En la aldea
16 abril 2025

Movimiento 28J

Estos tiempos nos invitan a reflexionar sobre cómo lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros nos ha llevado a este presente y cómo está afectando nuestra capacidad para superarlo.

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Roberto Casanova | 14 abril 2025

1. Siendo lo que somos

¿Cómo podremos, los millones de venezolanos que aspiramos a vivir y progresar en libertad y con justicia, alcanzar finalmente el cambio político y superar estos tiempos oscuros? En pocas palabras, debemos enfrentar y resolver un desafío esencial: la coordinación entre nosotros. Es fundamental que articulemos acciones y eventos que nos movilicen de manera integral y efectiva contra el régimen autocrático, combinando estratégicamente los apoyos internacionales con nuestra capacidad de lucha democrática.

Debemos crear un vasto y activo movimiento social. No me refiero, claro está, a convertirnos en una masa informe que sigue ciegamente a un líder; conocemos demasiado bien las consecuencias de ese camino. Pero tampoco aludo a la creación de una única organización ni a una alianza exclusiva entre partidos políticos. Hablo de un movimiento social que, por su propia naturaleza, es diverso y está compuesto por múltiples organizaciones y grupos, incluidos los partidos políticos, pero también por personas individuales que interactúan, de manera descentralizada, a través de diversas redes de información y comunicación.

En esencia, se trata de construir una identidad clara y deliberada que refleje aquello que ya somos en potencia. Es un proceso de autorreconocimiento: la apropiación consciente de nuestra rebeldía democrática y de nuestro anhelo por una sociedad libre y justa, una esperanza forjada en esta ardua etapa de nuestro devenir histórico. Lo que muchos hemos llamado el “espíritu del 28J” ha sido, hasta ahora, la manifestación más evidente de nuestra capacidad para dar forma a este movimiento social.

Sin este proceso de creación colectiva, el cambio político será difícil, si no imposible, de materializar. Y, aun alcanzando dicho cambio, la formidable tarea de transformarnos como sociedad, en un mundo que transita de un orden global a otro aún incierto, requerirá que muchos permanezcamos articulados como movimiento social, con sentido de trascendencia y de pertenencia. 

2. Lo que nos cohesiona

La complejidad en la estructura y el funcionamiento de un movimiento social no constituye un obstáculo para su coherencia ni para su continuidad. Por el contrario, este logra integrar a sus diversos componentes de múltiples maneras.

Los integrantes de un movimiento social rechazamos los valores que sustentan el régimen de dominación, tales como jerarquía, control, discriminación o sumisión. Estos valores contradicen nuestra naturaleza humana, libre y creadora. En este sentido, si tuviéramos que resumir en una sola frase el anhelo de la mayoría de los venezolanos, sería: vivir una vida digna. Esto significa, ante todo, ser libres para trabajar, emprender, expresarnos o crear, respetando al mismo tiempo la libertad de los demás para hacer lo propio. También implica contar con las capacidades mínimas necesarias para asumir responsabilidades sobre nosotros mismos y disponer de oportunidades para ejercer dichas capacidades. 

Desde esta perspectiva, un movimiento social es, fundamentalmente, un movimiento moral. Por ello, existe un conflicto existencial entre los proyectos de vida de la mayoría de los venezolanos y los intereses de una minoría que usurpa el poder o se encuentra beneficiada por su conexión con este.

Un movimiento social, en su defensa de los valores que lo sustentan, también implica una lucha constante por revelar la verdad detrás del régimen de dominación y corrupción. Regímenes de esta índole se han caracterizado históricamente por el uso sistemático de la mentira y la manipulación, con el propósito de mantener una apariencia de legitimidad mientras oprimen a los ciudadanos y aprovechan los poderes públicos en beneficio propio. En esto radica tanto su fortaleza como su debilidad: cuando los ciudadanos finalmente comprenden que acomodarse a la mentira significa contribuir a perpetuarla, el régimen queda condenado. Sobre este tema, Václav Havel dejó reflexiones iluminadoras en su libro El poder de los sin poder, donde caracteriza al régimen comunista checoslovaco, al que enfrentó con valentía durante muchos años.

«Miente cuando dice que respeta los derechos humanos. Miente cuando dice que no persigue a nadie. Miente cuando dice que no tiene miedo. Miente cuando dice que no miente.

El individuo no está obligado a creer todas estas mistificaciones, pero ha de comportarse como si las creyese o, por lo menos, tiene que soportarlas en silencio o comportarse bien con los que se basan en ellas.

Por tanto, está obligado a vivir en la mentira.

No tiene que aceptar la mentira. Basta que haya aceptado la vida con ella y en ella. Ya con esto ratifica el sistema, lo consolida, lo hace, lo es».

Un movimiento social, cuyo valor fundamental sea la dignidad, hace emerger una identidad compartida que, lejos de anular, reafirma la individualidad. Esta identidad común se consolida también a través de experiencias colectivas y se manifiesta en historias y símbolos distintivos. En este contexto, el destino de un movimiento social no puede ser completamente planificado, ya que lleva implícito un alto grado de espontaneidad. Los caminos que seguirá, las estrategias que lo definirán, las personas que asumirán su liderazgo y el impacto que tendrá en la transformación de la realidad acorde a sus valores, son aspectos que se configuran a lo largo de su evolución. Solo a través de una mirada retrospectiva y una visión histórica es posible comprender en profundidad el significado y alcance de un movimiento social.

3. Tres dimensiones de un movimiento social.

La realización del conjunto de valores que conforma el ideal ético de un movimiento social requiere, inevitablemente, acciones tanto frente al poder como desde el poder. En este marco, es posible identificar tres dimensiones de un movimiento social: resistencia, rebeldía y realización. Estas dimensiones no se desarrollan como etapas de un proceso lineal, sino como modos de acción que coexisten y se complementan, aunque alguna de ellas pueda predominar en circunstancias específicas. Así, existe un tiempo para la resistencia, otro para la rebeldía y otro para la realización.

La resistencia se manifiesta como una expresión de rechazo hacia el poder que intenta imponernos ciertos valores, ideas o comportamientos. Puede tratarse de un rechazo privado que, debido a las circunstancias, solo podemos expresar en espacios que percibimos como seguros. También puede revelarse en acciones que, aparentemente, no desafían el orden establecido, pero cuyo significado profundo entra en conflicto con dicho orden. Pensemos en los innumerables emprendedores, trabajadores, profesionales, artistas o escritores cuyas obras e iniciativas simbolizan el esfuerzo libre y bien hecho, aunque no cuestionen abiertamente al poder establecido. Este tipo de resistencia bien puede denominarse cultural y, si se observa con atención nuestro entorno, puede afirmarse que ella se presenta de manera cotidiana en innumerables lugares y oportunidades.

La rebeldía, por su parte, implica asumir el desafío de enfrentarse a un régimen que niega el sistema de valores que defendemos. Este acto conlleva aceptar el riesgo de afrontar costos individuales de diversa índole. En consecuencia, la rebeldía está sujeta a la lógica de la acción colectiva, basada en el cálculo que cada individuo realiza al considerar los costos de participar (como tiempo, esfuerzo o riesgo) frente a los beneficios, que son compartidos por todos los integrantes del grupo, incluidos aquellos que no participan. Este desequilibrio puede desincentivar la participación, generando el conocido problema del «free rider» o polizón, quien busca disfrutar de los beneficios de un bien común sin contribuir a su creación. Por ello, quienes se rebelan suelen demostrar un alto grado de convicción moral y coraje cívico, cualidades poco frecuentes. Estas minorías, con su ejemplo, tienen la capacidad de inspirar y movilizar a un mayor número de ciudadanos, mitigando así los efectos del mencionado problema de la acción colectiva. La rebeldía, generalmente, está asociada a estrategias concentradas en metas relevantes, en campañas ciudadanas o a acontecimientos significativos, más que a acciones cotidianas. Nuestra gesta del 28J es un buen ejemplo de ello.

La resistencia y la rebeldía se manifiestan como expresiones de contrapoder. La realización, en cambio, está asociada al momento en que un movimiento social, o parte de sus integrantes, asume el poder o logra influir de manera determinante en él. El desafío radica entonces en construir un orden institucional fundamentado en la concepción de justicia que el movimiento social ha defendido. Esta dimensión realizadora ejerce una presión significativa sobre el movimiento social, que transita de una esfera, en cierto modo metapolítica, hacia la política propiamente dicha. Este cambio puede dar lugar a diversos escenarios: la disolución del movimiento social, su cooptación por un actor o grupo de actores políticos, su transformación en una base de apoyo ciudadano al nuevo poder constituido o, incluso, su conversión en contrapoder frente a dicho poder. Sin duda, este tema merece unas líneas adicionales.

4. Proyectos políticos y movimiento social

La historia de un movimiento social suele tener algo de aventura colectiva, a veces heroica, tras fines socialmente valiosos. No hablo, sin embargo, de procesos siempre espontáneos, en el sentido de no ser planificados por nadie. Es evidente que un movimiento social puede estar influido por actores políticos, quienes tienen la capacidad de orientarlo hacia ciertos objetivos. Aunque, según la definición que uso, un movimiento social no constituye un proyecto político específico, este puede ser parte fundamental de aquel. Lo contrario no sería cierto: un movimiento social no sería parte de un proyecto político.

En ese sentido, pretender subordinar un movimiento social a un proyecto político puede constituir un error histórico, ya que dicha pretensión lo desnaturalizaría. El verdadero desafío para quienes se dedican a la política radica en mantenerse alineados con aquellos que se identifican con el movimiento social. De este modo, podrían ejercer un sano liderazgo sobre muchos de sus integrantes, pero siempre respetando la autonomía del movimiento. 

Me permito agregar que, tal vez, las democracias liberales, hoy amenazadas, requieran movimientos sociales que las impulsen a recuperar su sentido moral y a ganar apoyo popular, sin el cual han quedado vulnerables frente a los extremismos y las autocracias. Este no es, ciertamente, un asunto exclusivo de partidos políticos poco representativos y, con frecuencia, capturados por grupos de interés. Además, tales movimientos podrían ofrecer una respuesta al sentimiento de aislamiento e impotencia que muchos ciudadanos, deseosos de contribuir a la defensa de una forma de vida democrática y liberal, experimentan en la actualidad. En este sentido, un Movimiento 28J venezolano podría hallar sus equivalentes en otros países y, juntos, dar forma a una red internacional de movimientos sociales comprometidos con la defensa de los valores de la dignidad, la libertad y la justicia.

5. El espíritu del 28J.

El 28J unió a la mayoría de los venezolanos en torno a la aspiración de felicidad y al rechazo de un régimen deshumanizador que obstaculiza nuestra búsqueda de ella. Este sentimiento, que muchos hemos llamado el “espíritu” del 28J, marcó un momento decisivo en nuestra historia contemporánea. Ese día, quedó certificado el fin de la revolución chavista, un hecho que los venezolanos evidenciamos al votar masivamente por el cambio político. La revolución no logró imponerse a la mayoría de los venezolanos, ni por medios persuasivos ni coercitivos, porque siempre implicó la concentración del poder en unos pocos para establecer un orden societal contrario a los valores de la mayoría. Por ello, esa jornada electoral puede considerarse también como el acta de nacimiento de un movimiento social: el Movimiento 28J.

Agrego que otro fenómeno masivo que refleja esa misma actitud de afirmación y negación de valores es la llamada diáspora. No obstante, esta no puede considerarse un movimiento social; de hecho, podría calificarse como un antimovimiento, en la medida en que una de las consecuencias de la emigración masiva podría ser debilitar la posibilidad de conformar dicho movimiento. Sin embargo, la realidad es más compleja, ya que muchos venezolanos que permanecen en el país, al igual que muchos de quienes se han radicado en el extranjero, han perdido la esperanza en el cambio político o temen involucrarse en asuntos públicos. En última instancia, el movimiento social deberá surgir de la libre adhesión de venezolanos, independientemente de su lugar de residencia. Además, será fundamental contar con el apoyo de ciudadanos de otros países comprometidos con la causa de nuestra liberación.

El espíritu de un movimiento social suele encarnarse en individuos que, a través de sus acciones e ideas, logran gran credibilidad entre los ciudadanos. Tal es el caso del movimiento 28J, cuya figura más representativa es, sin duda, María Corina Machado. Ella personifica los valores que muchos aspiramos a ver materializados en nuestra sociedad, además de demostrar una valentía inquebrantable al enfrentarse al régimen autocrático de manera consistente durante años. No es la única figura destacada, desde luego, pero sí la más prominente. Edmundo González, por su parte, es ampliamente reconocido como el presidente legítimamente electo y goza también de gran aprobación. Sin embargo, como he señalado, el movimiento 28J no pertenece a nadie en particular, sino a todos en general. 

El espíritu del 28J representa hoy el activo político y simbólico más valioso con el que contamos los venezolanos que luchamos por la libertad, sin importar el lugar o ámbito en el que nos encontremos. Ese ánimo colectivo debe inspirarnos a enfrentar nuevos desafíos comunes, que podrán tener o no un carácter electoral o referendario. Lo esencial es movilizarnos cuando las circunstancias lo justifiquen, tanto por lo que está en juego como por la posibilidad real de alcanzar el éxito. Así, un movimiento social puede optar por no participar en una elección evidentemente fraudulenta, pero sí hacerlo en otra donde las condiciones sean más favorables. No hay contradicción en ello, del mismo modo que no la hay en evitar una batalla en el contexto de una guerra para librarla en un momento más oportuno.

6. Un plato de lentejas y un billete falso

En días recientes, un grupo de actores políticos anunció la creación de una iniciativa para promover la participación en las elecciones convocadas por el régimen para mayo próximo y, seguramente, en otros eventos electorales. No pretendo juzgar a quienes la impulsan, ni sus intereses, creencias o cálculos. Parto de la buena fe y del supuesto de que compartimos el objetivo último de rescatar nuestra democracia, aunque resulte evidente que algunos actores políticos, económicos y sociales están dispuestos a someterse al sistema de dominación.

El 28J estábamos preparados, aunque muchos no lo sabíamos realmente, para transformar la participación en la mayor protesta social de nuestra historia y lograr una resonante victoria. Hoy, simplemente, no estamos en esa posición. Convocar al voto en las circunstancias actuales no solo implica ser partícipe de una enorme farsa, sino también aceptar que la victoria de los candidatos opositores, en caso de alcanzarla, no podrá ser demostrada, pues será el régimen autocrático quien decida quiénes podrán resultar electos, incluidos, quizás, algunos opositores. 

Este escenario, lejos de contribuir a preservar la institución del voto, terminará desprestigiándola ante la mayoría de los venezolanos. Por el contrario, la abstención se presenta como un acto de respeto hacia dicha institución, al negarse a ser parte de la mentira que la corrompe. Además, implica proteger el mayor activo político y simbólico que poseemos hoy: la gesta ciudadana del 28J. Participar en este momento equivale a subordinarse al régimen, aunque se proclame lo contrario, y a convivir con la mentira, perpetuándola, como ha sucedido en Cuba y otros regímenes totalitarios a lo largo de la historia. Votar simplemente porque es lo único que sabemos hacer, por intereses particulares o porque parece la opción menos arriesgada, es comparable, como en el relato bíblico de Esaú y Jacob, a intercambiar la primogenitura por un plato de lentejas.

Los actores políticos que, en las circunstancias actuales, promueven la participación electoral hablan de cambios progresivos y avances sucesivos, una posibilidad que, desde luego, no puede descartarse. Sin embargo, esto no contradice la necesidad de dar forma al movimiento 28J, una iniciativa que puede fortalecer nuestra capacidad de coordinación, acción y presión frente a la autocracia. Esta es, en realidad, la manera de alinearse con los intereses y expectativas de la mayoría de los venezolanos, quienes han manifestado con claridad su inclinación por la abstención. No es cierto, además, que desde una Alcaldía o una Gobernación se pueda encontrar, mediante una supuesta forma distinta de gobernar, la solución a los problemas cotidianos de la gente, ya que estos son consecuencia directa del problema sistémico que representa la permanencia de la autocracia en el poder. Lo que se pueda hacer para mitigar sus duras consecuencias será, en el mejor de los casos, muy limitado. Afirmar lo contrario es puro voluntarismo, por decir lo menos. Hoy, cualquier venezolano sabe que solo el cambio político puede abrirnos la puerta al progreso.

No puedo dejar de señalar la falacia de una supuesta polarización política en Venezuela. Este argumento, hoy más que nunca, resulta deleznable y constituye casi un insulto para la mayoría del país que comparte el espíritu del 28J. No tiene sentido plantear la creación de un centro político que se ubique, supuestamente, entre el régimen autocrático y sectores democráticos considerados extremistas. Aunque es necesario que existan canales de comunicación y negociación, esto es algo completamente distinto. El verdadero centro político debe surgir entre actores que se reconocen mutuamente como interlocutores válidos, al compartir principios democráticos fundamentales. Ese centro es el que deben construir entre sí los actores políticos que genuinamente adversan al régimen. Las acusaciones mutuas de extremismo o colaboracionismo, lejos de facilitar esta tarea, la dificultan aún más. A mi juicio, lo que corresponde, en la actual coyuntura, es trascender las trampas electorales impuestas por el régimen. Tanto quienes decidan participar como quienes opten por abstenerse deberán, entonces, “recoger los vidrios” tras esos baches en el camino y continuar juntos en la lucha por nuestra liberación nacional.

Un comentario adicional me parece pertinente. El régimen autocrático ha decidido bautizar a sus comandos de campaña como “Movimiento 28 de Julio”. Es evidente que les preocupa que esa fecha, escogida para realizar la elección presidencial por ser el natalicio de Hugo Chávez, quede irremediablemente opacada por la contundente derrota electoral sufrida por su heredero político. Este intento de robo simbólico no es más que otro ejemplo de la mentira que define al régimen. Pero, lejos de ser un obstáculo, esta es una oportunidad invaluable para desenmascarar, una vez más, su naturaleza falaz. Todos sabemos lo que realmente ocurrió el 28 de julio. Que el régimen intente apropiarse de esa fecha es tan burdo como intentar pagar con un billete falso. La gente no es pendeja.

7. Metanoia

“Metanoia” es un término de uso poco común, pero de gran trascendencia. Deriva del griego antiguo y se traduce como “cambio de mente” o “transformación del pensamiento”. Hace referencia pues a una mutación profunda en la manera de pensar, sentir o actuar. Considero que esta noción resulta particularmente adecuada para cerrar estas reflexiones, pues los difíciles años que los venezolanos hemos atravesado a lo largo de este siglo, marcados por el dominio de una revolución socialista que inevitablemente desembocó en un régimen tiránico, han generado profundas transformaciones en nuestra mentalidad colectiva. 

Aunque se trata de un fenómeno complejo y difícil de analizar, cada vez más venezolanos parecen comprender que el buen funcionamiento de un orden social está directamente relacionado con nuestras conductas individuales; que el progreso depende, sobre todo, de nuestras capacidades como emprendedores y trabajadores; que el apoyo gubernamental, aunque a veces necesario, puede transformarse en un instrumento de chantaje y sumisión; y que el respeto a las libertades políticas y económicas no es una dádiva del poder, sino un derecho inalienable que debe ser exigido. Este fenómeno de metanoia, ocurrido en muchos de nosotros, podría ser la base para impulsar el esfuerzo colectivo y la construcción de un movimiento social. Esto no significa, claro está, ignorar otros cambios de comportamiento y valores que muchos han adoptado, y que nos distancian de esa posibilidad, como el irrespeto a las leyes, la búsqueda de “enchufes” como forma de avanzar, la dependencia excesiva del Estado o el desarraigo nacional.

Estos tiempos nos invitan, en definitiva, a reflexionar sobre cómo lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros nos ha llevado a este presente y cómo está afectando nuestra capacidad para superarlo. De este modo, la lucha contra la autocracia y a favor de nuestra transformación nacional se convierte también en una batalla interna. En este momento de nuestra historia enfrentamos un doble desafío: liberarnos de la tiranía para construir un país mejor y superar nuestras peores actitudes, ideas y sentimientos para convertirnos en los mejores venezolanos que podamos ser. Nuestra liberación, por tanto, debe ser dual: social y personal, al igual que nuestra transformación.

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