“La frase más equivocada de estos tiempos es decir que los problemas de Venezuela sólo los pueden resolver los venezolanos”. La idea no es de un opositor “radical”, sino del escritor y columnista Moisés Naím. La ha repetido en entrevistas y la ha desarrollado en sus columnas de opinión. Básicamente, Naím apunta a que Venezuela es un “país ocupado por otras potencias”, como China, Rusia e Irán, y que también sufre la influencia de los “cárteles criminales” que forman parte de la estructura de poder que sostiene a Nicolás Maduro.
En su libro Autocracia S.A., la escritora Anne Applebaum plantea una idea similar. Allí esboza cómo regímenes autocráticos —entre los que incluye al venezolano— han desarrollado alianzas e interrelaciones que nada tienen que ver con las ideologías, pero sí con el dinero, la cleptocracia y la figura de “Estados mafiosos” cuyo único fin es permanecer en el poder a toda costa.
Entonces, ¿qué hacer? ¿Tiene salida la encrucijada venezolana?
Si había un momento crucial para saber si el chavismo estaba dispuesto a entregar el poder, ese fue el 28 de julio de 2024. A ese día se llegó tras el Acuerdo de Barbados, firmado en octubre de 2023, avalado por la administración de Joe Biden, el reino de Noruega y otros actores de la comunidad internacional, como Colombia y Brasil. Pero nada de eso sirvió: Maduro y la élite gobernante se enroscaron en su autoritarismo, desconociendo la amplia victoria de Edmundo González, el único candidato que permitió el régimen luego de bloquear a María Corina Machado.
Una vez más, Maduro y el chavismo demostraron hasta dónde estaban dispuestos a llegar. Cruzaron otra “raya roja”, como hicieron en 2013 contra Henrique Capriles en la sobrevenida elección presidencial tras la muerte de Hugo Chávez, o al desconocer de facto a la Asamblea Nacional electa en diciembre de 2015, desatando la grave crisis política sin importar las consecuencias.
El reciente despliegue militar de los Estados Unidos en aguas del Caribe ha desatado todo tipo de rumores y especulaciones. Como suele ocurrir en ese tipo de noticias, hay que distinguir el ruido y la propaganda de los acontecimientos. Pareciera que estamos en presencia de un nuevo escenario o, al menos, de la definición de una política de Washington hacia Caracas.
La administración de Donald Trump le ha declarado la guerra a los cárteles del narcotráfico y parece dispuesta a atacar a los “cárteles criminales” —en palabras de Naím— y esa economía ilegal de la que también se nutre el régimen de Maduro. Allí entra el “Cártel de los Soles”, recientemente designado por el Departamento del Tesoro como una organización “terrorista”. Cifras de Transparencia Venezuela revelan que solo en 2024 el narcotráfico en Venezuela generó ingresos brutos por 8.236 millones de dólares.
Aunque algunos analistas locales y dirigentes como el propio Henrique Capriles o Stalin González responsabilizan a María Corina Machado y a los “radicales” por el cierre de la vía política, fue Maduro quien el 28 de julio enterró una vez más la posibilidad de lograr una salida democrática. Al fraude electoral, además, le siguió una represión que dejó 27 venezolanos asesinados por protestar y una brutal persecución que se ha mantenido desde entonces.
En una de las alusiones de Applebaum al “modelo Maduro”, lo describe como aquel donde los autócratas son capaces de aceptar la “ruina económica, la violencia endémica, la pobreza generalizada y el aislamiento internacional si con ello logran mantenerse en el poder”. Ese es el escenario que ha preferido Maduro una y otra vez, bajo el supuesto de que no será él quien “entregue la revolución”.
En una reciente entrevista con la BBC, Henrique Capriles cuestionó las maniobras militares de los Estados Unidos en el Caribe e insistió en la necesidad de una “negociación política”. “Hay que seguir buscando una negociación para que Venezuela no termine siendo otra Cuba u otra Nicaragua. Hay gente que dice que ya lo es, pero aquí sigue habiendo oposición de verdad”, afirmó Capriles.
Capriles usaba el mismo argumento en 2023, cuando la oposición venezolana se preparaba para las elecciones primarias. “Maduro puede elegir, (veremos) si agarra el camino del impresentable de (el presidente de Nicaragua) Daniel Ortega, del dictador, o él quiere escoger el camino de (el mandatario brasileño Luiz Inácio) Lula (da Silva)”, declaró en aquella oportunidad.
El 28 de julio quedó claro el camino que escogió Maduro.
¿Otro diálogo?
Si entender la vocación autoritaria que ha demostrado Maduro es clave, así como el rol de Venezuela en ese engranaje de autocracias, también es importante que la oposición no repita errores y aprenda del pasado.
Plantear, como ahora asoma Capriles, una nueva negociación sin esos factores en mente arrojará el mismo resultado de los episodios anteriores: Maduro desconoce a la comunidad internacional, se atornilla en el poder y fragmenta a la oposición.
A pesar del apoyo de la comunidad internacional, son muchas las negociaciones que han fracasado ante la negativa de Maduro a dar concesiones democráticas, si con ello se pone en riesgo su permanencia en el poder.
Una de las más recordadas fue la celebrada en República Dominicana a finales de 2017 y que tenía como meta establecer las condiciones para las elecciones presidenciales de 2018. El proceso terminó sin acuerdo; la oposición decidió no participar en esos comicios porque el chavismo, con la anuencia del expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, no permitió un pacto con un mínimo de garantías.
En paralelo, Maduro organizaba en Caracas la llamada “mesita” con una suerte de oposición a la medida o sin capacidad de presión, para terminar adelantando las elecciones presidenciales al mes de mayo. Así garantizaba un adversario que no representaba una amenaza electoral y que en ese momento fue Henri Falcón.
Como ya mencionamos, el Acuerdo de Barbados fue desconocido en su totalidad por Maduro, luego de la liberación de Alex Saab por parte de los Estados Unidos en diciembre de 2023. Tomás Guanipa, quien ahora está alineado políticamente con Capriles bajo el paraguas de Unión y Cambio, fue firmante de ese acuerdo.
Esa corriente política, que ya se ha desmarcado por completo de la Plataforma Unitaria y de María Corina Machado, promueve la tentadora idea de que con un cambio de interlocutores los resultados serían distintos. Como han demostrado los numerosos procesos de diálogo en el pasado, esa premisa es una ingenuidad. En ninguno de esos acercamientos el chavismo ha aceptado contemplar su salida del poder como un escenario posible.
Las recientes liberaciones de presos políticos son el espejismo sobre el que dirigentes como Capriles o Guanipa basan su optimismo. Pero el oficialismo, desde hace mucho tiempo, usa a los presos políticos como moneda para simular intenciones de negociar y disimular su pretensión de perpetuarse en el poder. Por eso aplican una especie de “puerta giratoria” a través de la cual liberan a unos pocos y apresan a muchos más, para mantener una conveniente “reserva” que manipulan e intercambian a conveniencia.
Un expreso político con el que conversamos para hacer esta nota considera que es un error entender estas liberaciones como una negociación, cuando en realidad son una “concesión que les hace Maduro a cambio de algo”. Explica que estas acciones ni siquiera se dan por un asunto humanitario, sino que forman parte de una estrategia: “Aquí es un favor por otro, así es como lo manejan”, resumió.
En otras palabras, esas liberaciones parciales de presos políticos no le restan al chavismo ni un milímetro de poder y solo forman parte de su juego político.
Tras el 28 de julio de 2024, en Venezuela existe un estado de terror, donde la discrecionalidad, los atropellos y las capuchas negras de la policía política siembran miedo en toda la sociedad. Venezuela es un país militarizado, y Diosdado Cabello es el símbolo más evidente de esa política.
Entonces, ¿es posible pensar que los venezolanos solos pueden lograr que un régimen como el chavista deje el poder? ¿Es sensato creer que, sin una presión creíble, habrá algún tipo de posibilidad de que el chavismo permita una transición?
No es realista creer que vendrá la comunidad internacional y arreglará el problema por los venezolanos. En este sentido, semanas atrás el subsecretario de Estado norteamericano, Christopher Landau, hizo una declaración que generó polémica: “Los venezolanos debían levantarse y reclamar su propia libertad”.
Pareciera que debe ensayarse una estrategia conjunta: negociadores venezolanos con legitimidad y actores internacionales que tengan el poder de ejercer presión. Eso sí, todos asumiendo que el chavismo no está dispuesto a ceder el poder por las buenas a nadie.
Resulta muy claro que, sin una amenaza creíble y visible en la puerta, no es viable un cambio político en Venezuela. Mal hacen unos dirigentes ambiguos y sin respaldo popular al creer que lograrán sentar a Maduro a discutir las condiciones de una eventual transición.