Hay momentos en la vida de los países en los que la política no puede seguir siendo un deporte de demolición, ni un concurso de ocurrencias, ni un juego de supervivencias personales. Hay momentos en que la responsabilidad no consiste en tener razón, sino en elevar el nivel del debate moral.
Churchill lo entendió cuando convocó su “Gabinete de Guerra”: no lo hizo para administrar una época, lo hizo para salvar una civilización.
Venezuela, sin una guerra mundial encima, vive su propia guerra existencial: contra la captura absoluta de las instituciones, contra la normalización del crimen como método de gobierno, contra el empobrecimiento como estrategia deliberada de control social. Nuestra guerra es silenciosa, devastadora, íntima. Nuestra guerra destruye esperanzas, expulsa familias, corroe la dignidad. Una guerra del chavismo-madurismo contra todos aquellos que queremos vivir en libertad haciendo las cosas bien.
Y si algo hemos aprendido —o deberíamos haber aprendido— en estos años de tragedia nacional, es que la democracia no se pierde solo con tanques y golpes. La democracia también se pierde desde adentro, cuando las reglas del juego son vulnerables, reversibles o inexistentes.
Por eso hoy propongo esto: un Pacto de Estado para el Desarrollo.
No un pacto de repartición de cuotas partidistas.
No un pacto de cogobierno de élites.
No un pacto de cohabitación.
No un empate infinito.
Un pacto para reconstruir a Venezuela como República.
Puntofijo: lo que funcionó y lo que falló
Nosotros tuvimos un pacto. El Pacto de Puntofijo funcionó —y funcionó de manera extraordinaria— en su primera etapa. Fue imperfecto, pero fue un pacto civilizatorio. Por primera vez, los actores políticos aceptaron reglas mínimas: reconocimiento mutuo, alternancia, respeto al adversario y contención de la violencia.
Eso produjo el ciclo más largo de libertad, estabilidad y prosperidad de nuestra historia republicana.
Pero ese pacto tenía un punto ciego. Y Uslar Pietri lo señaló con claridad décadas antes de que estallara la crisis: una democracia rentista termina corrompiéndose cuando los partidos dependen de la renta del Estado para sobrevivir.
Uslar Pietri lo dijo sin rodeos: sin financiamiento político sano, el sistema se vuelve clientelar, y el clientelismo destruye la autenticidad de la competencia.
Eso —combinado con el crecimiento demográfico y la caída de los precios del petróleo— fue lo que falló. Eso fue lo que no corregimos. Y eso abrió la puerta al resentimiento y luego al autoritarismo.
No fue solo que llegó un liderazgo maligno. Fue que la arquitectura institucional era vulnerable. Lo que destruyó a Venezuela no fue únicamente el chavismo: fue la ausencia de un diseño institucional que hiciera imposible que un chavismo pudiera destruirla.
¿Por qué un nuevo pacto ahora?
Porque hoy debemos hacer algo que no hicimos en 1958: debemos blindar las reglas. Debemos anclar el sistema en indicadores objetivos, verificables y no manipulables.
Este pacto no sería un pacto de ideas generales. Sería un pacto de compromisos cuantificados.
Las naciones que saltan de la oscuridad al desarrollo no lo hacen con retórica: lo hacen con metas medibles. Han sido los casos de Polonia, Singapur, Estonia, Corea y, más recientemente, Ghana, por solo nombrar algunos.
Por eso propongo que el Pacto de Estado para el Desarrollo tenga dos grandes pilares:
1) Reformas irreversibles
- No reelección presidencial (ni inmediata ni alterna).
- Segunda vuelta presidencial para garantizar legitimidad mayoritaria.
- Federalismo real con competencias y recursos.
- Justicia transicional integral para las víctimas, que incluya la recuperación de capitales producto de la corrupción para financiar un fondo de reparación.
- Digitalización total del Estado: licitaciones, contrataciones, registros, expedientes.
Esto es lo que hace que un país deje de ser rehén de un caudillo.
2) Resultados concretos en 10 años
Metas que cualquier venezolano pueda verificar en cualquier ranking internacional:
- Pobreza multidimensional: bajar al 35%.
- Pobreza extrema: por debajo del 10%.
- Déficit fiscal: estabilizado bajo 2% del PIB.
- Inflación: por debajo del 10% anual.
- Subir 30 posiciones en el Índice de Estado de Derecho del World Justice Project y 30 puntos en el Índice de Buen Gobierno del Banco Mundial.
- Recuperación de USD 20.000 millones robados para reinvertirlos en bienes públicos.
- Incremento del 50% en la productividad laboral.
Nadie se pelea por esto. Todo ciudadano, de cualquier tendencia política, se beneficia de esto.
Esas metas son la protección moral de nuestras próximas generaciones.
Primero coalición para reconstruir. Luego competencia para gobernar
Este es el orden. Y es un orden lógico.
Particularmente creo que hay que legalizar a todos los partidos políticos e incentivar la participación, pero, a su vez, todo el que quiera contribuir debe ser signatario de este pacto. La competencia, entonces, estaría limitada por los parámetros del Pacto de Estado para el Desarrollo, y de esta manera el ejercicio político tendría un halo racional y un norte común.
Cuando un país transita desde un régimen autoritario hacia la democracia, la prioridad inmediata no es “elegir”; la prioridad inmediata es estabilizar.
Primero se atiende la emergencia humanitaria.
Primero se reconstituye el sistema de justicia.
Primero se recuperan los capitales robados.
Primero se restituye el Estado de Derecho.
Y cuando eso se haya logrado y verificablemente medido, entonces sí: competencia total, plural, amplia, vibrante.
Eso lo entendieron los signatarios de la Constitución del 61, y se tradujo en las disposiciones transitorias.
No para evitar la democracia, sino para que la democracia tenga suelo de concreto debajo.
La dimensión moral de este pacto
Este pacto no es un arreglo técnico. Este pacto es un límite moral.
Es el compromiso de que nunca más un venezolano use la maquinaria pública para destruir la vida de otro venezolano.
Es el compromiso de que ningún proyecto vuelva a capturar el Estado como botín. Es el compromiso de que el poder político deje de ser un arma.
Venezuela no volverá sobre sus pies si no asumimos esto: la reconstrucción es institucional, o no es.
El momento de los estadistas (en plural)
Esta generación tiene una responsabilidad frente al tiempo.
No somos espectadores.
Tenemos nombre.
Tenemos historia.
Tenemos deudas con quienes ya murieron y con quienes aún no nacen.
Las naciones no se reconstruyen desde la venganza.
Las naciones se reconstruyen desde la responsabilidad.
Este pacto es el instrumento para hacerlo.
Porque no se trata de ganar la próxima elección.
Se trata de volver a ganar un país.
Así lo dijo Churchill:
“La diferencia entre un político y un estadista es que el político piensa en las próximas elecciones, mientras que el estadista piensa en las próximas generaciones”.
Es el momento de los estadistas.
