En la aldea
11 diciembre 2024

Contra los bárbaros y normalizadores

Jesús Manuel Martínez Medina murió secuestrado por los organismos de seguridad del Estado: para los normalizadores este crimen no importa. Ni las torturas, ni los asesinados, ni el robo de las elecciones presidenciales

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Walter Molina Galdi | 15 noviembre 2024

Que Nicolás Maduro es el peor tirano que ha padecido Venezuela es una verdad inobjetable desde hace años. Pero como el sadismo chavista no tiene fondo, el régimen decidió profundizar su terrorismo de Estado tras perder por casi 40 puntos una elección que controlaron completamente el 28 de julio. Si ya odiaban a la población que oprimen, una vez que confirmaron que el país entero los rechaza, decidieron odiarla más. Y matarla. Y torturarla. Y perseguirla. Y atemorizarla.

El terrorismo de Estado

Desde el 29 de julio, cuando vimos caer las estatuas de Hugo Chávez como símbolo incuestionable de la derrota política, cultural y social del chavismo, el régimen ha asesinado a más de 30 personas y encarcelado a más de 2.000, incluidos más de 170 niños y niñas, de los cuales 70 siguen tras las rejas. Los han torturado de diversas formas: golpes, descargas eléctricas, aislamiento y haciéndoles comer alimentos podridos. Sí, a niños. Jorge Videla estaría orgulloso.

Ese 29 de julio fue secuestrado, entre tantos otros, Jesús Manuel Martínez Medina. Su “delito” fue ser testigo de mesa en el estado Anzoátegui, donde además colaboraba con el Comando ConVzla porque, como el 90 % del país, quería un cambio. Quería ser libre.

Los grupos de tarea de la tiranía irrumpieron en su casa y se lo llevaron. Lo que vivió desde entonces fue un infierno: la tortura es el día a día de cada inocente secuestrado. A todo ello se suma que Jesús Manuel sufría del corazón y tenía diabetes severa. Las heridas provocadas por tanto maltrato se complicaron, se infectaron y derivaron en abscesos, mientras en los calabozos sin atención médica. Su madre rogó durante semanas que lo atendieran.

Martínez murió el 14 de noviembre, con apenas 36 años. Cuando Hugo Chávez juró sobre la “moribunda Constitución”, Jesús Manuel tenía solo 11. Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, la alcaldesa Cruz Torrealba y sus carceleros lo asesinaron lentamente.

Una muerte más. Un mártir más. Una víctima más, como otros 30 en este 2024, más de 100 en 2019, más de 160 en 2017, más de 70 en 2014…

Esta muerte se conoce poco después de otro asesinato que nos marcó: el de Edwin Santos. Edwin era miembro del partido Voluntad Popular en el estado Apure y fue asesinado horas después de ser secuestrado por el SEBIN cuando se dirigía hacia la comunidad de El Piñal.

Jesús Manuel dejó a una niña pequeña. Edwin dejó a dos hijos. Ese es el único “legado” de “la revolución”: niños secuestrados y niños sin padres. Como los hijos de Rafael Acosta Arévalo, los de Fernando Albán o los de Freddy Superlano, secuestrado el 30 de julio, y los del alcalde Rafael Ramírez Colina, secuestrado el 1 de octubre.

Sigue la migración

Mientras tanto, las cárceles políticas se llenan al ritmo que los hogares venezolanos se vacían.

Casi 200 mil venezolanos han cruzado la selva del Darién en lo que va de año. De cada 10 personas que hacen esta peligrosa ruta, 7 son venezolanos. Hablamos de, aproximadamente, 20 mil connacionales por mes. Más de 650 por día.

Desde que Nicolás Maduro (que perdió 70/30) decidió robarse las elecciones del 28 de julio, aproximadamente 100 mil venezolanos han huido del país. Más de 30 mil personas por mes. Más de mil personas por día.

De acuerdo con el Observatorio de la Diáspora Venezolana, poco antes de las elecciones nuestra migración -que es la más grande del mundo- ya estaba cerca de los 9 millones. Hoy, seguramente, ya estamos en esa cifra. Hay más venezolanos huyendo de la tiranía chavista que ciudadanos de Ucrania, Afganistán o Siria huyendo de la guerra.

Ustedes, normalizadores de la barbarie

Los normalizadores de la barbarie insisten en pintar un país ficticio, pero el de verdad, el país que sufre el terrorismo de Estado y los hospitales destruidos por aquellos que se robaron todo, está en los pies de quienes hoy caminan hacia otro destino, en el grito de los niños secuestrados y torturados, y en la memoria de lo que hicimos ese domingo de julio.

Este grupo, que es minúsculo pero ruidoso (y ¿cómo no?, si tienen el aparato de propaganda a su disposición), sigue repitiendo que el problema “son los extremos”, como si no hubiese un país entero que quiere ser libre y una tiranía que comete crímenes de lesa humanidad para impedirlo.

Son esos autodenominados “académicos”, “empresarios”, “periodistas” y “dirigentes políticos” que son un error muestral, agrupados en cínicos foros a los que nunca esquivan los micrófonos de Globovisión o Unión Radio. Son quienes han reducido a Fedecámaras, Conindustria y otros espacios a meros repetidores del guion del poder para así tener los favores de un Estado desmantelado.

Como afirma Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, «el crimen totalitario no solo destruye al individuo, sino también la realidad misma». Este es el proyecto chavista: reescribir la historia a fuerza de propaganda y terror, mientras aniquilan el tejido social.

Los normalizadores son los escribas de esta mentira, los cómplices que legitiman la barbarie al disfrazarla de gobernabilidad.

La única manera de parar la migración venezolana es logrando que lo expresado en las urnas el 28 de julio se respete. Es con democracia. No se trata solo de un imperativo moral; es una necesidad para toda la región. Que la tiranía chavista siga en el poder por la fuerza solo le conviene a una diminuta élite criminal y corrupta (incluyendo a sus propagandistas) y a otros autócratas del mundo. Ni a los venezolanos ni a las democracias (incluyendo a Estados Unidos, independientemente de quien allí gobierne) le sirve que Venezuela sea un lugar donde se expulsa a su gente pero donde se recibe a terroristas y narcotraficantes.

Solo habrá República y progreso si rescatamos la democracia. Solo parará la migración si somos libres.

Sepan ustedes, normalizadores de la barbarie, que su complicidad los convierte en responsables directos de cada niño torturado, de cada madre que llora a su hijo, de cada familia que arriesga su vida en el Darién. No hay espacio para la equidistancia cuando el futuro de un país está escrito con sangre. No vamos a pasar la página, porque mientras esta tiranía persista, las siguientes también estarán manchadas de dolor.

Nosotros queremos ser libres. Nosotros votamos por ser libres. Nosotros seremos libres. A pesar las balas que dispara el chavismo y a pesar de ustedes, cómplices de la oscuridad más terrible de nuestra historia.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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