El amplio despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe ha despertado ilusión entre la mayoría de venezolanos que anhelamos un cambio de gobierno en el país, especialmente tras más de un año sin mayor idea sobre cómo combatir a Maduro y compañía. El enfrentamiento directo planteado por el presidente Donald Trump y su equipo, reabre el debate sobre un posible quiebre en el régimen, que lleve a la salida de Maduro, o alguna acción militar directa dentro del país. Esta última opción, antes casi inimaginable, parece cada vez más real, sobre todo tras los ataques a botes, presuntamente narcotraficantes, cerca de las costas venezolanas.
Pero esta esperanza luego de tanta oscuridad, no debe llevarnos a un optimismo ciego, casi tóxico, o a vender con certeza que “la transición ya empezó”. Deberíamos evitar los errores que desde hace tanto tiempo nos han perjudicado, como cuando jurábamos que Maduro no podía aguantar la presión de 2019, o cuando -hace décadas- subestimamos la popularidad de Chávez antes de cualquier contienda electoral.
La maquinaria pesada que Estados Unidos ha puesto en el Caribe ciertamente no puede ser minimizada, ni considerada “humo”, como tanto se comentó hace unas semanas. Lo que sigue siendo humo es asegurar que este es, sin lugar a dudas, el camino al éxito y a una transición democrática, sin ni siquiera preguntarnos qué distintos escenarios podrían desencadenarse.
Esta vez, casi todas las opciones están realmente sobre la mesa
En días recientes, un artículo del New York Times sobre la cotidianidad en Venezuela despertó gran molestia entre numerosos políticos y comentaristas del país. El reportaje claramente falla en puntos claves, dando a entender que Venezuela se mueve entre el desinterés y el rechazo a la presión estadounidense. Vuelve a colocar a Henrique Capriles como una voz relevante de la política nacional actual (a pesar de repetidos fracasos electorales recientes), y muestra a una oposición dividida en dos partes casi iguales, sin que existan pruebas de ningún tipo para respaldar tal visión.
Sin embargo, el artículo también resalta puntos que entre buscamos un cambio parecemos negados a discutir. Por ejemplo, que diplomáticos en el país no ven mayores muestras de quiebres en la coalición de Maduro o, quizás más relevante, que la situación podría incluso empeorar tras alguna acción de Estados Unidos. No es alocado pensar que la salida forzada de Maduro podría generar un vacío que aprovechen los distintos grupos armados e irregulares que tienen presencia en Venezuela. O que sea un grupo de militares, hoy claves para la permanencia de Maduro, los que tomen el poder con más ánimo de revancha. Una eventual salida de Maduro, aun cuando fundamental y deseada, no implica necesariamente una ruta directa a la juramentación de Edmundo González, y al inicio de la democratización del país.
Sabiendo que Trump es imprevisible, y puede cambiar radicalmente sus posturas, en este momento todas las opciones parecieran estar sobre la mesa, excepto una sola: una amplia invasión estadounidense para mantener una prolongada presencia en el país, que asegure no solo un cambio de gobierno, sino la pacificación del país. De resto, todo podría pasar en los próximos meses, de un extremo al otro: desde ataques a distancia con objetivos específicos, a una negociación forzada por el cerco estadounidense que lleve a la salida de Maduro, a un acuerdo que satisfaga a la Casa Blanca, con Maduro “comprometiéndose” a combatir el narcotráfico y la migración, y abriendo la puerta a más inversiones estadounidenses.
Aunque Washington ha señalado una y otra vez a Maduro directamente como líder del narcotráfico desde Venezuela, no es impensable que, luego de algunos meses de despliegue, Trump y compañía declaren victoria, asegurando que el narcotráfico en el Caribe ha sido eliminado. A Trump le encantaría poder hacer el ‘trabajo completo’, pero la prioridad de la administración, en especial de esta que tiende más al aislacionismo que a la ‘exportación de la democracia’, es detener el flujo migratorio y de drogas hacia Estados Unidos. Tal objetivo puede ser compatible con el cambio de mando en Venezuela, pero no depende del mismo.
El deseo y el escepticismo pueden convivir
Yo, como millones de otros venezolanos, deseo cuanto antes un cambio de gobierno en Venezuela. Pero a estas alturas, deberíamos saber que la falta de debate en favor de la ruta trazada, cualquiera que esta haya sido, nos ha hecho daño. El gobierno interino de Guaidó debió terminar antes de lo que lo hizo, y su extensión casi superficial perjudicó mucho a la oposición, y al propio dirigente, ahora a menudo vilipendiado en su exilio. Creernos mayoría en la primera década de este siglo, y cantar fraude repetidamente, nos costó años de retroceso y facilitarle el camino a Chávez, además de afectar nuestra credibilidad cuando ciertamente nos robaron elecciones.
La situación de hoy es distinta a cualquier otra que hayamos vivido desde 1999. Podría terminar en una pronta transición a la democracia, y la estabilidad que tanto anhelamos para el país. Pero también podría fracasar, ya sea con mayor consolidación de Maduro, o con un tipo de caos que aún no hemos conocido. Ser cautelosos, luego de tantas desilusiones, no es pecado. Al contrario, es clave para estar mejor preparados ante cualquiera de los escenarios que puedan darse.