendo al poder.

Me está dando vueltas en la cabeza una explicación de cómo se genera esa robusta permanencia basada en el desmadre. Se trata de una ecuación bastante sencilla: los gobiernos buenos tienden a durar bastante, los malos a durar poco, los malditos a quedarse pegados para siempre como -no encuentro una imagen más fehaciente- mierda en cobija. La democracia creó un mecanismo para no depender solamente de una evaluación subjetiva, relativa y estirable sobre la duración de las bondades o maldades de un gobierno: unas elecciones justas. Esa será la herramienta para salir de nuestra peor maldición en cinco siglos.

El lado más asombroso de esa persistente antifragilidad que continúa nutriendo y definiendo nuestra particular tragedia es el siguiente: mientras menos son quienes esgrimen y sacan provecho de semejante antifragilidad, más fuertes e impávidos parecen. Pero es imposible que sea para siempre. Aunque el postmodernismo promulgue que “parecer es ser” y según Maquiavelo “no es preciso que un príncipe posea todas las virtudes; pero es indispensable que aparente poseerlas”, debo creer que ‘nuestros príncipes’ se están consumiendo o pudriendo, y tarde o temprano tendrán que com-parecer.

“Aceptar que mi fragilidad me aleja del atropello al prójimo, de un cierto misticismo político opuesto a un cinismo aberrante, de sentirme especial por ser parte de una especie que cree en la democracia”

Ahora quisiera transitar por rutas más gratas y hay una, querido Laureano, que nos conecta con nuestra infancia. ¿Recuerdas a Julie Andrews haciendo de Mary Poppins? No fue de mis películas favoritas (prefiero a la Julie haciendo de La novicia rebelde) pero me encantó aquella canción con nombre de poción mágica:

“Supercalifragilisticoespialidoso”. Ya pronunciarla completa era un logro. Nunca, hasta hoy, supe que carrizo quería decir.

Gracias a tu reflexión sobre el antifragilismo se me prendió aquel remoto bombillo infantil y he pasado un rato canturreando las estrofas de la escena en que Mary Poppins baila con Dick Van Dyke. Finalmente busqué qué significaba aquel trabalenguas. Y mira lo que encontré:

Supercalifragilisticoespialidoso no era otra cosa que un cóctel con un montón de adjetivos sin sentido: súper, cálido, frágil, místico, especial y melodioso. Es algo que dices cuando no tienes nada que decir, dice uno de los niños durante la canción.

Ciertamente somos como esos niños que ya no saben qué más decir, pero no quiero ni pienso arrepentirme de intentar una y otra vez de ser súpercálido, de aceptar que mi fragilidad me aleja del atropello al prójimo, de un cierto misticismo político opuesto a un cinismo aberrante, de sentirme especial por ser parte de una especie que cree en la democracia. Mi gran debilidad tiene que ver con lo de melodioso, pues ni canto ni bailo. Me enamoré de mi mujer porque camina como si bailara y baila como si estuviera caminando. Si sacamos la cuenta, caminar abarca más tiempo y espacio en nuestras vidas. ¿Sueno banal? Se trata de un simple ejemplo para no dar una apariencia heroica. Soy un ciudadano que quiere ir a votar libremente por una persona que lo haga bien, o incluso hasta mal, pero solo por seis años, sin esa maniática y prepotente ansiedad de permanecer para siempre sumiéndonos en esta maldición, que además pretende ser indefinida.

Lee y comparte
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
Más de Opinión