En la aldea
21 septiembre 2025

CAP II y los problemas del liberalismo venezolano

Hoy, cuando se asoma el fin del régimen chavista, el liberalismo vuelve a mencionarse, esta vez de la mano de nuevas generaciones que lo ven como la vía para reconstruir el país. Pero solo podrá nacer si aprende de los errores que antes lo hundieron.

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Elías Pino Iturrieta | 21 septiembre 2025

Como se supone que el liberalismo volverá por sus fueros cuando, algún día, salgamos de la dictadura de Nicolás Maduro, de seguidas se recordará su fracaso en los tiempos de Carlos Andrés Pérez II, capaces de impedir un acceso que se le había negado desde los tiempos de José Tadeo Monagas. De eso se escribe hoy, ante la falta de noticias fiables sobre la actual crispación venezolana. Sobre ella tendremos horas más auspiciosas para hablar.

La más reciente de las discordancias en torno al liberalismo venezolano se observó en el hecho de que tratara de resucitarse durante la administración de un mandatario que había encarnado todo lo contrario durante su primer paso por el gobierno. Carlos Andrés Pérez fue una especie de emperador del intervencionismo estatal cuando debutó en Palacio de Miraflores, hasta el punto de que los ciudadanos del futuro vincularan su nueva gestión con la prodigalidad de la riqueza que manaba de las alturas por decisión de un generoso donador distinguido por la virtud de la esplendidez.

Pero, sin aviso ni protesto, sin mayores explicaciones, se convirtió en lo contrario. El dador de los beneficios pretendió que los beneficiarios los buscaran por su cuenta o, por lo menos, a través de unos esfuerzos que antes no figuraban en el repertorio de la mano floja. Sabemos que la reforma no pasó a mayores, apenas se asomó sin provocar aprietos serios a la comunidad, pero generó una primera reacción de inconformidad y violencia que desembocó en disturbios difíciles de borrar de la memoria colectiva. Ni el partido de gobierno estaba enterado de la magnitud de las reformas propuestas y en vía de ejecución (eso confesaron sus líderes), asunto que no solo remite a la prepotencia de su ejecutor, sino también a la desconexión de los altos burócratas del ramo con las costumbres venezolanas que ya eran seculares y que no podían borrarse mediante decreto.

¿Sabía alguien lo que significaba el liberalismo que traía CAP II en su flamante equipaje? ¿Se había mencionado el contenido a los votantes que se regodeaban en el recuerdo de CAP I? No se trata de dudar de los beneficios del proyecto que proponía la sorpresiva edición del mandatario, sino de pensar en la temeridad que significó retar una historia en la cual el liberalismo había jugado un pésimo papel. Los tecnócratas de la rectificación no solo se enfrentaban a una forma de vida muy encarecida, sino también a una tradición de indefiniciones y contradicciones que tal vez desconocieran del todo. De allí el fracaso rotundo, que quizá hubiera evitado o aliviado una mínima consideración del pasado, especialmente a partir de la fundación del Partido Liberal en 1840 contra la gestión encomiable de la gente de José Antonio Páez.

Desde su fundación como partido organizado, el liberalismo venezolano fue la negación de los preceptos en los cuales se aclimató la corriente partiendo de los modelos americanos y europeos que le dieron origen. Nació como reacción frente a la administración de los llamados conservadores o godos, sin considerar que entonces las figuras fundamentales del gobierno seguían con disciplinada conducta los principios de la escuela llamada manchesteriana hasta convertirse en campeones del laissez faire. Sin una noción siquiera mínima de estos pormenores, lo que se ejecutara después en partitura liberal sería riesgoso, o un paso decisivo hacia el abismo. De allí los tumbos y la muerte de CAP II, en espera de resurrección como proyecto de modernización, pero totalmente explicable debido a la ignorancia que entonces campeó sobre unos antecedentes que eran y son fundamentales.

¿Existirá tal resurrección, después de salir de la “Revolución Bolivariana”? Lo escrito no proviene de una ensoñación, sino de la orientación de importantes sectores políticos e intelectuales con vocación de poder movidos por la influencia cada vez más sólida de María Corina Machado, que están llamando a nuestras puertas después de crecer en el afecto popular. ¿Acaso no puede existir, por fin, un liberalismo apoyado por un pueblo necesitado de una convivencia digna y justa? Como todavía no sabemos cuándo puede ocurrir el entierro más anhelado para el retorno de un desenvolvimiento “normal” de la vida venezolana, enmarcado en las ideas de un liberalismo de antigua data que sufrió en nuestros días el estrepitoso fracaso de CAP II, ahora solo evocamos por encima una historia reciente que puede tener utilidad para los pasos que, si las cosas no pasan de castaño a oscuro, pronto deberemos dar como sociedad.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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