En la aldea
02 octubre 2025

La lucha silenciosa de quienes informan

El periodismo es una de las profesiones más exigentes y a la vez más invisibilizadas en términos de salud mental. Jornadas extenuantes, sueldos precarios, exposición a violencia y, en países como Venezuela, censura y represión, generan un impacto devastador: burnout, ansiedad, depresión, insomnio y estrés postraumático.

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Yesi Adrián | 02 octubre 2025

Vivimos en una época en la que el cuidado de la salud mental ha tomado una relevancia muy significativa y es que, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), “la salud mental es un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de su comunidad”. Conductas que anteriormente eran descartadas fácilmente o no tenían una importancia real para la mayoría, ahora pueden ser consideradas un signo de alarma que requiere ayuda inmediata.

En un mundo que marcha cada vez más de prisa y en el que pareciera que el tiempo es insuficiente, se hace cada vez más difícil cuidar del bienestar mental. Las jornadas laborales extenuantes, los conflictos personales y la presión social no han hecho sino aumentar con el paso del tiempo. Estas condiciones, sin duda, incrementan el nivel de dificultad para quienes se desempeñan como profesionales en distintas áreas.

¿Qué pasa con estos elementos externos que no hacen sino empeorar la salud mental y que llevan a la mente humana a sobrepasar sus límites? ¿Cómo enfrentan estas circunstancias sin perder la eficiencia laboral? Una de las poblaciones más afectadas —y también más invisibilizadas— en cuanto al estado de la salud mental son justamente los periodistas.

En el caso particular de la carrera periodística, hay que tener en cuenta que el ejercicio del periodismo es intrínsecamente exigente. El periodista se enfrenta a intensas jornadas laborales en las que está sometido a constantes presiones para la entrega de noticias, investigaciones y reportajes. La forma vertiginosa en la que se suceden los hechos obliga a los profesionales de este oficio a trabajar a un ritmo muy acelerado. Esto se traduce en un mayor agotamiento y poco tiempo de descanso.

Según la Dra. Helen Ouyang, médica y profesora asociada a la Universidad de Columbia, así como colaboradora del New York Times, “ahora se sabe que trastornos psicológicos como el estrés, la depresión y la soledad están relacionados con defensas inmunitarias deficientes (…) El estrés laboral se ha ligado con accidentes cerebrovasculares”. Según la Unesco, las investigaciones sobre la afectación a la salud mental de los periodistas aún son escasas y no existe un reconocimiento acerca de la vulnerabilidad a la que se enfrentan. Quienes hacen periodismo están expuestos a situaciones de violencia, desastres naturales, crisis y guerras; todos estos son elementos que, a largo plazo, deterioran la salud mental.

El resultado de ello es que muchos periodistas padecen o han padecido de burnout que, según la OMS, “es un síndrome conceptualizado como resultado del estrés laboral crónico que no se ha manejado con éxito” y que se refleja como cansancio, desgana o fatiga, es decir, falta de energía para llevar a cabo las tareas que el oficio demanda. También se evidencia un aislamiento mental del trabajo: la persona está presente sin realmente estarlo, en una especie de desconexión con la labor periodística. Finalmente, aparece una disminución del rendimiento o efectividad del trabajo profesional.

Una de las recomendaciones que suelen hacer los psicólogos a sus pacientes es que eviten ver noticias, sobre todo aquellas que presentan un alto contenido de violencia o de situaciones negativas. Sin embargo, ¿cómo puede un periodista no ver noticias, si esa es justamente su labor? Su compromiso no es sólo con el oficio, sino con la sociedad. Su profesión demanda que comunique a las personas cuáles son las medidas que se están tomando en las grandes esferas y cuáles son los eventos que se desarrollan minuto a minuto. Es a partir de ello que la sociedad puede hacerse una imagen acerca de su presente y, en consecuencia, tomar decisiones.

Aun así, no se trata exclusivamente de las dificultades que conlleva ejercer el periodismo, sino que también se suma el hecho de que muchos de estos profesionales tienen remuneraciones poco satisfactorias, lo que por supuesto no hace sino acrecentar los niveles de estrés. La presión no se debe únicamente a la velocidad con la que avanza el mundo y, por tanto, los eventos, sino que los horarios extenuantes —que parecieran no tener inicio ni fin— también tienen un enorme impacto en el deterioro del bienestar psicológico.

Ha habido otros factores con gran incidencia en la salud mental de estos profesionales, como lo fue el Covid-19. Byron Fernando Bustamante, profesor de Psicología y miembro del grupo de investigación de psicología clínica y de la salud en la Universidad Técnica Particular de Loja, Ecuador (UTPL), desarrolló una investigación con el apoyo de la Unesco en la que se analiza el impacto que generó la pandemia en la salud mental de los periodistas, enfocándose en Perú, Ecuador y Venezuela. Según este estudio, los profesionales de estos tres países se enfrentan a problemas de ansiedad, trastornos del sueño y somatización, definida como “la transformación de problemas psíquicos en síntomas físicos”.

Para llevar a cabo esta investigación en los tres países, la UTPL se asoció con las siguientes organizaciones periodísticas: Fundamedios de Ecuador, Instituto Prensa y Sociedad de Perú y Medianálisis de Venezuela. Según el investigador, en América Latina se invisibilizan los problemas de salud mental que atraviesan los periodistas y, además, los seguros sociales no cubren atenciones psicológicas, dificultando aún más el acceso a sesiones terapéuticas.

En el caso particular de Venezuela, esta investigación explica que en el país existe una “hegemonía comunicacional” impuesta por Hugo Chávez desde 1999, lo que ha llevado al cierre de distintos canales de televisión y estaciones de radio. Este contexto ha generado mucha precariedad en cuanto a la estabilidad laboral, lo que dificulta su sostenibilidad económica. Muchos periodistas se han visto obligados a trabajar para medios del Estado venezolano, mientras que otros han decidido emigrar y otros han abandonado el ejercicio de su carrera.

De acuerdo con el Instituto Prensa y Sociedad en Venezuela (IPYSve), en el país el periodismo se hace en un contexto de miedo. El temor a informar nace debido a las represalias y la represión consecuente. En su informe publicado argumentan que “en un entorno cada vez más restrictivo de libertades, entre ellas la libertad de expresión, el derecho a la información y el derecho de acceso a la información pública”, el riesgo que asumen los periodistas es aún mayor y los coloca en una situación más precaria, porque se encuentran en una encrucijada en la que deben decidir si informar o no, conscientes de las posibles consecuencias.

Mar Cabra, periodista de investigación y ganadora del Premio Pulitzer, ha destacado que los niveles de estrés postraumático y agotamiento sólo continúan en aumento. De igual forma, también resalta que en países —como es el caso de Venezuela— en los que no existen garantías para la libertad de prensa, “las tasas de ansiedad son más altas”. Es por ello que, justo acercándonos al 10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental, es importante hacer énfasis en el cuidado de la misma.

Es fundamental que los medios de comunicación también tomen conciencia de su importancia y es que, como dijo Gabriel García Márquez, “el periodismo es la profesión que más se parece al boxeo, con la ventaja de que siempre gana la máquina y la desventaja de que no se permite tirar la toalla”. Pero para que los periodistas no tiren la toalla es necesario que existan nuevos mecanismos que atiendan su salud mental, que los capaciten con herramientas para enfrentar situaciones de riesgo y que incluyan acompañamiento psicológico constante.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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