En la aldea
06 octubre 2025

“Fui liberado, pero mi mujer sigue presa en Venezuela”

El testimonio de uno de los presos canjeados por 252 venezolanos detenidos en El Salvador revela el horror tras el intercambio entre Trump y Maduro.

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Redacción LGA | 06 octubre 2025

Como parte del intercambio entre el régimen de Maduro y la administración de Trump, el viernes 18 de julio de 2025, diez ciudadanos procedentes de Estados Unidos fueron liberados por el régimen a cambio de 252 venezolanos detenidos en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) en El Salvador. Los venezolanos habían sido deportados por los EE. UU.
Uno de los diez liberados cuenta a La Gran Aldea qué fue lo que ocurrió en el país durante su detención. Se omite su nombre y el de los demás detenidos por temor a represalias.

La frontera San Antonio–Cúcuta

Fui detenido el domingo 22 de septiembre de 2024. Yo había pasado de Colombia a Venezuela. Estaba en el mototaxi esperando a mi mujer. Llegamos juntos a la línea de la frontera. Ella venía en un taxi con su mejor amiga. Eran el cuarto carro en la fila para pasar a Venezuela. Ella se vino en el taxi porque traíamos muchas cosas de Estados Unidos para sus hijos, para la casa y para ella. Yo tenía que dejar algo en San Antonio y mi mujer me iba a recoger. Así era más rápido.

Esperé casi dos horas y no cruzaban. De un momento a otro vino un carro negro con unos militares vestidos de camuflaje negro. Me dijeron: “Tú, ven para acá”. Les dije: “Sí, ¿qué es lo que pasa?”. Y me agarraron del cuello y me tiraron atrás del carro. Yo les estaba diciendo: “¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué me están llevando?”, y no me respondían.

Cuando llegamos a la oficina donde están ellos, miro a mi mujer y a su mejor amiga. El militar que me agarró le dijo a mi mujer: “Mira, ya lo encontré. Te dije que lo iba a encontrar”. Le dije a ella: “No pasa nada, no te preocupes”. Yo pensé que nos habían parado por las cosas. No habíamos roto ninguna ley y yo tenía todas las facturas. Este militar me dijo:

—Esto es una investigación. Espérese un rato… ¿De dónde eres?
—Vivo en Estados Unidos —respondí.
—Dame tu teléfono.
—¿Para qué?
—Estamos haciendo una investigación.
—Bueno, no hay problema.

Comenzó a mirar mi teléfono. Yo tenía fotos con uniforme de cuando yo entrenaba en Estados Unidos para disparar y con mis compañeros de trabajo, porque yo soy guardia de seguridad privada.
—Tú eres un comando. ¿Cuánto tiempo estuviste de militar?
—No, yo nunca he sido militar.
—Tú eres un comando.

Me pusieron contra la pared y me dijeron que me quitara la ropa, todo. Me puse desnudo. Me hicieron saltar, agachar, acostar, y me puse la ropa otra vez.

La base militar

Como unos quince minutos después, nos llevaron esposados a una base militar con un portón grandísimo, está por ahí donde nos agarraron en San Antonio. Ahí me hicieron dos entrevistas más. Me pusieron contra la pared, me empujaron contra la pared y golpearon mi cabeza contra la pared. Otro militar que estaba con mi teléfono me dijo:

—¿Por qué tienes esta captura de Elon Musk?

Era sobre una recompensa por Maduro. Le dije:
—Yo no lo he escrito ni lo he hecho. Lo agarré en internet.
—¿Para qué vienes a Venezuela?
Y le expliqué.
—¿Tú eres un comando?
—No, yo no vine con malas intenciones.

Me tomó un par de fotos, hizo un video. Me sacaron de la oficina, me esposaron otra vez, me encapucharon, me metieron en el carro y me trasladaron.

San Cristóbal

Yo veía un poquito. Nos llevaron a una ciudad pequeña. Nos tomaron fotos con todas las personas que estaban alrededor de nosotros, salieron muchas personas y eran del DGCIM. No podía respirar con la capucha. Pedí que me la movieran un poquito y me dijeron que me callara, porque si no, me iban a tirar unos coñazos. Yo no sabía lo que significaba “coñazos”, pero lo aprendí con el ejemplo: me pegaron al lado de mi cuerpo con la parte de atrás del rifle.

De ahí nos llevaron a San Cristóbal, a la oficina del DGCIM, y no había electricidad en San Cristóbal. Me entrevistaron dos veces. Nunca me dijeron por qué me estaban deteniendo, nunca me dejaron llamar a alguien, a mi abogado, a mi embajador. Me dijeron: “No te preocupes, no es necesario. Solamente es una cosa que estamos chequeando”.

Me dijeron que chequeara todas mis maletas. Me trajeron un papel diciendo que tenía que firmar. El papel decía que un juez civil de San Cristóbal me había tratado bien, que no me habían pegado, que me estaban dando todas mis cosas, que no habían hecho nada malo contra mí, que con eso ya terminaba la investigación y que nos dejaban ir.

Luego de que firmé, vino otro grupo de personas del DGCIM y me taparon la cara con un folder manila y cinta adhesiva alrededor de mi cabeza, y sin ningún porqué me tiraron un coñazo en la cara. Me pegaron más y luego yo pude ver un poquito por abajo del folder a la persona que me pegó. Vi que estaba sacando unas cosas de mi mochila, se guardó todo para él y dijo: “Listos”.

Me metieron en un carro otra vez. Me dijeron: “La investigación todavía sigue y vas a tener que ir a otro lugar”. Llegamos, supongo, a otra base. Había un avión militar y nos metieron en el avión. Vi que pusieron las cosas que yo había traído.

Volamos a Caracas.

La DGCIM–Boleíta

En el momento que llegamos al DGCIM de Caracas [en la urbanización Boleíta], me subieron a un piso y estaban todas las personas que trabajaban ahí. Me pusieron contra la pared y me dijeron que esperara. Estuve por muchas horas.

Me llevaron a una oficina. Tres personas me hicieron quitar la ropa, le tomaron fotos a mi cuerpo. Trajeron el polígrafo y otra vez me hicieron las mismas preguntas: si yo estaba yendo a Venezuela para hacerle daño al presidente o al gobierno, si trabajaba para una organización americana de investigaciones, si había hablado con alguien del FBI o de la CIA, qué es lo que pensaba de Maduro y del gobierno. Pasaron las 12 de la noche. Me dijeron que ya terminamos, pero que iba a tener que esperar más, porque la investigación seguía.

De ahí me llevaron a un pasillo: estaban todas las personas que habían secuestrado, todas acostadas en el piso. Me dijeron que en el baño había un colchón para acostarme; ese colchón estaba asqueroso. La verdad es que DGCIM estaba recontra colapsado. Vi que llegaban bastantes venezolanos.

Cada vez que iba a la enfermería me tapaban la cara con una capucha. Algunas veces me dieron pastillas, pero no decían qué eran; no sé si eran de mis tratamientos.

Una vez me pusieron en un cuarto frío y oscuro, y vinieron bastantes personas encapuchadas. Me pusieron contra la pared y me hicieron las mismas preguntas de siempre. Ahí sí me amenazaron con que me iban a matar, que me iban a hacer daño si no decía la verdad. Me acorralaron: unos me empujaban y otros me pegaban. En este cuarto estuvo ese [Alexander] Granko [Arteaga, coronel de la Guardia Nacional Bolivariana].

Luego hubo mucha tortura mental: querían encontrarme alguna mentira. Me decían: “Tu gobierno no te va a buscar”, “No hay negociaciones contigo”, “Te vas a quedar aquí para siempre”, que como yo vine a hacer daño a Venezuela, me iban a enseñar lo que ellos iban a hacer de mí.

Estuve bajo luz blanca todos los días, las 24 horas. Por cierto, al final del pasillo había un árbol de Navidad y era octubre. El 3 o 4 de octubre de 2024 me dijeron que iban a deportarme y que me iba para Houston. Pero me llevaron a [la cárcel de máxima seguridad] Rodeo 1, porque la investigación seguía. No me dejaron despedirme de mi mujer.

El Rodeo 1

En el carro, una de las cuatro personas del DGCIM me dijo cosas medio raras: que los americanos son una basura, que veníamos a malograr la paz de Venezuela, que nos gusta matar gente, no como los venezolanos, que no le hacen daño a nadie.

Cuando llegué, me hicieron las mismas preguntas que en DGCIM y San Cristóbal. Una vez, los custodios nos dijeron: “Ustedes verdaderamente le llegaron a Maduro como anillo al dedo”, y en ese momento yo no entendí qué querían decir.

Tiempo después, me llevaron a “El cuarto del tiempo”… Después hablo de eso, disculpe… Y, pues, en otro lugar a mí me guindaron de los brazos y eso fue lo peor.

Salí el viernes 18 de julio de 2025. No me dieron mis cosas, no tengo nada, perdí todo. Lo único que me dieron fue mi ID y mi pasaporte.

Texas

Ahí fue cuando supe del programa de Diosdado y entendí por qué me trataron como me trataron. Utilizaron parte de mi verdad para su conveniencia, para su narrativa. Ellos sabían en qué trabajaba y dijeron que era militar por mi uniforme. No era un montaje, porque las fotos son reales, pero fuera de contexto. Es como el americano enfermero, que dijeron que era el enfermero de todos nosotros, o como el americano que tiene mucho dinero, que dijeron que él financiaba todo. Ahí entendí lo que habían dicho los custodios de Rodeo 1.

En esos chequeos iniciales al regresar, salió que toda mi salud empeoró. Ahora tengo que tener cirugía en mis brazos y capaz en el cuello por la tortura que me hicieron en Rodeo 1. Pero lo peor es que mi mujer, su mejor amiga, el taxista y el mototaxista siguen presos.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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