Hannah Arendt sigue siendo una pensadora imprescindible para comprender los dilemas del siglo XXI. El profesor Joaquín Ortega recuerda que su vida estuvo marcada por la necesidad de pensar a contracorriente, el exilio y la experiencia de la guerra, elementos que la hicieron advertir sobre los riesgos del totalitarismo, la propaganda y la deshumanización.
Según Ortega, los nuevos autoritarismos no necesitan líderes carismáticos al estilo nazi o estalinista: hoy se valen de algoritmos, vigilancia digital y narrativas múltiples que atomizan al ciudadano hasta reducirlo a datos. La paradoja es que vivimos hiperconectados, pero aislados en burbujas digitales que impiden la acción colectiva.
En el análisis de la democracia, Arendt ayuda a entender que el poder auténtico surge de la acción concertada, mientras que la violencia solo es obediencia por coerción. Las democracias actuales se debilitan cuando los ciudadanos se sienten excluidos y la confianza en las instituciones se fragmenta, dejando espacio al populismo.
Ortega aplica la noción de “banalidad del mal” al ecosistema digital: el daño de la desinformación no requiere intención maligna, basta la automatización de los algoritmos y la falta de reflexión crítica de usuarios y diseñadores.
Arendt, sostiene, sería implacable con quienes justifican dictaduras desde la izquierda, así como con la impotencia de organismos internacionales incapaces de proteger a los más vulnerables. También criticaría el uso propagandístico del legado de 1776 por el movimiento MAGA, como una “apropiación utilitaria” que traiciona el espíritu republicano.
Para Ortega, las ideas más útiles de Arendt hoy son: proteger el espacio público, promover la acción colectiva, resistir la deshumanización y apostar a la natalidad como capacidad de iniciar nuevos comienzos políticos incluso en medio de la polarización.
–¿Por qué la vida y obra de Hannah Arendt son tan actuales para los desafíos políticos del siglo XXI?
–La vida de Arendt tiene varios elementos psicobiográficos de inquietante pertinencia: primero, tuvo que pensar a contracorriente de la comunidad intelectual de su tiempo; segundo, tuvo que emigrar; y por último, vio cómo la guerra no dejó de involucrarse con su tono y modo en la vida de la Polis. La violencia organizada, industrial o incluso tribal no hizo sino empujar a la política a esa deformación para la libertad que es el totalitarismo.
También vislumbraba el peligro de la propaganda y la desinformación; como teórica lúcida ya intuía la pérdida de la verdad factual en el espacio público, un fenómeno que hoy se amplifica en redes sociales y llamamos fake news, posverdad e incluso “efecto Mandela” en el mundo de la creepy pasta. En su obra Los orígenes del totalitarismo describe cómo se manipula la realidad para consolidar el poder; eso es algo que vemos todos los días, después del Covid-19, en la propaganda digital y las narrativas polarizadas.
Siempre invitó a sus lectores a cuidar la democracia y a comprender esa dupla de espacio público más acción colectiva, que son la base de la democracia y de sus instituciones, las que lamentablemente terminan no solo mal vistas, sino irrespetadas. Su descripción cratológica ofrece una visión del poder como un producto humano de la acción concertada, no de la coerción. Esto es vital para entender cómo los movimientos populistas o autoritarios manipulan el poder, mientras las democracias luchan por revitalizarlo.
Alienados o con miedo, sin creer en el otro y con información poco confiable a mano, somos peor que títeres: somos los meros datos de la naturaleza de los que hablaba Hegel.
–¿Cómo describiría Arendt los “nuevos autoritarismos” de hoy?
–Si Arendt analizara los autoritarismos contemporáneos (por ejemplo, regímenes como los de China, Rusia, Turquía o ciertos populismos en democracias), probablemente destacaría algunos elementos que no pretendo sean exhaustivos.
El primero es la diversificación del rostro del poder. Es un poco volver a la película clásica El Mago de Oz. Los nuevos autoritarismos no siempre utilizan un líder carismático único, como en el nazismo o el estalinismo, sino sistemas tecnológicos que controlan narrativas. También usan distintos rostros como actores de reparto: policías buenos, policías malos, figuras mediadoras, malos simpáticos y buenos excesivamente correctos.
En redes sociales, por medio de algoritmos y la vigilancia digital, la ideología de poder simplifica la realidad y disminuye el pluralismo que ella valoraba. Me llama la atención que utiliza esa palabra en francés en su etapa posterior a los años 60, y que en cierta medida explica esa idea de que se le va quitando brillo y fuerza a los colores de la realidad.
Por otro lado, los autoritarismos modernos no siempre requieren de los viejos modelos de campos de concentración; se valen de elementos psicológicos y alimenticios que producen apatía e impiden al ser humano darse cuenta de la polarización y la desinformación en la que está inmerso. Una vez atomizado, es más fácil ser lobotomizado, valga la mala rima. Lo importante es impedir la acción colectiva con la pantalla o con la cola por comida.
La maquinaria burocrática que padeció ahora pasa a valerse de cibernética, y el control digital permite vigilancia masiva (por ejemplo, el sistema de crédito social en China). Así se deshumaniza al ciudadano y se reduce a las personas a datos.
En pocas palabras: los datos de la naturaleza de los que hablábamos arriba con Hegel. Al atomizarte entras en una espiral de ensimismamiento que, si es creativo, te convierte en un artista; si no es así, terminas siendo reducido a la nada ontológica. La soledad es la mejor aliada del totalitarismo. Hoy, la alta conectividad digital es parte de una paradoja: vivimos hiperconectados, pero existimos en burbujas ideológicas y de entretenimiento.
Todo es más sutil, pero igualmente pernicioso. Vivimos en una nueva forma de esclavitud bíblica: somos parte de un Egipto que no nos da cebada, sino el famoso scroll infinito de la pantalla en IG o TikTok.
–¿Cómo ayuda Arendt a comprender la crisis de las democracias y la fragilidad de las repúblicas?
–Arendt distingue entre ese poder que surge de la acción colectiva y ciertas formas de acuerdos… y la violencia que implica obedecer por coacción. Esta distinción es clave para analizar las democracias actuales.
Las democracias, por acción o inacción, van sufriendo una desconexión entre el ciudadano y la institución que media y gerencia, lo que Arendt llamaría una pérdida del espacio público. Los ciudadanos, al sentirse excluidos, se vuelven vulnerables a populismos que prometen restaurar el “poder del pueblo” mediante líderes fuertes, en lugar de una acción colectiva bajo esquemas de democracia deliberativa, diría Habermas.
Arendt veía a la república como un espacio de pluralismo y deliberación. Hoy, la desconfianza en las instituciones (medios de comunicación, el sitio donde exiges justicia, el lugar que cuenta los votos) por ineficiencia va fragmentando esos espacios y debilitando la capacidad y la auctoritas de generar poder legítimo. Todo se vuelve una espiral en donde la crisis democrática crea más confusión entre poder y violencia.
Los gobiernos abusan de medidas coercitivas (leyes restrictivas, vigilancia) para compensar la falta de consenso, mientras los movimientos demagogos populistas de izquierda o derecha explotan el resentimiento para movilizar cuadros y espontáneos, pero no para construir una esfera psicoacústica proclive al diálogo, en el sentido de Sloterdijk.
Su invitación hoy en día, la de Arendt, sería: participa activamente, dialoga escuchando al otro, deja la apatía y cuidado con las trampas digitales, las criptoestafas, OnlyFans y manipulaciones políticas extremistas.
–¿Podemos hablar de una “banalidad digital del mal” en fenómenos como la desinformación, algoritmos y manipulación en redes?
–Sí. El concepto de la “banalidad del mal” de Arendt, surgido de su análisis del juicio a Eichmann, es aplicable al entorno digital, pero con ciertas gradaciones y matices.
En el mundo taylorista y burocrático de la Alemania de Eichmann, Arendt dice que la obediencia ciega y la falta de reflexión son las causas eficientes y las razones suficientes de las atrocidades. Hoy, los usuarios de redes sociales, al compartir fake news o polarizar innecesariamente discursos explosivos, actúan sin medir las consecuencias, generando angustia y daño en su ecosistema.
Los algoritmos están diseñados para amplificar esto al priorizar el engagement, el like, el compartir, el retweet, sobre la verdad, creando un entorno donde nadie fue culpable. Ese tipo de tecnología actual se utiliza para deshumanizar: las personas se vuelven mercancías o conductas predecibles. Por lo tanto, deshumanizar es una de las formas más crueles de matar, antes de matar.
Visto como instrumentos, los algoritmos son herramientas de poder que no necesariamente requieren de una intención maligna para causar daño; su “banalidad” radica en su automatización y en la falta de juicio crítico de quienes los diseñan o los usan.
La pregunta que está por responderse es si, al ser fragmentado y no ideológico, esa “banalidad digital” no termina haciendo el trabajo del diablo: erosionar la confianza y la posibilidad de interpretar con sentido común la realidad. No es un mal totalitario, pero sí fragmentario.
Lo que yo he tratado de explicar con el concepto de überpolítica es que detrás de la pintura está el pintor: todo en política tiene un diseño y un diseñador; el hecho de que no veamos los hilos no quiere decir que no haya titiriteros de fondo, o el Mago de Oz del que hablábamos arriba, cambiando la voz por medio de artefactos de todo tipo.
–¿Qué pensaría Arendt de la apropiación del legado de 1776 por el movimiento MAGA?
El movimiento MAGA (Make America Great Again) reivindica la Revolución Americana como un símbolo de libertad y de soberanía popular.
Arendt probablemente vería esta invocación de 1776 como un uso selectivo y propagandístico, una “apropiación utilitaria” como todo evento histórico utilizado a favor de una causa actual. En Sobre la revolución, ella elogia a la Revolución Americana por su creación de un espacio público basado en la deliberación y el poder colectivo, no en la exclusión o el culto a un líder.
Una revolución, para Arendt, implica un nuevo comienzo fundado en la acción colectiva y la creación de instituciones duraderas. Para un arendtiano al uso, tal vez lo MAGA represente un screenshot: una captura del lenguaje republicano para concentrar poder en una figura carismática o en una narrativa excluyente, en lugar de distribuirlo entre ciudadanos plurales.
Arendt criticaría esta apropiación como una distorsión del espíritu republicano, que debería fomentar la participación inclusiva, no la división.
–¿Cómo interpretaría Arendt la impotencia de organismos internacionales frente a crisis globales? ¿Cuál es tu crítica?
–Arendt sería crítica con la ineficacia de organismos como la ONU o la OEA.
En Los orígenes del totalitarismo, Arendt describe cómo las burocracias pueden volverse cómplices de la inacción al priorizar lo procedimental por encima de las decisiones éticas. Los organismos internacionales, con sus estructuras aburguesadas y vetos políticos, encarnan esta parálisis, incapaz de responder a infinidad de genocidios (como en Nigeria) o dictaduras de distinto espectro político.
Arendt, muy kantianamente, argumentaba que la autoridad surge del consentimiento colectivo, no de la coerción. Estos organismos carecen de un espacio público global que les otorgue legitimidad, lo que los hace impotentes frente a Estados soberanos o actores no estatales.
Ella, que vivió la condición de ser refugiada, señalaría que la incapacidad de proteger a las víctimas refleja la persistencia del problema de la apatridia, donde millones de seres humanos quedan fuera de la protección política todos los años.
La impotencia de estos organismos radica en su falla de origen, en su diseño, el cual privilegia la soberanía estatal sobre la justicia global. La falta de mecanismos ejecutivos efectivos y la dependencia de consensos entre los actores globales perpetúan su irrelevancia.
–¿Qué diría Arendt sobre la izquierda global que justifica ciertos autoritarismos o terrorismos afines a su ideología?
–Arendt sería implacable con esta contradicción, especialmente por su inconsistencia ética y la pérdida de la autonomía de la razón.
En Los orígenes del totalitarismo, Arendt critica tanto el nazismo como el estalinismo: cualquier ideología que justifique la violencia o la deshumanización es incompatible con la política.
Las voces de izquierda que excusan dictaduras o movimientos armados caen en la trampa ideológica que Arendt ha venido describiendo: sacrificar la verdad y la pluralidad por una narrativa simplista. Arendt valoraba el pensamiento autónomo, crítico, distanciado… la phronesis kantiana.
Justificar cualquier autoritarismo refleja una renuncia al juicio en favor de una lealtad ideológica, por lo tanto sesgada y parcializada. Desde una perspectiva cratológica, la izquierda que banaliza las dictaduras busca un poder ilusorio, ignorando que el verdadero poder surge de la acción plural, no de la sumisión a un régimen o causa.
–¿Qué opinas del término “iliberalismo”? ¿Es un mal nombre o parte de una confusión deliberada?
–El término “iliberalismo” es problemático y, en parte, una confusión deliberada: como un mal nombre, sugiere una mera variante del liberalismo, cuando muchos de los regímenes o movimientos etiquetados así son abiertamente antiliberales, rechazando principios como el pluralismo, la separación de poderes o los derechos individuales.
El término suaviza esta oposición radical. Algunos líderes utilizan la frase “iliberalismo” para presentarse como reformistas dentro del marco democrático, cuando en realidad lo que traen bajo el brazo es el proyecto de concentrar el poder y colonizar las instituciones.
Esto crea una ambigüedad que dificulta el análisis politológico. Desde el estudio del poder, creo que el “iliberalismo” es una estrategia retórica para legitimar el autoritarismo bajo una fachada democrática.
Un término más preciso sería “antiliberalismo autoritario”.
–¿Qué ideas de Arendt son más útiles para pensar el mundo que viene?
–Podemos enlazar, como en un diagrama de Venn, cuatro ideas: el espacio público, la acción colectiva, la crítica a la deshumanización y la natalidad.
- Espacio público: la digitalización y la vigilancia amenazan el espacio donde se genera diálogo y poder legítimo. Arendt nos insta a proteger y reinventar espacios de deliberación pluralista.
- Acción colectiva: para Arendt el poder es acción concertada; los desafíos globales (trata de personas, narcotráfico, ideologías regresivas) requieren cooperación más allá de fronteras.
- Crítica a la deshumanización: deshumanizar es matar antes de matar. Su análisis de cómo los sistemas reducen a las personas a objetos es impostergable en un mundo de economías digitalizadas y migraciones masivas.
- Natalidad: cada generación puede iniciar algo nuevo. La natalidad implica la posibilidad de reinvención frente al fatalismo.
–¿Es posible pensar en “nuevos comienzos” para la política y la democracia en un siglo de polarización y desencanto?
–Retomo lo de la natalidad: esa capacidad humana de iniciar algo nuevo. La natalidad implica que cada persona, al actuar, puede generar cambios impredecibles.
Movimientos políticos, círculos de lectura, impulso de nuevos derechos digitales… la acción colectiva sigue siendo posible. Hannah Arendt diría que la política no depende de consensos perfectos, sino de la voluntad de dialogar y de actuar juntos, incluso en desacuerdo.
La democracia se logra en el trayecto. El poder para nuevos comienzos no reside en seguir figuras carismáticas o entregarse al miedo o a tecnologías omnipresentes, sino en crear comunidades que se organizan para exponer hechos, deliberar sobre sus causas y sus efectos y decidir sobre sus soluciones.
El desafío es vencer a la maquinaria antihumana y cultivar los espacios públicos en donde esa natalidad pueda florecer.
🔖 Nota: El profesor Joaquín Ortega estará dictando junto al historiador y politólogo Jesús Lara el seminario “Hannah Arendt: pensamiento y vigencia”, un espacio presencial para explorar las categorías centrales de la filósofa y su aplicación a los desafíos contemporáneos.
–Temas: totalitarismo y crisis, la banalidad del mal, La condición humana (labor, trabajo, acción), poder vs. violencia, revolución y libertad.
–Fechas: del 15 de octubre al 26 de noviembre de 2025 (7 sesiones, todos los miércoles).
–Lugar: Goethe-Institut Venezuela, Altamira, Caracas.
–Horario: 4:00 p.m. a 6:00 p.m.
–Certificación: avalado por el prestigioso Goethe-Institut.
📝 Los participantes podrán postular productos escritos para la Fundación Friedrich Ebert (FES).
👉 Inscripciones abiertas aquí: forms.gle/5hWJeRZajLGku3rNA