No han faltado los reproches para quienes, desde la esquina de la oposición, criticamos a figuras o a dirigentes que se presentan como antagonistas de la dictadura pero que no forman parte del movimiento que la adversa con mayor énfasis. A muchos les parece que así se hace un flaco favor a las posibilidades de una restauración democrática, porque se profundiza una división que no debería existir debido a que es contra natura. Parece un argumento respaldado por la lógica, la reacción de la sensatez frente a la irresponsabilidad, o frente al fanatismo, pero seguramente sea solo el resultado de una aproximación sin cortesías a la realidad venezolana.
Un argumento de peso entre los que circulan contra quienes criticamos a los que se han alejado del liderazgo de María Corina Machado para actuar en forma autónoma, consiste en abogar por el libre albedrío que respalda su decisión de mirar con ojos distintos el entramado del poder. No les faltara razón si fuera así, pero el punto pierde su contenido cuando observamos el carácter sesgado de sus críticas y la manera ambigua de abordar temas cruciales como los referidos a la defensa de los derechos humanos y a la persecución de los activistas fajados contra el establecimiento. No nos referimos a menudencias. Hablamos de cacerías por el simple hecho de declarar sobre la inseguridad en los barrios y de torturas llevadas a cabo en las prisiones, nada menos. Hablamos del ataque a periodistas encerrados tras rejas de acero por el único motivo de ejercer su profesión con responsabilidad, nada menos. ¿Han levantado su voz contra esas aberraciones que claman al cielo? ¿Han metido la nariz en las ergástulas y han denunciado a los verdugos que las manejan? Ese tipo de reproches no ha movido sus declaraciones en los programas de radio que frecuentan, porque en actos públicos jamás se les ve la cara.
Así las cosas, cualquiera tiene el derecho de distanciarse de unos puntos de vista que apenas existen, o que ni siquiera se asoman para aparentar conductas cristalinas. La existencia de una persecución descarnada de elementos refractarios, grandes y pequeños, conocidos o nuevos en la plaza, es uno de los rasgos característicos del madurismo, quizá su estigma más evidente junto con la corrupción desenfrenada, pero esos supuestos opositores ni siquiera los enfrentan a toro pasado. El sacarle el bulto a las aberraciones más evidentes de la vida venezolana, a una cotidianidad convertida en cárcel o en amenaza de prisión inminente, o cada vez manejada con mayor impunidad por una pandilla de ladrones, llena de zarzas el sendero de credibilidad que reclaman los opositores que no siguen a quienes defienden el triunfo de Edmundo Gónzalez Urrutia en las elecciones presidenciales porque les parece más aconsejable explorar “otras rutas¨” para llegar al poder. Mientras nos muestran la posibilidad de esas “otras rutas”, lo más saludable consiste en tenerlos bien lejos, en usar la distancia como escudo de sobrevivencia y de resguardo moral.
El reciente informe de la ONU sobre la represión dominante en el país viene al pelo para ponerlos en evidencia. El informe detalla delitos terribles de la dictadura, como era de esperarse. No han tocado su contenido ni con el pétalo de una rosa. Han pasado a pie juntillas sobre sus evidencias, para no hacer ruidos que molesten al jefe Nicolás. La Asamblea Nacional ha aprobado un comunicado contra el documento del organismo internacional, con todas las manos de los diputados alzadas en señal de aquiescencia. Ni una sola voz se levantó contra una decisión tendenciosa que disculpa el trabajo de los esbirros. ¿No hay en el seno de ese ¨parlamento¨ unos diputados que no son del PSUV y que, por consiguiente, pudieron manifestarse en contra o salvar el voto? ¿No se sientan en las cómodas curules ciertos representantes que provienen de la esquina contraria al régimen? ¿No tienen conocimiento de los vejámenes que la sociedad padece? ¿Están de adorno en el salón de sesiones?
Una tapadera tan colosal de los pecados de la dictadura, una alcahuetería así de vergonzosa, es otro aporte para el argumento que los descalifica y, ojalá, otra pieza de su cercana lápida. Y no hay seguridad de que los nuevos representantes del pueblo a quienes les regalaron escaños actúen en forma distinta. Anochecerá y veremos.