No hay razones sólidas para pensar que la situación de Venezuela esté a punto de cambiar. Los deseos de transformación reinan en el ámbito de las ilusiones, sin asiento en la realidad. El imperio de las circunstancias se establece sobre la esperanza de una vida distinta que cada vez se torna más elusiva y distante. Es probable que una dirigente como MCM no mienta, o no tenga deseos de mentir cuando anuncia la cercanía de tiempos auspiciosos, pero las señales que deben trasmitir la llegada de esos tiempos no la apoyan debido a que niegan con rotundidad una manifestación clara y capaz de convencer a sus destinatarios en torno a las novedades que se avecinan. De seguidas se tratará de apuntalar este punto de vista, para que no ardamos en prisas como sociedad ante la necesidad urgente y ferviente que la mayoría de los venezolanos tiene de terminar con la dictadura de Maduro.
El hermetismo de la cúpula en la cual se encuentra MCM es una de las causas de la incertidumbre. Debido a razones de seguridad, se mantiene en un encierro desconocido que limita sus posibilidades de acceso al auditorio. No nos habla directamente, sino por interpuesta persona, para que la comunicación, debido a que no permite accesos directos, termine en una tarea de traducción que se puede prestar a una diversidad de interpretaciones. Nadie sabe exactamente cuando se reúne con los suyos, ni las conclusiones a las cuales llegan después de la correspondiente meditación, para que el enigma pique y se extienda en medio de conjeturas. Tampoco se conoce cómo llegan ella y sus figuras de confianza a transmitir decisiones a otros seguidores cercanos que han tenido la fortuna de librarse de la persecución, para que los pasos dependan de unos pálpitos entusiastas que no se caracterizan por la consistencia. No hay forma de sentirlos de manera distinta, debido a las limitaciones del juego político que ha impuesto una dictadura desenfrenada y sanguinaria. Esa dictadura es la responsable de semejante tipo tan precario de comunicación capaz de aumentar vacilaciones y contradicciones, desde luego. MCM y su plana mayor no han tenido más remedio que tratar de librarse del obstáculo para que solo nos llegue a medias su consejo, sin que nadie pueda asegurar que, oyendo solo una parte de la misa, tenga claro el panorama para que mañana por fin comulguemos en paz.
El rompecabezas se complica debido a que el presidente Trump se ha involucrado en la solución, o así lo siente y quiere una muchedumbre de venezolanos. Debido a que el poderoso mandatario no se caracteriza por la firmeza de su palabra, ni por la diafanidad de sus decisiones, le echa más leña a la candela de la confusión. Señor del capricho y de la volatilidad, carece de elementos susceptibles de transmitir confianza en quienes lo aprecian como redentor. Mezclado por decisión propia en cientos de entuertos más enredados que un kilo de estopa, se echa en los brazos de una supuesta omnipotencia que tendrá que demostrar en un insólito caso, en nuestro caso, es decir, en un mundillo al que apenas se aproxima sin dominar siquiera su abecedario. Tiene varios traductores y emisarios de confianza, varios maestros de primeras letras, pero parece que cada uno suena la partitura según su preferencia para que no lleguen señales claras al despacho oval sobre lo que se debe hacer para cerrar el negocio más acuciante del trópico. No es luz lo que ofrece ahora el Tío Sam de turno, sino la continuidad de las penumbras. Lo cual no deja de ser una ventaja, dicho sea de paso, debido a que nos puede ahorrar la vergüenza de un libertador foráneo.
En medio de tal panorama la claridad y la salida están en las manos de la dictadura. Quizá nos saque del pantano, aunque a los lectores les parezca disparatado después de lo que han leído. Es cierto que los mandones del régimen le robaron descaradamente las elecciones a Edmundo, y que después abarrotaron las cárceles y multiplicaron los tormentos de la sociedad para avalar el escamoteo de la voluntad popular. Es cierto que están armados hasta los dientes y que manejan todos los micrófonos y aparecen en todas las pantallas, y que les ha sobrado el dinero para confeccionar una oposición a su medida. Todo eso es cierto, pero no tienen ni un solo dirigente que levante tierrita cuando trata de hablarle al pueblo, ni un íngrimo mensaje capaz de animar a las masas, ni una sola promesa con sustento. Nada de lo que sale de su seno es creíble. Ni una sola de sus presencias produce entusiasmo. En ninguno de sus festejos hay regocijo. Al contrario, desencantan y aburren, colman la paciencia y alimentan la esterilidad. Una soledad tan gigantesca, un velorio cada vez más deseado o implorado, un desprecio popular tan ostensible, un desierto sin oasis a la vista tienen que conducir necesariamente a la tierra prometida. Un palo seco no hace montaña. Por tales motivos cesará la incertidumbre.