A través de una represión cruda y pública, iniciada no sé ya desde cuando y reforzada después del fraude electoral, la dictadura ha anunciado una decisión de continuismo contra viento y marea. Después de desatar sus furias en la calle contra los manifestantes soliviantados ante el desconocimiento del triunfo de Edmundo González Urrutia, y de abarrotar las cárceles con evidente ostentación, ha aprobado leyes para maniatar a las fuerzas organizadas de la oposición, a las asociaciones civiles de mayor influencia y a los líderes más empecinados en su lucha. Si tal es la decisión del madurismo pese a la decisión contraria de la voluntad popular, la posibilidad de dialogar con sus representantes para el retorno de la legalidad y de la democracia traspasa los límites de la realidad.
En leyes como las promulgadas contra el fascismo, contra la instigación al odio y sobre el control de las asociaciones de la sociedad civil, se resume la decisión del oficialismo para quedarse en el poder sin término cercano. Son el único elemento que no se aferra a una persecución desembozada, sino a subterfugios para perseguir a la oposición en todos sus centros y rincones. No trasmiten ahora la idea de un ataque frontal contra las disidencias, sino la existencia de caminos legales, aparentemente civilizados o sensatos, manejables, para poner orden en una casa con los habitantes alzados. Proponen una escena de tribunales, o una posibilidad de defensa que no conduce directo a planazos y torturas, sino a una alternativa de patadas de ahogados que deben nadar hacia un ahogamiento inevitable. Pero son apenas retoques de reforzamiento, pinceladas de un paisaje de fantasía que también conduce a la parálisis de cerebros y brazos. Su desenlace es idéntico al de las cárceles y los vejámenes sucedidos después de la trampa del 28 de julio.
El madurismo no ha quedado satisfecho con estas prendas de predominio y con estos anuncios de permanencia. Aprieta las tuercas cuando quiere lucirse en su rol de mandón despiadado. Dos decisiones que claman al cielo lo comprueban: el confinamiento a pan y agua de los políticos de oposición asilados en la embajada de Argentina en Caracas, y el hostigamiento de la madre de María Corina Machado, líder de la oposición. Con el ataque de los huéspedes forzados de una sede diplomática quiere que se sepa en el panorama internacional que no vacilarán en su empeño de continuismo, pase lo que pase con la majestad de las banderas y con el decoro de los símbolos patrios del resto del universo que no sean los de Rusia y Cuba. Con el ataque de una señora que solo puede ser acusada de traer al mundo a una figura excepcional de la política venezolana, anuncian en la forma más estentórea su desprecio de valores encarecidos y su frialdad ante los mandamientos de la ley de Dios.
De momento, una última cosa conspira contra la posibilidad de dialogar con los cabecillas de la dictadura: la seguridad del incumplimiento de la palabra empeñada y la propensión a la mentira. Jamás han cumplido lo que acuerdan con el interlocutor, o tergiversan los resultados de los tratos hasta volverlos irreconocibles. En casa o en el extranjero, con interlocutores domésticos o con presencia de valedores internacionales, su palabra es una brizna de paja que soplan a placer en la dirección que les parece conveniente. Lo contrario a todo lo que se ha hecho para terminar una guerra o para buscar acomodos convenientes para las fuerzas en liza desde que el mundo es mundo, desde los tiempos de la guerra del Peloponeso. O, para tocar acontecimientos próximos, desde cuando Bolívar y Morillo hablaron en Santa Ana para acabar con la Guerra a Muerte; y Paéz y Falcón se reunieron en el campo de Carabobo para que cesara la Guerra Federal. Nada parecido sucederá con los representantes de la actual dictadura sentados en la mesa, a menos que estén de veras en el filo de un peligro real y próximo.
Pero, como de dialogar se trata, ¿por qué no lo hacen entre ellos los líderes de la oposición, antes de empeñarse en hablar con gente tan susceptible de desconfianza como Maduro y sus acólitos? Los acercamientos infructuosos se pueden reemplazar por un análisis sincero de los intereses de partidos, individuos, grupos y grupúsculos de los rivales del régimen que no se ha caracterizado por la homogeneidad, ni por la generosidad de sus propósitos, ni por la altura de sus miras, sino por una pugna que en no pocos casos ha llegado a escalas de mezquindad que no dan para enorgullecerse. Este es el diálogo que importa, el primero de todos, antes de insistir en la fantasía de volver virtuosos a los demonios y limpios a los tramposos que viven en las alturas. Empecemos con los enanos de nuestra esquina, que también abundan y estorban.