En la aldea
13 septiembre 2025

La estatua con pies de barro

Una dictadura que parece de hierro, pero tiene pies de barro. La tiranía de Nicolás Maduro se presenta como indestructible, pero está corroída por dentro. Nuestra tarea no será solo conquistar la libertad política, sino también sanar espiritualmente a Venezuela para que jamás vuelva a erigir su destino sobre la mentira.

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Juan Miguel Matheus | 13 septiembre 2025

El profeta Daniel narra la visión de una estatua grandiosa: la cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies de hierro mezclado con barro cocido. Era, en apariencia, una figura imponente, destinada a inspirar temor y reverencia. Sin embargo, su destino estaba marcado por la fragilidad: los pies, la base misma de la estatua, eran débiles y quebradizos, y por allí entró la piedra que la hizo pedazos. Esta imagen bíblica ilumina la realidad venezolana. El régimen de Nicolás Maduro se presenta con aires de solidez, como si estuviera forjado en metales preciosos; pero su sostén es barro y, por lo tanto, tarde o temprano, caerá.

La dictadura ha erigido una fachada de fortaleza. Controla las armas, las instituciones, los recursos y las comunicaciones. Se empeña en proyectar poderío, como aquella cabeza de oro de la estatua de Nabucodonosor. Pero detrás de esa apariencia solo hay estructuras corroídas por la corrupción, el miedo y la mentira. Lo cierto es que un régimen fundado en la injusticia es incapaz de sostenerse indefinidamente, porque todo lo que niega la verdad está condenado a derrumbarse. San Juan Pablo II lo advirtió con lucidez: “Un sistema que niega los derechos fundamentales de la persona, tarde o temprano se revela como incapaz de sostenerse” (Centesimus Annus, 44). El mal, por naturaleza, se devora a sí mismo porque no prevalece ante lo espiritual de lo humano. Como recordó Emmanuel Mounier en su Manifiesto al servicio del personalismo,“la política no puede reducirse a técnica o estrategia; es una tarea espiritual que compromete al hombre entero”. Esa verdad alumbra la lucha venezolana: la mentira institucionalizada se ha convertido en una farsa visible incluso para quienes alguna vez se beneficiaron del poder, y ningún aparato de propaganda puede ocultarla por siempre.

La historia enseña que los totalitarismos, aunque parezcan invulnerables, se desploman súbitamente. El comunismo en Europa del Este se desmoronó casi de un día para otro cuando el “poder de los sin poder”, como lo llamó Václav Havel, abrió grietas en la estatua de hierro. Así sucederá en Venezuela: lo que parece indestructible caerá porque sus cimientos son de barro, están moralmente podridos. La pregunta no es si caerá, sino cuándo, y si estaremos preparados espiritual y políticamente para ese momento.

Esa preparación implica comprender que la lucha no se reduce a recuperar formalmente la democracia. La dictadura ha destruido instituciones, pero también ha herido el alma nacional: ha pretendido degradar la verdad y sembrar desesperanza. Por eso, la lucha por la libertad es, insisto, una batalla espiritual. Venezuela necesita una sanación profunda: buscar a Dios, reencontrarse con la verdad, proteger la dignidad humana y volver a levantar su vida cívica sobre fundamentos sólidos. El profeta Daniel recuerda que la estatua cayó porque una piedra “no cortada por mano humana” golpeó sus pies y la desmoronó. En las sagradas escrituras esa piedra es la fuerza de Dios, de la justicia y de la verdad que, en el momento oportuno, irrumpe en la historia para mostrar que el poder humano no es absoluto; mucho menos eterno.

Lo que corresponde ahora a los venezolanos es mirar más allá del barro y preparar el renacimiento. La democracia que vendrá no puede ser una fachada tan frágil como la que se derrumba: debe levantarse sobre roca firme, la roca de la justicia. La estatua de la dictadura caerá, como cayeron antes otras estatuas que parecían invencibles. Y cuando eso ocurra, nuestra tarea será no solo conquistar la libertad política, sino sanar espiritualmente a la nación para que jamás vuelva a erigir su destino sobre pies de barro.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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