Las condiciones de vida hoy en Venezuela son extremas. Hago esta afirmación común, recurrente, indudable, tiene algo esencialmente irrebatible: lo vivido. Lo que está a la vista no se discute, lo que se ha vivido y padecido tiene la fuerza vital, la convicción de haberlo padecido. Esa contundencia nos acompaña a los venezolanos hoy.
Un joven venezolano, de apenas 18 o 20 años dice con inquietante sinceridad: “no tengo futuro”; “me robaron el futuro”; “no he vivido otra cosa distinta al chavismo o madurismo y cuando pensé que era posible hacerlo se burlan en nuestra cara…” “no es solo el robo de una elección es el robo de mi libertad y mi decisión.” Son afirmaciones que corren como hilos que tejen una realidad de disconformidad, frustración, arrechera.
“No tengo futuro…” es una frase lapidaria cuando es pronunciada por un chico o una chica tan joven, con toda una vida al frente, con sus capacidades intactas y sus deseos de comerse el mundo a flor de piel, ¡cómo no puede tener futuro esta joven! Se me eriza la piel, a su edad nuestra generación tenía sueños, por muy pobres que fuéramos, proyectamos nuestras vidas y logramos nuestros objetivos. Había pobreza, pero, sobre todo, había democracia, libertad, oportunidad; tres elementos de contexto que hoy no están porque este régimen lo eliminó por diseño.
Las condiciones son extremas porque nos robaron una elección que produjimos como sociedad a partir de un vínculo fuerte, sobrio, maravilloso, comprometido. En Venezuela, en el imaginario colectivo del venezolano, el 28 de julio es el día más hermoso de la historia reciente, de la vívida memoria de los últimos tiempos, un día que no se explica solo porque ganó la opción de la oposición, sino porque todos salimos a la calle a votar, a cuidar, a acompañar, a producir el dato, la realidad, que ponía fin a la tiranía: todos salimos a generar la libertad, a ganar una elección.
¡Ganamos! De eso no hay duda, todos, rojos y multicolores, saben lo que ocurrió en las calles de este país el 28 de julio, saben lo que ocurrió en cada familia, saben lo que ocurrió en cada centro electoral, saben lo que ocurrió en cada barrio de cuyas pobres cocinas salían a montón arepas rellenas de queso y mantequilla, café y agua, comprados con la miseria que ganan, pero donados con generosidad para acompañar esa gesta maravillosa.
Esto es una impronta, eso es un sello, es la marca de una verdad indestructible. A la alegría de haber ganado se suma la confianza en el liderazgo político de Machado, quien con precisión materna no escatimó ni en compromiso ni en la entrega personal que llevaba al restablecimiento de un futuro de oportunidades. ¡Cómo no confiar en quien viene dando muestra de una profunda escucha y comprensión de la realidad del venezolano! Un acompañamiento totalmente fuera de toda demagogia.
Mientras desde el régimen se manipula a la gente diciendo: “poder popular”, “se hace lo que el pueblo dice…”, pero se roban su voluntad y ponen en su boca palabras que no han dicho, ni votos que no han emitido; del lado democrático se produce un cambio, se gana una elección, que está en vías de ser cobrada. La primera afirmación está transida de mentira, la segunda está acompañada del poder de la verdad. Lo que está a la vista no se discute…
Las condiciones hoy son extremas, porque se han robado la voluntad popular, porque han dejado a los jóvenes sin futuro, porque nos han sumido en una pobreza sin precedente, porque lo que se asoma en el futuro, de no haber cambio, es hambre y muerte. En palabras de Ortega, nos han puesto entre la espada y la pared.
“Cuando queremos describir una situación vital extrema en que la circunstancia parece no dejarnos salida ni, por tanto, opción, decimos que «se está entre la espada y la pared». ¡La muerte es segura, no hay escape posible! ¿Cabe menor opción? Y, sin embargo, es evidente que esa frase nos invita a elegir entre la espada y la pared. Privilegio tremendo y gloria de que el hombre goza y sufre por veces el de elegir la figura de su propia muerte: la muerte del cobarde o la muerte del héroe, la muerte fea o la bella muerte.” El hombre y la gente.
Extremo, decisiones límites, las que se pueden producir entre la espada y la pared. La evasión no es una opción, el movimiento que hagamos, nuestro milimétrico movimiento siempre rozará con la espada, solo que el roce puede no ser mortal si es audaz el modo como maniobramos. Sorprender al que sostiene la espada, al que declara la muerte, es una opción siempre abierta. Pero si no queda otra posibilidad que la muerte, tengamos en cuenta que la del cobarde no genera historia ni posibilidades más adelante, la del héroe inspira, y todo proceso de dominación tiene un final, no hay eternidad en el mundo de los hombres, en el mundo de la humanidad, en el locus temporal.
Cierro diciendo con Ortega: “De toda circunstancia, aun la extrema, cabe evasión. De lo que no cabe evasión es de tener que hacer algo y, sobre todo, de tener que hacer lo que, a la postre, es más penoso: elegir, preferir.” Como pueblo, como sociedad, como líder estamos obligados a elegir, no hay lugar para la tibieza ni para la ambigüedad. Nos volvemos a encontrar.