-Don Vicente, negó usted el miércoles el carácter revolucionario de los sucesos del 19 de abril de 1810, que lo expulsaron de su cargo de Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela. ¿Puede explicarse mejor?
-El Jueves Santo de 1810 se formó una Junta Conservadora de los Derechos de don Fernando VII, lo cual no implica una revolución sino simplemente una demostración de fidelidad monárquica. El rey no salió mal parado, sino solamente yo. Nadie irrespetó entonces a la Corona, sino todo lo contrario.
-¿Y eso le pareció a usted sincero?
-Para no pasar por ingenuo, le recuerdo que en el congreso que se convocó después, y que terminó declarando la independencia política, fue mucho lo que se discutió sobre la necesidad de mantener la fidelidad al rey. Eso lo plantearon como una cuestión moral. Fueron polémicas largas y pesadas, que implican la existencia de una carga de fidelidad que tuvo origen en el famoso 19 de abril. Revise las actas que recogen las intervenciones de los diputados, para que vea que no estoy exagerando. Aunque también algunos de esos diputados estaban acalorados con la idea de acabar con la monarquía, eso también es verdad.
-No sintió usted esos calores en 1810, le faltó profundidad a su mirada.
-Había un grupo de jóvenes movidos por las ideas modernas y ganados por las intenciones republicanas, que no participaron en mi expulsión, o que yo no vi por ninguna parte. Los subestimé, quizá confiado en la inexperiencia de los autores del movimiento y en lo mucho que podían perder en la jugada. Pensé que me expulsaban porque yo representaba la modernidad frente a sus posiciones oligárquicas, y eso lo sigo pensando, pero me equivoqué al no pensar que los más jóvenes de ellos, ocultos en sus mantos, esperaban para subir la apuesta. Hay una pintura de la época, hecha por Juan Lovera, en la cual pone a unos individuos agazapados y tapados en sus capas frente a la catedral. A esos no los vi yo, a pesar de que merodeaban desde los rincones.
-Tampoco pensó que el pueblo estaba al tanto y solo esperaba que usted saliera el balcón para pedirle que renunciara.
-Eso no lo podía pensar porque jamás pasó, porque no estaba en el libreto de unos aristócratas convertidos en golpistas. No me venga con esa versión falsa y posterior. Nadie del pueblo participó en esos hechos, el pueblo no fue convocado por los señorones, el pueblo no tenía idea de lo que se estaba tramando. En suma, el pueblo fue entonces el convidado de piedra, y no hay manera de afirmar lo contrario. Renuncié porque me pareció lo más sensato ante la actitud de unos caballeros que todavía no se ponían el gorro frigio, ni amenazaban con levantar guillotinas. Esa renuncia, llegué a pensar, podía ser el inicio de eso que llaman hoy una salida negociada que terminaría favoreciendo a la monarquía. Pero no fue así, para desdicha de Venezuela.
-Y para desdicha suya, don Vicente, me parece.
-Tal vez apenas relativamente, porque no cometí arbitrariedades durante mi gestión, ni me robé un doblón, y por una hazaña que me debe hacer célebre sin discusión: Soy el único personaje de la historia de Venezuela que ha renunciado a un cargo público de primer nivel sin que lo amenazaran con represalias, ni lo pillaran en truhanerías. ¿Eso no le parece importante?, ¿eso no me concede singularidad?
-Se refiere usted a un hecho irrebatible, don Vicente. Me despido con un respetuoso saludo.