Gabriel Jesús Sarmiento Rodríguez fue asesinado en su propia casa en El Piñonal, Maracay, estado Aragua. El crimen no ocurrió en secreto, ni bajo la sombra de la noche: ocurrió en vivo. Mientras transmitía por TikTok. Mientras denunciaba lo que tantos callan: los vínculos entre funcionarios del Estado venezolano y las organizaciones criminales que gobiernan por la fuerza. Mientras pedía ayuda al SEBIN. Mientras decía su dirección. Mientras lo mataban.
Sarmiento tenía 25 años y usaba sus redes sociales —donde acumulaba más de 80 mil seguidores— para hacer lo que pocos: señalar con nombre y apellido a quienes integran el entramado mafioso que sostiene al régimen. En sus últimos días, denunció a miembros del «Tren del Llano», a un comisario de la DCDO, e incluso mencionó directamente al nombre del «pran» más temido del país: Héctor Guerrero Flores, alias “Niño Guerrero”, cabecilla del Tren de Aragua, fugado desde 2023 con la presunta complicidad de las propias autoridades.
Gabriel sabía que lo buscaban. Que lo amenazaban. Que estaban detrás de él. Lo dijo en la transmisión. Y lo cumplieron. No solo lo acribillaron mientras sus seguidores lo veían en directo, sino que también hirieron de bala a su madre, que estaba a su lado y gritaba con desesperación cuando llegaron los sicarios.
El asesinato quedó grabado. Viralizado. Compartido. Denunciado. Y, sin embargo, como ocurre con cada crimen durante los tiempos del chavismo —cometido por funcionarios, bandas armadas o aliados criminales—, el miedo mantiene bajo llave muchas voces. Lo que en otros países sería una causa nacional, en Venezuela se transforma en murmullo por miedo. Por lógica. Porque hablar, muchas veces, es peligroso.
La Fiscalía, en un gesto ya clásico de cinismo, ha anunciado que “se investigará” el caso a través de la Fiscalía 69 contra el crimen organizado. La misma estructura judicial que ha garantizado impunidad sistemática para los verdaderos responsables del terror. La misma que no tocó a nadie cuando Oscar Pérez fue masacrado en 2018. La misma que hoy calla ante los más de 900 presos políticos, las más de 50 desapariciones forzadas, los secuestros, los exilios, los asesinatos.
Gabriel Sarmiento no fue una víctima colateral. Fue un objetivo. Fue un joven venezolano que se atrevió a desafiar al sistema criminal y mafioso que controla el país. Que se enfrentó a la represión con una cámara y una conexión a internet. Que usó su voz.
Y su voz todavía resuena.
Este crimen desnuda, sin espacio para excusas ni relativismos, lo que ocurre en Venezuela: una maquinaria que mezcla terrorismo de Estado, bandas armadas, corrupción estructural y silencio obligado. Una maquinaria que, cuando ya no logra ocultar sus crímenes, los comete en cámara. En tiempo real.