En la aldea
12 junio 2025

Los tiempos más sucios de la historia

En medio de los años más oscuros de nuestra historia, cuando la dictadura persigue, encarcela y exilia, Primero Justicia ha resistido con integridad, con ideas y con una comunidad viva.

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Juan Miguel Matheus | 11 junio 2025

Decía a su hijo Andrés Eloy Blanco, nuestro poeta popular, en el Coloquio bajo el laurel: 

“Viviendo estás [hijo mío] los años más sucios de la historia.
Pero si sobrevives, será tu tiempo el tiempo
de la bondad triunfante, de la justicia erguida,
donde la voz alcance la libertad del sueño”.

Con estos versos terriblemente realistas pero esperanzadores, Andrés Eloy Blanco habló sobre la adversidad a las generaciones futuras. Advirtió que la suciedad de la historia —el mal— no es definitiva si se resiste desde la dignidad de la conciencia. Y entregó una promesa: que, si se sobrevive con esa dignidad, vendrá el tiempo de la justicia erguida y de la voz libre para construir los sueños de justicia.

Lo anterior es, exactamente, lo que nos toca vivir hoy en Venezuela. Los años más sucios de nuestra historia republicana. La degradación espiritual (casi) total. El desmantelamiento del Estado de Derecho. La deshumanización de la vida pública. Estamos sometidos a la peor autocracia que hayamos conocido. Una dictadura que ha superado con creces a todos los tiranos de nuestro pasado; que son bastantes…

Ningún régimen anterior —Gómez, Pérez Jiménez y, ni siquiera, el de los Monagas— logró instaurar un sistema de destrucción moral, económica y política tan radical como el actual. Maduro ha convertido al poder en un instrumento de castigo contra el pueblo porque lo odia. Ha destruido el valor de la ley. Ha pretendido desvirtuar lo afirmativo venezolano. Ha empobrecido a millones y ha perseguido sin tregua a quienes se atreven a pensar distinto por anhelar justicia.

Pero en medio de esta larga noche vivimos también un momento estelar. El régimen reconoce en los justicieros —aplicando la lógica de Carl Schmitt— a enemigos subversivos. No porque lo seamos, sino porque nos teme. Porque nos reconoce aferrados a la verdad y a la justicia en la procura de la libertad. Por eso, ha lanzado sobre nosotros toda su maquinaria represiva. Prisión, exilio, muerte. Pero ello, aunque duela, hace que ya tengamos nombres imborrables escritos en las páginas de la historia. El de Fernando Albán, por ejemplo, que es un mártir de la verdad y de la justicia. Y con él, el de muchos dirigentes justicieros que han sido perseguidos, inhabilitados, obligados al exilio o encarcelados por mantenerse firmes. El último y más representativo es Juan Pablo Guanipa.

Y, sin embargo, no han podido quebrarnos. ¿Por qué? Porque lo más sólido que tiene Primero Justicia, después de la fidelidad apasionada de su militancia, es su carácter doctrinal. Somos un partido de ideas. “Tomamos parte”, que es lo que significa ser partido, y fijamos posturas. Un carácter —la verdad sea dicha— impreso por nuestro fundador: Julio Borges. Desde los inicios entendió que la política sin ideas claras, sin procura de verdad, es un ejercicio banal de oportunismo o de falsa audacia. Y que solo una doctrina firme puede sostener  a un partido en todo momento, y más en horas difíciles.

Esa doctrina es el centro humanismo. Nuestra visión del mundo parte de la centralidad de la persona humana. No creemos en el poder por el poder. Creemos en la política como instrumento de servicio. Nuestro humanismo tiene raíces profundas en la tradición Doctrina Social de la Iglesia, el humano-cristiana y la ley natural. Afirma que existen bienes objetivos. Que la dignidad del ser humano no es negociable. Y lo más definitivo: que la verdad, y no la mera opinión subjetiva, debe orientar la acción política.

El centro humanismo, es por tanto, indispensable para alcanzar tres objetivos históricos como partido. Primero: despojar constitucionalmente del poder a la revolución bolivariana, a Maduro. Esa “revolución” es el mayor obstáculo para la justicia social en libertad. Mientras exista, no habrá progreso ni democracia. Segundo: forjar un nuevo pacto de pueblo. Un nuevo consenso nacional en torno a la justicia. Solo así será posible recuperar la libertad política, el respeto entre los venezolanos y el decoro cívico en nuestra vida constitucional. Tercero: sanar las heridas profundas que ha causado el socialismo del siglo XXI. Esas heridas que están en el alma nacional. Hay que reconciliar sin impunidad. Hay que restaurar la verdad y la confianza entre los venezolanos. Y para ello urge construir el equilibrio de la reconciliación: olvidar lo suficiente para que no haya revanchismos históricos, y recordar lo suficiente para tener presente el mal que somos capaces de producir como pueblo, de modo que nunca más ocurran atrocidades autocráticas.

Y en este punto quiero advertir a los venezolanos, especialmente a los justicieros, de lo siguiente: nada de lo escrito hasta ahora es teoría. Estas ideas están encarnadas en el testimonio valiente de miles de militantes de Primero Justicia. En los barrios, en los pueblos, en las zonas rurales y urbanas. Allí donde el Estado no llega, llegan nuestros dirigentes con organización y con palabra de amor solidario. Estamos presentes. Acompañamos con caridad. Porque todos nos sentimos responsables de todos.

Por eso, a quienes dicen que la política está muerta, les respondemos con hechos. Primero Justicia sabrá gobernar en democracia. Sabrá hacerlo porque ha resistido con integridad moral. Porque no ha cedido ante la corrupción ni la mentira. Y porque ha mantenido firme su vocación de servicio. Cuando llegue el día de la libertad —porque llegará— el pueblo sabrá que este partido fue el pilar de la unidad. Que fue voz moral en medio del miedo. Que nunca se rindió. Que nunca se vendió.

En este sentido, quiero rendir hoy un reconocimiento de homenajes profundo a todos nuestros militantes. Pero especialmente a nuestras mujeres y a nuestros jóvenes. Las mujeres justicieras han sido columna vertebral de nuestra estructura. Han sostenido con ternura y fortaleza el trabajo político en medio de la desesperanza. Y los jóvenes, que no conocen la democracia, han sido los mejores defensores de la libertad guiados por intuiciones de justicia que les son inherentes.

Maduro no logró aniquilarnos. No pudo y no podrá. Intentó destruirnos desde adentro. Y respondimos con más fuerza. Intentó dividirnos. Y respondimos con unidad. Hoy más que nunca debemos aferrarnos a nuestro color amarillo. A nuestra doctrina. A nuestra historia. Primero Justicia es nuestro nombre y nuestro programa. Es una vocación, una comunidad de hombres y mujeres vinculados por la dignidad humana. Somos una escuela de libertad y, en dictadura, somos esencialmente una escuela de libertad interior, de conciencia libre.

Cierro este artículo con una afirmación de esperanza. El Papa León XIV dijo en su primera aparición:

“(…) el mal no prevalecerá…”.

Esa es nuestra tarea. Ser justicieros en tiempos de dictadura es —insisto— una vocación. Es resistir sin odio. Es creer cuando todo invita a la desesperanza. Es mantener la frente en alto cuando el miedo y el mal quieren aplastarnos. Lo que hacemos hoy no es en vano. Un día, cuando vuelva la justicia erguida y la bondad triunfante, sabremos que valió la pena. Ese día llegará. Y Venezuela renacerá. ¡Gracias, justicieros!

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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