Tras una breve explicación, el paisaje en la serranía de Las Delicias se percibe de otra manera: casi todo lo que abarca tu mirada muy pronto será consumido por el fuego. Es, lamentablemente, el ciclo de la rueda del destino en esta ladera del Parque Nacional Henri Pittier y hasta ahora nada indica que este año vaya a ser diferente.
La senda que a diario transitan por ejercicio y recreación cientos de personas de Maracay, serpentea en un ascenso cuya vegetación es más propia del potrero de una finca ganadera que de un cerro de estas dimensiones. Sí hay, claro, algo de bosque más arriba, allá donde los cursos de agua alimentan la tierra, o uno que otro árbol de la especie chaparro americano, pero terminan dando la impresión de ser como parches verdes en un extenso territorio ocupado por lo que se denomina herbazales de montaña.
Es decir, pasto. Un pasto que gana en altura y que ya a principios de diciembre muestra un tono amarillento: se está secando por la falta de lluvia y en cualquier momento aparecerá la chispa que lo encenderá.
“En enero eso estará anaranjado, es como si fueran fósforos, como cerillas en vertical”, dice el ingeniero agrónomo y docente universitario Marco Azpúrua luego de ascender un largo trecho por este camino a pleno sol, sin ninguna sombra porque los pocos árboles a los costados no han tenido la posibilidad de desarrollar tamaño y follaje.
Azpúrua, quien ha dedicado tiempo a conocer e investigar las dinámicas del Parque Henri Pittier, explica que la vegetación de la ladera sur empezó a cambiar abruptamente en la década de los años 80. Si bien desde mucho antes estos terrenos se usaron para pastoreo, lo que crecía entonces eran variedades locales –como andropogon, axonopus y carpín melao– hasta que apareció una especie llegada de Brasil.
“Con los ensayos con el sorgo en el vecino Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas, vino sorgo contaminado con semilla de jaraguá, de Brasil. Ese jaraguá es este pasto que se ha venido expandiendo porque tiene un mecanismo reproductivo que soporta los incendios. Tiene la semilla y tiene estolones subterráneos que son unos tejidos que permanecen y al pasar el fuego, apenas le cae agua brota nuevamente la planta”.
Hyparrhenia rufa es el nombre científico de esta gramínea conocida popularmente como jaraguá y que llegó a América en tiempos remotos proveniente de África. El problema con su presencia masiva en el Parque Nacional Henri Pittier es que se traduce en una enorme cantidad de biomasa en el terreno que en la época de sequía constituye un seguro y abundante combustible para el fuego.
“El jaraguá está aumentando la ferocidad de los incendios forestales”, señala Azpúrua: “Si antes de eran de un metro o dos de alto, ahora las llamas alcanzan 5 o 6 metros. Eso es porque está muy lignificado el tejido”.
Y lo que generalmente ocurre, es que tras el fuego, el jaraguá avanza en su expansión.
De acuerdo con Azpúrua no existe un estudio formal que determine la extensión de territorio del Henri Pittier ocupado por esta variedad. Y no hay una fórmula a la vista para erradicar su presencia. Hay, sin embargo, una idea que no debería ser muy difícil de entender, aunque su ejecución requiere consensos que no abundan en estos tiempos “cívico-militares”.
“No hay una vacuna, como que digas que vas a fumigar o a aplicar un herbicida. Primero porque este es un parque nacional y segundo, porque no existe un herbicida que actúe solo contra el jaraguá. Hay que mantenerlo bajo control con cortafuegos, hay que fomentar la arborización del parque. Si siembras árboles, la sombra del árbol va a impedir que crezca el jaraguá. Por eso es importante que en los alrededores de la caminería hagamos una arborización con las especies adecuadas e incluso con riego, pero eso implica un esfuerzo conjunto entre Inparques y la sociedad civil”.
Focos fijos
Por supuesto que los incendios en el Henri Pittier no se explican solo por la presencia de los herbazales, que son apenas el combustible: la mano del hombre es la que enciende el fuego. El problema es tan recurrente que quienes investigan han identificado lugares donde se inicia ya casi como por tradición.
“Buena parte de los incendios de vegetación ocurren en terrenos manejados por el Estado, en terrenos del INEA, de Cavim, de algún tipo de propiedad estatal que por razones que no están suficientemente explicadas acuden al fuego como instrumento de limpieza. Y eso no se puede permitir”, advierte el ingeniero: “Las tres cuartas partes del Municipio Mario Briceño son parque nacional. Y ahí están terrenos del Ministerio de Agricultura, de la Universidad, de los militares… Y en esos terrenos se producen los orígenes de muchos incendios. Si eso ocurre en terrenos manejados por el mismo Estado…”.
“Hay focos tradicionales de incendios que ocurren todos los años”, confirma Enrique García, vocero y miembro activo de la ONG Sembramos Todos: “En el área del INEA que colinda con la serranía de Las Delicias todos los años inician incendios porque queman desechos. Detrás de la granja militar, La Placera es otro foco de incendios forestales fijo. La zona de Ojo de Agua, en La Cooperativa, es foco de incendios. Detrás de La Pedrera, el área de Mataseca, en El Limón, en El Piñal, todos los años se inician incendios forestales”.
Y el elemento común es la quema de basura o de hojas. Para “limpiar”, dicen. “Las cenizas volantes recorren 200-300 metros y llegan a zonas de hierbas secas”, explica García algo que tampoco debería ser muy difícil de hacer entender. Pero por lo visto, hace falta una gran inversión de esfuerzo en concientización y educación ambiental.
Un estudio dirigido por Oscar Abarca, del Laboratorio de Geomática del Instituto de Ingeniería Agrícola de la Facultad de Agronomía de la UCV publicado este año, procesó imágenes satelitales para determinar el impacto de los incendios forestales en el Parque Nacional Henri Pittier. Entre 1973 y 2024 se han perdido 15.177 hectáreas de bosques “que se han convertido en herbazales de montaña”, se lee en su resumen.
El Henri Pittier es el parque nacional más antiguo de Venezuela (1937), lo constituyen 107.800 hectáreas y en su extensión abarca desde la zona norte de Maracay (sur del parque) y otras ciudades de Aragua, su límite al norte es el mar Caribe, incluyendo las poblaciones de Ocumare de la Costa, Cata, Cuyagua y Choroní. Y al oeste limita con Carabobo.
Tras evaluar diez años de imágenes de satélite, entre 2015 y 2024, encontraron que la mayor extensión de incendios se produjo en 2020 con 9.291 hectáreas afectadas. El segundo mayor registro fue en 2024 con 8.528 hectáreas y el mínimo se dio en 2021 con 573 hectáreas quemadas. Casi todas las áreas se encuentran en la ladera sur del parque, con centros de ignición “en las zonas pobladas que hacen vecindad con el parque, en los estados Aragua y Carabobo”.
Y así explica lo que se deriva de la situación: “Todos los años, durante el período seco, que en promedio se extiende de diciembre a abril, se producen incendios forestales, principalmente en la ladera sur del parque, lo que está reduciendo continuamente la superficie de los bosques e incrementando los herbazales de montaña. La pérdida de bosques no solo afecta la biodiversidad, sino que incrementa los riesgos de movimientos en masa, alimenta la propia propagación de los incendios de vegetación, reduce la infiltración y percolación profunda y la recarga de los acuíferos, conduce a la pérdida de escenarios naturales boscosos y contribuye en la emisión de gases de efecto invernadero y consecuentemente sobre el calentamiento y cambio climático global”.
Cada vez peor
En la organización civil Sembramos Todos desde 2014 llevan su propio registro de la voracidad del fuego en el Henri Pittier. “Los incendios forestales son básicamente una afectación global del parque”, explica Enrique García: “Pueden afectar a los terrenos que están hacia la costa, como a la serranía interior con igual gravedad”.
“Los incendios del Henri Pittier estaban promediando entre 2 mil y 3 mil hectáreas anuales”, redondea García. Pero en los últimos años los estragos se incrementaron. “Cerraremos 2024 con más de 25 mil hectáreas. El año pasado fueron aproximadamente 15 mil y el antepasado aproximadamente 12 mil”.
De lo que se desprenden algunas conclusiones poco alentadoras: “No se está quemando lo mismo, cada vez el incendio va más adentro del parque. Se está perdiendo el control sobre los incendios. Las herramientas y el personal para combatirlos es insuficiente y la respuesta es tardía”.
Alrededor del 24 de diciembre de 2023 ocurrió el primer incendio forestal de la pasada “temporada de verano” en el parque. De acuerdo a Sembramos Todos, se inició en La Cooperativa, Maracay, y se extendió por unas 1.400 hectáreas hasta llegar a la Fila de Palmarito, a 1.600 metros de altura. Luego hubo –hasta marzo de 2024- una seguidilla en El Castaño, la serranía de Las Delicias, El Limón, Mataseca, Fila Cuchillo, con las llamas disparadas en paralelo a las vías de Ocumare por un lado y de Choroní por el otro.
“Terminaron más arriba de Curucuruma, en Choroní”, apunta García: “Eso no ocurría desde 1972, que fue un incendio que duró más de un mes. El de 2024 es el peor del Henri Pittier en los últimos 50 años. Ese incendio llegó más arriba de Rancho Grande y lo que ardió fue bosque. La afectación por incendios forestales este año fue casi el 30% de la superficie del parque. Y muchas de esas áreas eran bosques vírgenes que no se habían quemado nunca. O que por lo menos no se habían quemado en los últimos 70-80 años. Eso es muy grave”.
¿Cómo llegamos a la reedición de una tragedia de una magnitud que no se veía desde hace cinco décadas?
“La mano humana”, dice García en primera instancia. Para luego entrar en la complejidad: “Hay dos factores que inciden y son parecidos pero no son iguales: calentamiento global y cambio climático. El cambio climático, por la razón de que los veranos son más extensos. Y el calentamiento, por las temperaturas que llevan a grado de marchitez a muchas especies que normalmente se mantienen vivas durante todo el año. ¿Qué sucede? La presencia de los herbazales de montaña es sumamente perjudicial porque es combustible que arde muy rápido y ocupa mucha extensión. Hay miles de hectáreas de herbazales en el Henri Pittier que no existían hace 50 años. Y la presencia de esos herbazales también es consecuencia de la mano humana”.
¿Cómo sobrevive el Henri Pittier?
Dentro de las 107.800 hectáreas del Parque Nacional Henri Pittier hay diferentes ecosistemas y múltiples problemas. Invasiones para conucos o construcción de viviendas, cacería ilegal de fauna, deforestación, empobrecimiento del suelo, pero en la larga lista lo principal son los incendios forestales, que están relacionados con casi todos.
Los incendios son provocados, la probabilidad de un fuego “espontáneo” es mínima. Es cierto que muchos son accidentales, producto de la quema de residuos sólidos y vegetación, pero eso no los hace menos devastadores.
“Los accidentales suelen ser por la quema de desechos en los linderos del Henri Pittier, eso casi siempre –por no decir siempre- ocasiona incendios forestales. La otra variante es la intencional, porque el incendio forestal se utiliza para cazar especies y también se utiliza el fuego para invadir y limpiar terrenos. Igualmente hay pirómanos que desde hace muchos años se han dedicado a incendiar el parque, hay gente que llega a sentir un placer sexual haciéndolo”, detalla García.
Las autoridades no tienen capacidad para hacer frente a esta complejidad. Y los registros de los últimos años aportan evidencia de esto.
“El Henri Pittier cuenta con no más de 150 personas de Inparques para la guardia y custodia de todo el parque. En realidad, son unas 90 personas las que se dedican a tareas de guardaparques. Divide 90 entre 107.800 hectáreas: 0,00083. Esa es la cantidad disponible de guardaparques por hectárea. ¿Eso es efectivo?”, se pregunta y se responde el activista.
“El otro gran problema de respuesta ante los incendios es el monitoreo. No existe tecnología incorporada al monitoreo. La ‘tecnología’ son las personas, los guardaparques que hacen los recorridos o están en alguna zona específica y ven algún foco”, continúa García: “Si tuvieses un sistema automatizado, que dispare una alarma, respondes mejor. La respuesta es lo que cambia todo. No es lo mismo que apagues un incendio a los 5 minutos de haber empezado que una hora más tarde, porque las llamas ganan fuerza y vas a necesitar más personal y más recursos para poder sofocarlo”.
De recursos es poco lo que se puede enumerar: un solo helicóptero activo para trasladar personal a la montaña y con un máximo de apenas 750 litros de agua por viaje. “Eso es totalmente ineficiente. Existen helicópteros con capacidad de 10 mil litros de agua. Pero eso es costo. Y ahí voy a algo importante: ¿qué es más barato, prevenir incendios o atacarlos? Prevenirlos, porque un helicóptero vale millones de dólares, pero una campaña de prevención cuesta mucho menos y además puedes conseguir apoyo de voluntariado y de la empresa privada”.
La propuesta de Sembramos Todos requiere el concurso de muchos y un cambio de mentalidad y procedimientos en las autoridades. “Mi sueño dorado es la educación ambiental obligatoria. Si logras que todos, desde los chamos de primer nivel hasta la universidad, reciban educación ambiental, el 90% de los incendios forestales van a desaparecer”.
Esa formación tiene que extenderse a las comunidades de manera directa y permanente: “El esfuerzo de prevención no puede ser de jornadas ni puede ser espasmódico, tiene que ser permanente porque crear conciencia no es asunto de contar un cuento y me voy. Se crea conciencia con el seguimiento y la continuidad. De otra forma, es un fracaso”, señala.
“Y el esfuerzo de prevención no es sólo del Estado, porque no será suficiente. Tienes que aliarte con los vecinos de las zonas circundantes al Henri Pittier como primera línea de defensa, con conciencia, con entrenamiento, con monitoreo, con involucrarlos. Esa es la manera de conseguir un cambio. El paradigma con el que se maneja el tema de los incendios forestales en el país no funciona. Y está demostrado. Los últimos diez años los incendios en el parque lo que han hecho es aumentar. Y en el país se han elevado de forma exponencial”.
Marco Azpúrua insiste en la arborización de las caminerías como una manera de controlar el herbazal. Y también en una bien pensada política de cortafuegos. Pero va más allá: hay que revisar y actualizar las normas del parque.
“El reglamento de uso vigente, de 1992, es muy restrictivo. Pudo haber funcionado en una época, pero eso hay que revisarlo. Mientras tengamos un reglamento que dice que no a todo… El reglamento de uso está dirigido a la preservación: no toques, no hagas, no camines… Por ejemplo, no se debe sembrar ninguna especie que no sea local. Pero usted como que no se ha dado cuenta de que la mayoría de las especies visibles son especies invasoras. Hay que tener en cuenta que la naturaleza va por un camino y el reglamento no está conectado con la realidad. Está conectado hasta cierto punto, pero hay que revisarlo y actualizarlo”.
Para Azpúrua es posible controlar los incendios: “El problema es que no han diseñado una política territorial correcta y no toman en cuenta a la sociedad civil”.
Apunta un factor clave. Y al hecho de que todavía hay tiempo: “Hay que trabajar en generar una cobertura vegetal que proteja al suelo. El suelo es la piel del planeta. Se quema la piel del planeta y la cobertura vegetal y poco a poco llega a un extremo de no renovabilidad. El parque todavía puede autoregenerarse siempre y cuando no se siga quemando. Si usted va hacia Carabobo y ve las montañas de Mariara, eso es pura piedra, ya ahí para que se regenere tienen que pasar cientos de años porque ya quedó la roca pelada de tanto incendio. Nosotros no estamos a ese nivel. Todavía se puede proteger el suelo, pero eso requiere el esfuerzo de todos”.