En la aldea
06 junio 2025

La xenofobia y los venezolanos

Una comunicación más fluida entre huéspedes y anfitriones, con menos prejuicios y estigmatizaciones, podría conducir a una coexistencia sana. Toca a los migrantes, además, respetar la cultura local y subrayar los aportes valiosos que dan al país receptor.

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Humberto Jaimes Quero | 05 junio 2025

Mucho se ha escrito sobre el rechazo a migrantes venezolanos establecidos en diferentes localidades de América Latina. Cabría examinar en cuáles situaciones hay realmente una actitud de xenofobia por parte de los anfitriones, y en cuáles no.

Es un tema complejo, que amerita una reflexión sin apasionamientos. Cuando un grupo de migrantes intenta imponer su cultura en una sociedad receptora, es muy probable que en esta surjan manifestaciones de rechazo hacia aquella minoría, sobre todo si irrespeta las costumbres de los anfitriones, quienes, además de conformar una aplastante mayoría, están en su terruño y son quienes deciden las reglas de la coexistencia humana en ese lugar.

Lo vemos en Europa, donde grupos de musulmanes ocupan las calles, las aceras y otros espacios públicos de las ciudades para llevar a cabo sus rituales religiosos.

Los franceses y alemanes no están acostumbrados a este tipo de situaciones, y menos si comienzan a “normalizarse”, de allí que un buen número de ellos apoyen movimientos radicales contrarios a la migración, los cuales, por cierto, se han convertido en enérgicas fuerzas políticas con serias aspiraciones de tomar el poder.

En el otro lado del turbulento orbe, las redes sociales han reportado reclamos de chilenos y peruanos debido a fiestas escandalosas amenizadas por venezolanos en Lima y Santiago, jornadas que se prolongan durante la madrugada, con tragos y música a todo volumen.

Este reclamo no es xenofobia, obedece a razones legítimas: exigir el derecho a vivir en paz en la comunidad. Algo similar ocurre con el uso de espacios públicos citadinos para negocios, economías informales. Una parte de los migrantes “venecos” intenta desarrollar actividades lucrativas en sitios donde están prohibidas.

El resultado es obvio: son requisados, multados y detenidos por los cuerpos de seguridad. Esta situación tampoco es xenofobia; es una consecuencia del incumplimiento de las leyes.

El panorama comienza a cambiar, cuando se pasa de la defensa de la legalidad y la legitimidad de ciertas costumbres locales, a incentivar el rechazo generalizado a una comunidad de migrantes, a ese grupo en el que hay personas que se han adaptado perfectamente a la vida de los países anfitriones, porque respetan tanto las leyes como la cultura de estas sociedades, y aportan con su trabajo y sus conocimientos.

Es entonces cuando aparecen los inefables discursos de odio: todos los venezolanos son iguales, son larvas, son la barbarie, no los queremos, que se vayan, que no entren más al país, hay que expulsarlos. 

Esto sí es xenofobia, término que, según la Real Academia Española de la Lengua, expresa “fobia a lo extranjero o a los extranjeros”. Se trata de un comportamiento que suele estar asociado con discriminación, racismo, segregación y otras formas de exclusión social.

Es uno de los grandes desafíos de este mundo, donde la coexistencia entre grupos humanos diferentes no siempre es fácil.

El rol de la prensa, los influencers y las redes sociales

Un elemento clave en este problema, son las redes sociales, en especial aquellos influencers especializados en propagar los discursos de odio hacia una comunidad de migrantes; actores que a menudo carecen de información y formación, pero arrastran centenares de fanáticos y “haters”.

Esto no ocurría en el pasado, cuando no existían Internet, ni influencers irresponsables; no sucedía en la Venezuela del siglo XX, donde fueron recibidos miles de migrantes procedentes de los países andinos, el Cono Sur, Europa y las Antillas del Caribe.

Los discursos de odio proliferan en redes sociales porque estas carecen de políticas de “buenas prácticas”, así como de principios éticos y de responsabilidad social, que impongan ciertas normas de convivencia entre los usuarios; además, es harto difícil regular o verificar los mensajes que se producen a diario en el escenario digital.

Aquí incluimos a venezolanos que usan estas tecnologías para criticar o hacer humor de las características sociales y culturales del país anfitrión, o que caen en acusaciones y debates interminables que solo agravan el conflicto entre huéspedes y anfitriones. 

Otra vertiente de este problema, es el caso de los venezolanos involucrados en robos, estafas y hechos de sangre. Las estadísticas oficiales tanto de Chile como de Perú demuestran que la participación de “venecos” en delitos es muy baja, lo que contrasta con el tratamiento informativo dado sobre este tema por algunos medios.

Desde estas tribunas se ha convertido a los venezolanos en una especie de peste que contaminó la paz y la armonía de los países anfitriones. En las redes sociales, llueven memes que recrean estos imaginarios, ideas que no tienen respaldo científico.

Situaciones de este tipo ocurren a escala global y no son nuevas. De hecho, según la Unesco la polarización étnica y racial es una realidad del mundo actual, así como la defensa a ultranza de la identidad nacional.

Esta organización señala que “para muchos observadores, se asiste en el mundo a una elevación de los niveles de intolerancia étnica, cultural y religiosa, que a menudo utiliza las mismas tecnologías de la comunicación al servicio de la movilización ideológica y política con objeto de promover cosmovisiones exclusivistas”. (UNESCO, “Replantear la educación. Hacia un bien común mundial”, 2015).

Un medio de comunicación en Chile informó que, en 2019, los inmigrantes venezolanos “eran el grupo que enfrentaba el menor porcentaje de prejuicio, sin embargo, seis años después pasaron a ocupar la primera posición”.

Valdría la pena corroborar si este cambio de actitud se relaciona con discursos de odio aparecidos en redes sociales o con contenidos sesgados publicados por medios que tienen una política editorial bastante relajada.

Tal vez las cámaras han puesto más atención a situaciones problemáticas donde aparecen los venezolanos, y no a aquellas actividades donde han dado significativos aportes al país receptor.

A comienzos de 2023, la Encuesta Nacional sobre Condiciones de Vida en Venezuela (ENCOVI) detectó cambios en los flujos migratorios procedentes de Venezuela, debido a crisis económicas, políticas y “un clima social adverso por las expresiones de xenofobia y el endurecimiento de las medidas de permanencia para la regularización migratoria”.

Se pensó, en consecuencia, en España y Estados Unidos como nuevos destinos del éxodo. Sin embargo, la reciente suspensión del TPS (Estatus de Protección Temporal) a venezolanos y otras adoptadas por el gobierno de Donald Trump, podrían alterar estos escenarios.

La naturaleza humana y las diferencias

Países como Perú, Chile, Ecuador, entre otros, poseen una cultura que los distingue de la sociedad venezolana. Quizás son más discretos, menos bullangueros, más ordenados en el espacio público, menos confianzudos y menos tolerantes a las bromas.

Es una realidad que puede socavar las relaciones entre los migrantes y los anfitriones. Estos últimos a menudo dicen sentirse incómodos con la presencia de “caribeños”.

Aquí recordamos a Gisela Kozak, quien aborda problemas inherentes al comportamiento de los venezolanos en su libro “Ni tan chéveres ni tan igualitarios:el cheverismo venezolano y otras formas de disimulo” (2012). La escritora sostiene que en el espacio público es frecuente toparse con motorizados que muestran comportamientos autocráticos e irrespetuosos, y que eso es parte de una realidad social compleja que muchas personas no reconocen.

En todas las sociedades hay sectores de la población que no han visto con buenos ojos a migrantes y extranjeros, porque presentan rasgos físicos y culturales distintos.

Los grupos humanos tienden a rechazar a aquellos que consideran diferentes o una presunta “amenaza”. Esto ocurre en todas partes y desde hace miles de años. Es una constante en el comportamiento del Homo sapiens.

A principios del siglo XX, por ejemplo, los chinos eran rechazados en Venezuela, porque la población local no estaba acostumbrada a convivir con esa comunidad étnica. Hoy, la realidad es muy diferente: los asiáticos son parte del país, no hay muestras de hostilidad hacia ellos.

Hace un par de lustros, Emilio Rentería, jugador venezolano de tez oscura, fue objeto de insultos racistas en Chile (2014). Lejos de caer en las acusaciones de racismo o discriminación, debemos considerar que la diversidad humana es limitada en algunos países, y eso puede incidir en las percepciones y actitudes de la población local.

No obstante, con el paso del tiempo y la evolución de las circunstancias, el comportamiento de esa población puede evolucionar hacia la aceptación del “diferente”.

Los migrantes venezolanos deben adaptarse a la cultura de la sociedad anfitriona, respetarla; deben subrayar que son un aporte para los países receptores, y no un problema. Por su parte, los sectores sensibles de la sociedad anfitriona, incluyendo a algunos medios de comunicación e influencers, deben informarse mejor sobre cuál es la incidencia real de los venezolanos en esos países. Una comunicación más fluida entre las partes, con menos prejuicios.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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