En cualquier momento aparece alguna de las viajeras en TikTok haciendo un bailecito con las columnas del Vaticano o –peor aún– con el pendón gigante de José Gregorio Hernández al fondo. Quizás esa imagen ya anda rodando y sumando vistas y likes. ¡Que no nos extrañe!
En un país en el que parece no haber límite entre la política y el faranduleo, entre los asuntos serios de la vida y la banalidad de la pose en redes sociales, la ceremonia de canonización del venerado médico trujillano y de la madre Carmen Rendiles también sirvió como escenario para una especie de circo a lo venezolano. Figuras y figurantes eligieron sus atuendos y looks como quien debe taconear en una alfombra roja –impecables y elegantes para las fotos–, junto a comitivas dispuestas a la maroma política sin acto de contrición, y hasta algún empresario devenido en espontáneo censor de mano suelta para coartar la libertad de expresión en territorio ajeno.
Ni siquiera la ciudad eterna es tan grande como para que no se hayan cruzado, antes del 19 de octubre, los paseantes en alguna de las orillas del Tíber, algunos quizás encontrándose con abrazos, otros lanzándose miradas fulminantes de un lado a otro del río. E incluso esquivándose al cruzar –turismo obliga– el primoroso puente de Sant’Angelo.
En la fila para el Vaticano habrán intentado mantener la compostura los miembros de la gris comitiva del régimen de Maduro –seleccionada entre la escasa lista de funcionarios sin sanciones importantes en la Unión Europea y entre aquellos por cuyas cabezas las instituciones de Estados Unidos no ofrecen recompensas– al ver más allá o más acá, digamos, por ejemplo, a un periodista con bufanda de RCTV o a Magalli Meda, seguramente con ganas de cantarle unas cuantas verdades.
Como ya sabemos, por allá estuvieron, bajo el mando de la almiranta Carmen Meléndez, personajes como Roy Chaderton –quien no se salvó de un acalorado cruce de palabras en la previa–, Jackeline Farías, Carolina García Carreño (diputada, pero también sobrina de Pedro Carreño), Yelitza Santaella, el padre Numa Molina y el toque musical aportado por Cristóbal Jiménez y el merenguero Omar Enrique. No dio para mucho más la lista, porque ninguno de los verdaderos jefazos podía sentirse seguro aterrizando en la patria de Giorgia Meloni.
Nicolás Maduro Guerra, por ejemplo, quería asistir al Vaticano, pero no lo hizo para evitar algún imprevisto judicial en suelo europeo, según contaron fuentes a La Gran Aldea.
Era lógico que, si se perciben como el gobierno de Venezuela, aunque las elecciones del 28 de julio de 2024 dijeron lo contrario, estuviera allí una delegación del chavismo. Pero ¿a qué fueron en realidad? A repartir banderitas, a forzar sonrisas, a “reinaugurar” un parque en Roma, a tratar de proyectar una imagen utilizando a los niños de El Sistema y a intentar reivindicar como un logro lo que, en realidad, fue una decisión de las autoridades del Vaticano.
Y a hacerse fotos para Instagram, por supuesto. Curiosamente, en las tomas se ve a supuestos opositores entremezclados con la delegación chavista, como el alcalde de Chacao, Gustavo Duque, de Fuerza Vecinal; Luis Eduardo Martínez y José Gregorio Correa, ambos alineados desde hace años con los intereses de empresarios como Raúl Gorrín y José Simón Elarba, el dueño de Fospuca, quien también estuvo acompañando a la delegación del chavismo.
También era lógico que estuviera presente una delegación de lo que los mismos resultados de la elección del 28 de julio permiten denominar como el gobierno electo de Venezuela, aunque el concepto nos traiga ecos de una frustrada estrategia anterior.
En nombre de María Corina Machado y de Edmundo González viajaron Magalli Meda y Pedro Urruchurtu, del Comando Con Vzla y exrehenes en la embajada argentina en Caracas; el militar Emilio Ascanio; la directora del Casla Institute, Tamara Suju; Carolina González, hija del presidente electo; Ricardo Sosa Machado, hijo de María Corina; Dinora Figuera, presidenta de la AN 2015; la periodista Idania Chirinos y –muy importante– una representación de víctimas de la persecución política: Santiago Rocha, hijo del preso político Perkins Rocha; Nohelia Álvarez, hija del también preso Noel Álvarez, y Sairam Rivas, directora del Comité por la Libertad de los Presos Políticos.
El contrapeso era necesario. Pero más allá de la presencia –que ya es bastante–, ¿qué otro alcance tuvo la visita?
Hasta ahora hay que anotar como el más elocuente acto en el marco de la canonización la protesta organizada el sábado 18, en la que un grupo de venezolanos se congregó en la plaza del Risorgimento –y luego en la Pio XII–, cuyo suelo fue cubierto con fotos de cientos de ciudadanos y ciudadanas detenidos de forma ilegal por el régimen de Maduro, solicitando “una canonización sin presos políticos”.
Hay que recordar que la frase engloba una propuesta lanzada semanas atrás tanto por familiares de los detenidos como por la propia Machado, pero que al mismo tiempo fue respaldada sin ambigüedades por la Iglesia venezolana. La Conferencia Episcopal difundió a principios de mes una carta pastoral a propósito de la canonización en la que dice: “Consideramos también que es una ocasión propicia para que las autoridades del Estado dicten medidas de gracia que permitan recobrar la libertad a los encarcelados por razones políticas”.
En ese sentido, estando en su territorio, los miembros de la Iglesia no desperdiciaron la oportunidad para la denuncia. Y ese podría ser el gran acierto de un momento en el que suelen abundar los discursos plagados de tópicos y buenas intenciones. Así como las víctimas de persecución tuvieron voz a través de sus familiares y paisanos en Italia, también la tuvieron por vía de sus sacerdotes.
El cardenal Baltazar Porras tomó la palabra el 17 de octubre en la Pontificia Universidad Lateranense –llamada por Juan Pablo II “la Universidad del Papa”–, en un acto previo a la ceremonia de los nuevos santos, y habló sobre Venezuela: “Tal como lo ha señalado reiteradamente la Conferencia Episcopal Venezolana, vivimos en una situación moralmente inaceptable. La merma del ejercicio de la libertad ciudadana, el crecimiento de la pobreza, la militarización como forma de gobierno que incita a la violencia y la introduce como parte de la vida cotidiana, la corrupción y la falta de autonomía de los poderes públicos y el irrespeto de la voluntad popular configuran un panorama que no ayuda a la convivencia pacífica ni a la superación de las carencias estructurales de la sociedad”.
En siete líneas dijo tanto que, más tarde, Maduro respondió con sus acostumbrados argumentos vacuos para descalificar la autoridad moral de Porras. Pero lo trascendente, lo que en realidad importa, fueron las palabras del cardenal en ese auditorio: “Por eso es importante promover la educación en derechos humanos y la construcción de nuevas redes de confianza que superen la desconfianza y la falta de credibilidad de quienes quieren imponer nuevos patrones. Dar paso a un proyecto de país, a una ciudadanía de paz que deconstruya las dinámicas de conflicto social, de confrontación, de normalización de las injusticias, que es el clima en el que se ha querido destruir la convivencia pacífica más allá de las diferencias. Es casi un milagro que, ante esta anticultura de la paz, el pueblo venezolano no haya optado por la lucha armada ni por la eliminación de quienes considera enemigos, porque no somos dóciles corderitos que siguen normas para hacer del desorden el escenario que nos haga vivir en zozobra y con miedo”.
Y en la primera misa de acción de gracias por la canonización de José Gregorio Hernández y la madre Carmen Rendiles, el 20 de octubre en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro, el secretario de Estado del Vaticano volvió a darle voz a los casi 900 presos políticos ante la propia representación del régimen de Maduro, que hubo de escuchar –por segunda ocasión– en silencio y tragando grueso.
El cardenal Pietro Parolin dijo: “Solo así, querida Venezuela, pasará de la muerte a la vida. Solo así, querida Venezuela, tu luz brillará en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía si escucharas las palabras del Señor que te llama a abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos. Solo así, querida Venezuela, podrá responder a tu vocación de paz si la construyes sobre los cimientos de la justicia, de la verdad, de la libertad y del amor, del respeto a los derechos humanos, generando espacios de encuentro y de convivencia democrática, haciendo prevalecer lo que une y no lo que divide, buscando los medios y las instancias para encontrar soluciones comunes a los grandes problemas que te afectan, poniendo el bien común como objetivo de toda actividad pública”.
Si abogar por la libertad, la democracia y el respeto a los derechos humanos es “politizar” el histórico y significativo evento en el Vaticano, entonces sea bienvenida esa politización. Era necesaria, porque más que politización se trató de una reivindicación de la humanidad, de la denuncia de un sistema de injusticias.
La banalización del momento y el escenario de otras figuritas posando para la colección de fotos, así como la torpe comitiva circense del régimen, quedarán como postales de la estupidez. Lo serio, lo trascendente, fueron los gestos, las palabras y las acciones de las víctimas, de sus familiares, de los venezolanos que tuvieron que salir de su país y –especialmente– de una Iglesia que decidió no callar y que, para ello, seguramente contó con el apoyo del papa León XIV.