La campaña electoral que avizoramos será la negación de una campaña electoral. No hay indicios que digan lo contrario. Está todo tan minuciosamente preparado, tan montado con cuidado y premeditación, que la pugna que supuestamente caracteriza a ese tipo de sucesos ha sido clausurada de antemano. Las decisiones habitualmente plurales se convertirán en el tejido de un manto que apenas dejará de ser unicolor para disfrazar la idea de una imposición excesivamente grosera. Será una campaña dirigida a la imposible misión de simular democracia en un juego que la impide, esto es, para que la mascarada se imponga sobre la realidad y haga que parezca distinta, pese a que no lo es de ninguna manera y por ningún lugar.
Ya sabemos el resultado. El régimen ganará en la mayoría de los territorios, para controlar los estados que quiera controlar y una abrumadora mayoría de curules. No tendremos un mapa unicolor porque no le conviene a la dictadura, y en el Capitolio solo sonarán las voces disonantes que no sean demasiado incómodas y que no pongan en aprietos la aprobación de unas leyes cada vez más injustas y anacrónicas. Se anunciará la alternativa de una realidad nueva y distinta, debido a una decisión de los electores, pero como corolario de una operación pensada y ejecutada con meticulosidad para la subsistencia del madurismo derrotado de antemano de manera apabullante. Las elecciones venideras son la continuidad del fraude del año pasado, porque su objetivo es hacernos creer, a nosotros y a los extranjeros, que no existió ese fraude.
Porque, si votamos mañana como si cual cosa, refrendamos la trampa de ayer. Para eso han sido convocadas las elecciones de mayo. Para ocultar la indecencia de la víspera. Para que hoy se limpie la cara asquerosa del pasado cercano. Peor todavía, si nos importa la dignidad como ciudadanos y el decoro como votantes: para que nuestra integridad se convierta en una grotesca farsa. No solo votaríamos por una autoridad que aborrecemos y despreciamos, y con la que no queremos tener ni siquiera contactos mínimos, debido a que ya lo demostramos; sino que también, por si fuera poco, echaríamos al tarro de la basura la demostración de valentía cívica exhibida hasta estatura gigantesca cuando elegimos a Edmundo González Urrutia como presidente legítimo de Venezuela.
Es cierto que la abstención puede ser peligrosa en exceso, o totalmente negativa, una demostración de apatía o una muestra de desentendimiento de los negocios públicos que no solo choca con el compromiso demostrado en 28 de julio, sino también con la necesidad de dar la cara en cualquier circunstancia para la defensa de los valores republicanos. Todo eso es cierto desde la antigüedad romana o, sin ir más lejos, desde cuando Venezuela se puso los pantalones y tomó la decisión trascendental de dejar de ser colombiana; o desde después, a partir de 1945 y de 1958. No se pueden ignorar esas hazañas republicanas, sino todo lo contrario, pero tampoco nos podemos desentender de la monstruosa operación que hoy pone en marcha la dictadura para que la república desaparezca del todo con la connivencia de unos líderes de oposición que llaman a votar sin considerar que haremos cualquier cosa menos elegir con libertad y con garantías decentes y visibles. Será un voto para el entierro definitivo de la república, sin lugar a dudas y aunque les parezca exagerado.
Pero, si hacia tal abismo nos conducen la dictadura y sus colaboradores que supuestamente no viven en su esquina, sino en la nuestra, se hace perentoria la orientación de quienes nos han dirigido desde la época de la primaria hasta conducirnos a una victoria apoteósica contra la candidatura de Maduro. Una encrucijada histórica como la que se presenta no puede resolverse con una consigna invariable de mirar desde la barrera sin hacer nada susceptible de atención, sin una manifestación seria de presencia y de compromiso. En consecuencia, termino este artículo pidiendo a los líderes de la verdadera oposición, porque así los considero frente a los que ya escribieron sus candidaturas y preparan cuidadosos discursos para engañar incautos, que nos den luces sobre cómo no pasar excesivamente agachados en las próximas elecciones. No debemos mirar el espectáculo cruzados de brazos. Antes de que nos den por muertos, pese a la salud y a la fortaleza que pregonamos.