En la aldea
05 marzo 2025

El círculo interior o el cogollo político


En la política venezolana, muchos han construido su identidad alrededor del cogollo. Cuando son desplazados, en lugar de aportar, atacan y dividen.

Lee y comparte
Juan Miguel Matheus | 05 marzo 2025

En 1944, C.S. Lewis dictó en el King’s College de Londres una conferencia titulada The Inner Ring. En ella expuso una verdad incómoda pero persistente para las tonteras humanas: la tendencia a desear pertenecer a círculos exclusivos de poder e influencia. Lewis advertía que la búsqueda por ingresar a estos «anillos interiores» es una de las fuerzas más poderosas y peligrosas de la vida social y política. El deseo de entrar y el miedo a ser expulsado de estas esferas pueden corromper el carácter y llevar a los individuos a tomar decisiones de injusticia que, de otro modo, rechazarían.

Lewis señala que «el deseo de estar en el lado correcto de esa línea invisible ha llevado a muchos a realizar actos que, en la soledad de la noche, no pueden justificar con tranquilidad». La pertenencia a un círculo cerrado genera un espejismo de poder y prestigio, pero también impone una carga emocional y moral para quienes se sienten excluidos. La exclusión, como bien lo advierte el autor, puede ser devastadora para aquellos que construyeron su identidad en torno a su membresía artificial en el cogollo.

Este fenómeno no es ajeno a la política venezolana. En los partidos opositores, muchos políticos han experimentado el drama de ser desplazados de los espacios de decisión y de ya no formar parte del «círculo interior». La oposición ha atravesado una evolución en la que la legitimidad ha pasado de las manos de figuras tradicionales a nuevos liderazgos emergentes, con una representatividad más sólida y una conexión más directa con el pueblo. Sin embargo, para algunos, el haber sido relegados no se percibe como una consecuencia natural del relevo generacional o de una evaluación de capacidades, sino como una injusticia personal, lo cual genera resentimiento y divisiones internas.

El problema se agrava cuando algunos políticos desarrollan una verdadera obsesión por el poder. Este afán de protagonismo sin respaldo legítimo de la gente los lleva a convertirse en figuras anacrónicas, incapaces de aceptar que su tiempo ha pasado y que su insistencia en permanecer solo debilita la lucha opositora. La negación de la realidad política y la falta de capacidad para ceder el paso a nuevos liderazgos terminan siendo un obstáculo para el cambio democrático en Venezuela. La permanencia indefinida en la contienda sin el apoyo del pueblo no es un signo de liderazgo, sino de egolatría política.

Aún más peligroso que la obsesión por el poder es el resentimiento de aquellos que han sido desplazados. Para muchos, el miedo a estar fuera del cogollo es paralizante, una sensación de irrelevancia que erosiona su capacidad de contribuir al bien común. En lugar de asumir un rol constructivo, algunos canalizan su frustración en ataques a quienes han asumido la responsabilidad del liderazgo actual y renovado. Este resentimiento, alimentado por el egoísmo y la incapacidad de aceptar su nueva realidad, es profundamente destructivo para la unidad opositora. En vez de sumar fuerzas en la lucha democrática, algunos prefieren dividir y debilitar, arrastrados por el rencor de no estar en el centro de la escena.

La política, en su esencia, es servicio. No se trata de aferrarse al poder por el poder mismo, sino de ejercerlo en beneficio de los demás. La grandeza de un dirigente no se mide por su permanencia en el cogollo, sino por su capacidad de contribuir al bien común, aunque sea desde el anonimato. Es en este punto donde la generosidad política se convierte en una virtud fundamental. Quienes han perdido protagonismo deben preguntarse si su lucha es por Venezuela o por su propio lugar dentro de la estructura política de la sociedad. Como advierte Lewis, «la búsqueda del círculo interior es infinita, porque una vez dentro, el deseo se renueva con otro anillo aún más exclusivo». Es un ciclo sin fin que consume a quienes no entienden que la relevancia no es una posición fija, sino una función del momento histórico y del servicio prestado.

La oposición venezolana se encuentra en un punto de inflexión. La renovación de sus liderazgos no es una opción, sino una necesidad. La generosidad política implica reconocer que quienes hoy representan la causa democrática son aquellos que cuentan con el respaldo popular y la credibilidad para enfrentar los desafíos del país. Aferrarse a cargos partidistas o candidaturas presidenciales sin apoyo genuino es un acto de egoísmo que solo debilita la unidad y fragmenta la lucha contra el régimen.

Es también imperativo promover y respaldar a los más jóvenes. La oposición no puede ser rehén de liderazgos agotados que buscan perpetuarse a expensas de nuevas generaciones con energía y visión renovada. En este sentido, la generosidad no es solo un acto de desprendimiento personal, sino una estrategia de supervivencia política. Sin un relevo real, la oposición estará condenada a la irrelevancia.

Lewis concluye su ensayo con una reflexión crucial: «Si en tu trabajo haces de la labor tu objetivo, sin preocuparte por el círculo interior, te hallarás sin darte cuenta dentro del único grupo que realmente importa». La oposición venezolana necesita menos luchas por pertenecer a cogollos y más entrega al país. La historia reconocerá a quienes pusieron la causa de la libertad por encima de su propio nombre. El verdadero liderazgo no se mide por el tiempo dentro del cogollo, sino por la capacidad de dejar una huella en el destino de la nación.

Lee y comparte
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
Más de Opinión