En Venezuela ha emergido una casta de radicales de centro. Políticos, empresarios, intelectuales, opinadores e, incluso, religiosos, que envueltos bajo una fachada de moderación parecen estar más interesados en ser funcionales a Nicolás Maduro que en enfrentar su régimen. Se presentan como los “pragmáticos” y “razonables” de la escena política. Pero su contribución es la de coadyuvar a la normalización de la opresión. Bajo el velo del “equilibrio” se conforman con una paz barata que se paga con el sufrimiento de los venezolanos.
El radicalismo de centro tiene varias características. Todas dañinas para la lucha democrática.
En primer lugar, destaca su “realismo exacerbado pero selectivo”. Estos “centristas” no pueden dejar de señalar una supuesta gran verdad: que la dictadura es omnipotente. Para ellos, este es el dato más cierto de nuestra realidad. Pero aquí está la trampa: su realismo es selectivo, porque no aplican el mismo nivel de rigor en el análisis de las injusticias que el régimen comete contra el pueblo de Venezuela. Cuando mencionan las atrocidades de Maduro lo hacen relativizándolas y, en el mejor de los casos, relegándolas a un segundo plano. Para ellos, el poder de la dictadura es más real que los derechos de los venezolanos.
Además, este radicalismo es, por decirlo sutilmente, ecléctico. Busca siempre un “punto medio” entre la dictadura y la oposición democrática. Como si ambos extremos fueran iguales o comparables. Por ejemplo, son expertos en imputarle seudo buena fe al régimen de Maduro. Y, al mismo tiempo, se ensañan (no hay otra palabra) con los opositores más firmes, acusándolos de ser responsables de la ira del régimen. Según ellos, las víctimas deberían comportarse mejor para no provocar a su victimario. El mundo al revés…
Por supuesto, y en vinculación con la anterior característica, los radicales de centro también son optimistas empedernidos. Viven soñando que, si tratamos al régimen con delicadeza, este mágicamente se ablandará y flexibilizará. ¡El régimen es malo por nuestra culpa y no debemos envilecerlo! Su estrategia maestra consiste en ceder, y luego ceder un poco más, y después un poco más, mientras explican con argumentos rebuscados por qué las atrocidades del régimen no son tan malas como parecen. Y así, con cada nueva concesión, siguen alimentando al monstruo que piensan estar en capacidad de domesticar.
Otra joya del radicalismo de centro es su devoción al “diálogo perpetuo”. Casi un fetiche dialoguista. Pero no un diálogo genuino que busque acuerdos basados en la justicia y en la verdad. No. Su “diálogo” es una eterna tratativa, que no alcanza el nivel de negociación, y que solo beneficia a la dictadura dándole tiempo para consolidar su control autocrático mientras posterga cualquier posibilidad de democratización.
Finalmente, no faltan las críticas de los radicales de centro a los opositores firmes. Según ellos, estos líderes están más interesados en complacer a la opinión pública -a las gradas- que en actuar con sentido común y con “sensatez” en la “conducción política”. Pero esto es, a lo menos, ingenuo (para no decir de mala fe). Porque en un contexto autoritario como el nuestro el sentido común exige firmeza, lo cual no es radicalismo, sino simplemente lo correcto. Además, olvidan que el sentido común de los políticos debe basarse en la sapiencia del pueblo al que representamos.
A la postre, el radicalismo de centro, aunque se abrigue con vestes de mesura, sigue siendo radicalismo. Aunque pretenda sofisticarse con “citas históricas”, “argumentos objetivos” o discursos sobre la “superioridad de la sociedad civil”, no deja de ser una forma de justificar la tiranía. Su realismo selectivo, que enaltece el poder del régimen y minimiza los padecimientos del pueblo criollo, no es moderación; es complicidad.
La verdadera moderación no consiste en justificar al autoritarismo. No necesitamos voces que relativicen el sufrimiento de los venezolanos, ni más discursos que busquen excusar a sus verdugos. Los radicales de centro pueden seguir jugando a ser los “equilibrados” de la película, pero mientras los venezolanos seguiremos buscando justicia y, bajo liderazgos representativos y legitimados por el consentimiento popular, la encontraremos.