“Solo desde la ingenuidad o desde la hipocresía
puede pretenderse que la democracia
sea posible sin partidos políticos.
La democracia es, necesaria e inevitablemente,
un Estado de partidos”.
— Hans Kelsen
La vida democrática no es un fenómeno espontáneo ni un ejercicio circunstancial de civismo. Es una arquitectura institucional que se sostiene sobre la representación política real y organizada. En ese entramado, los partidos no son un accesorio ni un lujo: son la condición misma de posibilidad de la democracia. Donde hay partidos libres y activos, la sociedad tiene voz; donde son destruidos o relegados, la democracia se desvanece.
En las líneas que siguen propongo algunas ideas —precisas y necesarias— sobre la permanente relevancia de los partidos políticos y sobre el papel insustituible que jugarán en la democratización venezolana que se aproxima; una transición que ya asoma señales de inminencia histórica. Mi intención es afirmar, sin ambages, que allí donde hay partidos fuertes y doctrinarios, hay capacidad de representación, hay acción política responsable y, sobre todo, hay esperanza democrática verdadera.
Tomar partido: valentía y representación
Tomar partido —entender a la persona humana y a la sociedad de una determinada manera— implica asumir convicciones y dar la cara por ellas. No se pertenece a un partido político sin expresar una visión del país y del bien común. En un contexto autoritario como el venezolano, militar en un partido es un acto de valentía: significa alzar la voz cuando el poder quiere imponer silencio y asumir la representación de otros cuando el régimen intenta borrar toda forma de representación y articulación para la acción de los ciudadanos.
Los partidos son instrumentos de interpretación social. A través de ellos se convierten los problemas en propuestas de solución, las aspiraciones en proyectos y las demandas en orientaciones políticas. Por eso, cuando el autoritarismo busca consolidarse, su reacción natural es atacar a los partidos: los persigue, infiltra, divide y coacciona. Sabe que en ellos reside la maquinaria moral capaz de estructurar la alternativa democrática.
Los partidos y la doctrina: el poder de las ideas
Un partido sin doctrina no es un partido, sino una estructura vacía. Las organizaciones democráticas fuertes se levantan sobre ideas claras, programas debatidos y visiones consistentes del país. La doctrina les da coherencia, disciplina y sentido histórico.
En la Venezuela de hoy, golpeada por la desinstitucionalización y la desorientación moral, la fortaleza doctrinal es una necesidad vital. Los partidos están llamados a formar cuadros, promover la lectura, cultivar el pensamiento crítico y mantener viva la conversación sobre la nación. Cuando las ideas desaparecen, emerge el oportunismo; cuando la doctrina se debilita, la política se vuelve improvisación. Pero donde las ideas se mantienen firmes, la esperanza democrática adquiere profundidad y dirección concreta.
Los partidos en la cultura política venezolana
La historia venezolana confirma que, incluso bajo las peores circunstancias, los partidos sobreviven. Gómez no los destruyó; Pérez Jiménez no logró sustituirlos por aparatos de control; y el chavismo-madurismo, pese a sus inhabilitaciones, persecuciones, encarcelamientos, exilios y cooptaciones, tampoco ha podido extinguir la cultura partidista.
En Venezuela persiste la intuición de que la vida pública necesita organizaciones políticas. Aun en medio del colapso institucional, la sociedad sigue buscando espacios para reunirse y deliberar. Allí donde una casa partidista abre sus puertas, donde una instancia se reúne, donde un grupo juvenil piensa el país o donde un dirigente de base acompaña a su comunidad, palpita un vestigio de vida republicana.
Los partidos y los procesos de democratización
Los partidos no son indispensables solo para derrotar a una dictadura. Lo son, sobre todo, para inaugurar una democracia con elecciones libres y para consolidarla en el tiempo después del cambio político. La experiencia histórica enseña con claridad que, donde la transición democrática no desemboca en un sistema de partidos fuerte, aparece el riesgo del democratic backsliding, tan renombrado en la ciencia política en las dos últimas décadas.
La democratización requiere organizaciones capaces de asumir responsabilidades de gobierno, ofrecer cuadros técnicos y políticos, negociar acuerdos, impulsar reformas y sostener el Estado de derecho. Después del cambio, se necesitan partidos que impidan la concentración del poder, la deriva plebiscitaria y los personalismos que suelen reaparecer disfrazados de novedad.
Es la hora de los partidos
Venezuela atraviesa una hora decisiva. No es tiempo de cálculos mezquinos, sino de claridad moral; no es tiempo de silencios, sino de responsabilidad. Es la hora en la que los partidos deben interpretar a su pueblo, representar sus angustias y esperanzas, y poner al servicio de la república a sus mejores mujeres y hombres.
Donde hay partidos libres, hay futuro.
Donde hay partidos con doctrina, hay brújula.
Donde hay partidos unidos, hay posibilidad real de cambio.
En Venezuela los hay. Por eso, aun en la noche oscura, hay esperanza democrática.
