En la aldea
17 octubre 2025

Dos santos, un premio Nobel

La canonización del doctor José Gregorio Hernández y de la madre Carmen Rendiles, junto al Premio Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado, marcan un renacimiento moral.

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Juan Miguel Matheus | 17 octubre 2025

Octubre de 2025 quedará inscrito en la memoria espiritual y política de Venezuela. La canonización del doctor José Gregorio Hernández y de la madre Carmen Rendiles, junto con la concesión del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, forman parte de un torbellino de amor providencial que, después de tantos años de oscuridad, nos deja entrever la victoria del bien sobre el mal en nuestra historia. Son, en medio del aluvión de vileza que parece estar por terminar, una caricia de Dios sobre un pueblo que ha luchado sin perder su alma. Parafraseando el lenguaje de Juan Pablo II en Memoria e identidad, cuando el mal parece triunfar, revela sus límites, porque la Providencia nunca abandona al hombre, sino que lo llama a cooperar libremente con la redención de su tiempo.

Durante un cuarto de siglo, los venezolanos hemos sido testigos —y víctimas— de un cáncer político que pretendió degradación moral y espiritual. Vivimos la mentira institucionalizada, el desprecio por la vida humana, la humillación de la inteligencia, el exilio de la verdad. En ese descenso, el país entero se vio arrastrado a una noche que parecía no tener aurora. Pero incluso en esa noche permaneció viva una llama pequeña, invisible a los ojos del poder: la fe de los humildes, el sacrificio de los presos, la oración de las madres, la entereza de los que no cedieron al miedo. Ese fuego escondido fue el germen de nuestra regeneración de la patria.

Hoy, esa regeneración ha tomado forma visible. En la santidad de José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles se consagra la nobleza espiritual de un pueblo que, en medio del dolor, no dejó de creer. Y en la figura de María Corina Machado, galardonada con el Nobel de la Paz, se honra la dimensión cívica y política de ese mismo espíritu: la de una mujer que encarnó la resistencia pacífica, la fe en la libertad y el coraje frente al totalitarismo; se le rinde homenaje a quien confió en la bondad criolla. La Providencia actúa, pero lo hace siempre contando con el esfuerzo libre y responsable de la creatura humana. Dios no anula la historia: la transfigura a través de aquellos que, aceptando su deber, enfrentan el mal con fortaleza y sentido trascendente de la existencia humana.

Venezuela ha cambiado para siempre. Lo que hemos vivido no ha sido una simple crisis política; ha sido una purificación moral. Ya no somos los mismos porque comprendimos que nadie vendrá a salvarnos si nosotros no nos decidimos a hacerlo. Aprendimos que la libertad no se hereda: se conquista y se custodia perennemente. Hemos visto el rostro del mal y, por eso, sabemos que no se puede negociar con él. Pero también hemos descubierto el poder del bien que se hace en silencio, el que no busca laudes ni aplausos, sino que actúa desde la conciencia limpia y firme.

La prueba parece estar por pasar. Nos tocará ahora sostener la justicia y la salud espiritual de Venezuela a lo largo del tiempo. No dejar que el espíritu de la mentira vuelva a infiltrarse en nuestras instituciones, ni que la codicia, la venganza o la indiferencia corrompan la reconstrucción nacional. La sanación espiritual debe traducirse en una regeneración moral. La verdad deberá ocupar el lugar del cinismo; la justicia, el del cálculo; la compasión, el del odio. Solo así podremos edificar una República en la que el poder vuelva a ser servicio, y la política una forma elevadísima de amor al prójimo.

En este amanecer de nuestra historia, evocar unas palabras venidas de la literatura resulta inevitable. Taylor Caldwell las puso en boca de Noë ben Joel en La columna de hierro, en una carta dirigida a Cicerón cuando fue electo cónsul de Roma: “Dios tiene muchos modos extraños de manifestarse cuando se da cuenta que una nación está en grave peligro. A menudo, como demuestra la historia de Israel, saca a los hombres de su vida privada, en los lugares más retirados, para que se pongan al frente de su pueblo y lo conduzcan con seguridad a través de los peligros. Prefiero creer que Él ha intervenido en favor tuyo, por amor hacia ti y para salvar a Roma de Catilina, a pesar de los sobornos, las mentiras y promesas. Pero nunca debemos olvidar que fue el pueblo el que a fin de cuentas te eligió con un movimiento espontáneo de orgullo y afecto por ti, estimando tu genio y tu valor”.

Así ocurre también con Venezuela: la Providencia ha intervenido, pero ha contado con nuestra libertad. Lo que hoy celebramos —la santidad de dos compatriotas y la victoria moral de una mujer justa— es la expresión más alta de un país que ha resurgido de sus ruinas. Lo mejor de Venezuela no ha pasado: está por aparecer. Vendrán hombres y mujeres capaces de sostener en libertad, justicia y paz la obra de reconstrucción. Y cuando el mundo mire hacia nosotros, verá un pueblo que sobrevivió al mal y que aprendió a vencerlo con el bien. Porque la verdad, finalmente, brillará.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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