He tratado de seguir el caso del joven norteamericano de apellido Mangione (como Chuck pero sin la música de la película “Los hijos de Sánchez”) que asesinó premeditada y cinematográficamente al CEO de una compañía aseguradora importante en los EEUU.
Los detalles del crimen – no hace tanto se dudaba de la culpabilidad del joven Luigi Mangione- son verdaderamente curiosos: casi proceden de una ficción más propia de Hollywood o de los mismos usos de los juegos virtuales.
¿Por qué me interesa?
Porque dejando de lado la curiosidad que siempre me produce el true crime (tengo en mi haber dos novelitas negras), se me ocurre que este caso explica muchas cosas que hasta ahora se me hacían incomprensibles.
Los datos y sus peculiaridades son un manjar, aquí van algunos:
El joven universitario es hijo de una familia acaudalada de Baltimore. Su familia es propietaria de clubes de música country, centros de salud y empresas inmobiliarias. Además, su abuelo fundó Lorien Health Systems y dirigió una cadena de radio conservadora en Baltimore.
Siempre destacó por su excelencia académica. Mangione se graduó en la prestigiosa Gilman School, una institución exclusiva para varones reconocida como una de las escuelas privadas más distinguidas de Baltimore, donde fue el estudiante con mejor desempeño académico en 2016. Mangione luego estudió en la Universidad de Pensilvania, donde se graduó en 2020 con un máster y una licenciatura en Informática y una especialización en Matemáticas, según informó un portavoz de la universidad a la cadena de noticias CNN.
En una entrevista para un blog de la universidad, Mangione habló de cómo había creado un club de desarrollo de videojuegos.
“En el instituto empecé a jugar a un montón de juegos independientes y cosas así, pero quería crear mi propio juego, así que aprendí a programar”, explica Mangione. “En mi primer y segundo año de instituto, aprendí (por mi cuenta) a programar, y por eso ahora me dedico a la informática; así es como me metí en esto… Realmente quería hacer juegos”.
Y de paso escribía también reseñas de libros para Goodreads, más de 300, incluidos libros sobre dolor crónico (que él mismo padecía), sobre enfermedades mentales, una biografía del creador de la bomba atómica y el popular libro de Michael Pollan sobre la ciencia de los psicodélicos.
En los casquillos de las tres balas con las que asesinó aBrian Thompson, CEO de UnitedHealthcare, en una acera de Nueva York, habría grabado las palabras: deny, defend, depose; denegar, defender y deponer (supongo que son los tres verbos que definen la estrategia de cualquier aseguradora: los tres pasos para no pagar a sus asegurados: negar los pagos, defenderse en los juzgados y finalmente y para retrasar el proceso exigir “deposiciones” -declaraciones juradas-).
Según la denuncia contra Mangione, el joven llevaba, al momento de su detención, una mochila con una pistola negra “fantasma”, es decir, impresa en 3D y con silenciador. Al parecer también llevaba un documento escrito a mano en el que afirmaba: “Estos parásitos se lo merecían”, y expresaba “mala voluntad hacia el Estados Unidos corporativo”. Y además billetes del tradicional juego de Monopolio.
Sin ahondar más en detalles insólitos leo en las redes y en los medios que Mangioni no solo es objeto de admiración entre la gente joven y universitaria, sino que tiene defensores y hasta justificadores. ¿Ocurriría lo mismo si fuera feo? No lo sé.
Pero lo que sí sé es que las universidades de élite en los EE.UU. hacen aguas por donde se les mire.
Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale.( El término Ivy League se usa también, más allá del contexto deportivo, para referirse a las ocho universidades como un grupo con connotaciones de excelencia académica, selectividad en las admisiones y elitismo social).
Se entiende por qué han sido tan activas las universidades prestigiosas en las marchas pro Hamas, en la defensa de criminales, secuestros y violaciones. ¿Esto es lo que están formando en las Ivy League? Y peor: la gente lo apoya. ¿Moda? ¿Robin Hood?
A principios de este año, Claudine Gay y Liz Magill, rectoras (Principals) de las prestigiosas universidades de Harvard y Pensilvania, tuvieron que renunciar tras la indignación que suscitaran sus declaraciones sobre el antisemitismo ante un comité del Congreso, al afirmar que las manifestaciones antisemitas dentro del campus no violaban ningún código de ética.
Asediadas por los promotores de la deconstrucción histórica y cultural, el “Progresismo” y el “Cancel Culture”, las universidades de élite norteamericanas están comenzando a recibir de retruque sus yerros.
Niall Ferguson, historiador y catedrático de Harvard, acusa de traición a sus colegas intelectuales por “permitir la politización de las universidades estadounidenses liderada por una coalición antiliberal de progresistas “woke”, partidarios de la “teoría crítica de la raza” y apologistas del extremismo islamista”.
Max Weber en su ensayo La ciencia como vocación (1917), expresa que “el activismo político no debería ser permisible en las aulas, porque ni el profeta ni el demagogo pertenecen a la plataforma académica”.
Urge a las universidades, no solo en EEUU, sino ya en Europa y América, mantener una independencia de las modas, pasiones y presiones políticas. Y es que esta separación entre erudición y política ha sido completamente ignorada en los últimos años en las principales universidades del mundo.
En la década de 1990, el Foro de Sao Paulo, dirigido por Fidel Castro, convocó a sociólogos, antropólogos y científicos norteamericanos de izquierda, para impulsar una nueva “antropología crítica”, “progresista”, “comprometida” y “militante”, en contraposición a la ciencia y a la antropología académica tradicional. El objetivo era el de comenzar a diversificar las formas de subversión en la región.
No hay mucho más que agregar.
Excepto para terminar este relato negro, pues finalmente y luego de desaparecer después del crimen, Mangione fue detenido en un McDonald’s de Altoona, Pensilvania, y ya fue acusado de asesinato.
Su arresto fue producto de la llamada de una empleada de la cadena de hamburguesas que lo reconoció por las fotos divulgadas en los medios y llamó a los agentes.
Cuando lo detuvieron se le vio en los noticieros gritando: “Esto está extremadamente fuera de lugar y es un insulto a la inteligencia del pueblo estadounidense y a nuestras experiencias”.
Esto provocó que varios usuarios, que defienden el accionar de Mangione, dejaran malas reseñas del restaurante de comida rápida. “El servicio fue terrible, había ratas por todas partes” .“Este lugar está lleno de soplones”, decían los comentarios.
Así que tal vez, solo tal vez, no debería sorprenderme que los mismos que celebran a Hamás, a Stalin, a Fidel, al Che y hasta a Nico, celebren a Luigi Mangione.
Y sin embargo, sí que me sorprende y me horroriza.
«Los terroristas de la alemana Fracción del Ejército Rojo o de la estadounidense Weather Underground eran sifrinos-pijos-niños bien de universidades de postín, los más inteligentes de la clase y los niños más mimados de sus casas, como Mangione, y todos recibieron la simpatía nada velada de progresistas y demócratas de toda la vida que admiraban su faramalla romántica a lo Robin Hood. El justiciero de “los pobres y débiles”. Por ahí va Greta, pero sin licenciatura.
No vaya a ser que hasta las universidades le otorguen el diploma de grado al crimen.
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Me despido hasta enero, hago mutis, más por tristeza que por vacaciones: se han marchado en apenas instantes unas grandes y queridas mujeres de la cultura. Elisa Lerner, Violeta Rojo, Mara Comerlati y hace dos días, Krina Ber. Todas mujeres brillantes, amigas queridas, talentosas, y además emblema de lo bueno que nos ha ido quedando en este país de despedidas. QEPD y su memoria sea honrada. Como la de todos aquellos que no han debido morir.
Como dicen los de mi tribu bíblica: “que no sepamos más de penas”.
Buenas fiestas.