Estamos en 1830, cuando los mandos del Ejército Libertador se enfrentan por la marcha de la república y parecen dispuestos a iniciar una guerra civil. Después, en 1835, un joven llamado Francisco Javier Yanes, escribe unas Epístolas Catilinarias en cuyas páginas reconstruye la entrevista que clausura el destino de Colombia y abre el camino de una administración autónoma en Venezuela, antes de que sucedan encuentros fratricidas. Yanes vuelve al episodio con el objeto de criticar la alevosa conducta de los mandos militares que se han alzado contra el presidente legítimo, José María Vargas, a quien defiende con entusiasmo. Indignado por las malas artes de los miembros del Estado Mayor que figuraron en las alturas como apoyos de Bolívar, quien ya lleva cinco años en la tumba, pero de cuyo prestigio se quieren valer para tomar el poder, reconstruye un episodio a través del cual se comprueba la responsabilidad de figuras fundamentales de las fuerzas armadas de entonces en el rumbo de los asuntos públicos. El lector sabe que ahora se vuelve a un asunto histórico, es decir, a un suceso del pasado que no puede repetirse, pero también quizá sienta que este tipo de reminiscencias puede funcionar como linterna de la actualidad.
Para buscar los orígenes de la responsabilidad de los hombres de armas en la llamada Revolución de las Reformas contra un mandatario civil recién electo, Yanes encuentra en los papeles recopilados por su padre un resumen de la entrevista sostenida cinco años antes entre el Mariscal Sucre, representante del llamado Congreso Admirable de Bogotá, y el general Santiago Mariño, quien habla en nombre de los soldados llamados cosiateros en cuya cabeza destaca el general José Antonio Páez. Como el interlocutor se cierra ante cualquier alternativa de reconciliación, o ante posibilidades de acercamiento, Sucre se atreve con una propuesta excepcional que ahora copiamos con fidelidad. Es la siguiente:
Habiéndose hecho azarosos algunos militares, que abusando de su poder o su influencia, han ollado los unos las leyes, y acusándose a otros de sospechosos de intentar un cambio en las formas del gobierno, se prohíbe que, durante un período, que no será menor de cuatro años, no pueda ninguno de los generales en jefe, ni de los otros generales que han obtenido los altos empleos de la República, en los años desde el 20 al 30, ser Presidente o Vicepresidente de Colombia, ni Presidentes ni Vicepresidentes de los Estados, si se establece la Confederación de los tres grandes distritos; entendiéndose por altos empleos el de Presidente o Vicepresidente, de Ministros de Estado y Jefe Superiores.
Sucre agrega en el documento que, para abrir un sendero firme a las paces, figurará de primero en la nómina de los uniformados dispuestos a alejarse de las funciones públicas de importancia. El detalle provoca el aplauso de monseñor Esteves, arzobispo de Bogotá presente en la entrevista, pero el general Mariño considera que se trata de una sugerencia superflua debido a que «los oficiales venezolanos no tienen aspiración alguna». Propone entonces que, ante la contundencia de su réplica, ante la consistencia de una contestación que nadie puede rebatir porque refiere a figuras honorables y desinteresadas, termine la reunión para que cada quien se prepare a «asumir su responsabilidad». Así sucederá, como sabemos, a través de hechos como un asesinato ocurrido en Berruecos y como la apertura de proyectos distintos para la república que conducen a hechos tan censurables como el alzamiento militar contra Vargas, criticado por Yanes en las Catilinarias.
El globo de Sucre no toca tierra, por consiguiente. Tampoco lo haría en la actualidad, por razones obvias. Es solo una sugestión desesperada que se oculta en el rincón de un acta que nadie lee más tarde, aparte de un curioso desocupado. Sin embargo, ¿por qué no resucitamos ahora su fantasía, aunque solo sea para soñar con una vacación sin intromisiones del cuartel? Es mucho lo que la república renacida puede aprovechar durante el asueto.