En los últimos tiempos, he debido leer varios proyectos, trabajos, y análisis sobre cómo enfrentar la tragedia del país haciendo de la educación el pivote de la reconstrucción nacional. Cada uno de tales documentos o libros aportan valiosas ideas, pero siempre he percibido una carencia, en muchos de ellos, que puedo englobar en un término que, tampoco, logra interpretar aquello que descubro ausente. Hablo de Cultura, así, con mayúscula.
Para muchos, hablar de cultura es referirse a manifestaciones artísticas y tradicionales de una zona, de un país. Pero, yo me estoy refiriendo a «cosmovisión», entendiendo ésta como la forma en que una sociedad ve, desentraña e interpreta el mundo que la rodea. En otras palabras, la cosmovisión de cada persona refleja sus propias ideas y comprensión del medio ambiente y el mundo. Esta visión revela los sistemas interconectados del mundo, brindándote la oportunidad de nombrarlos, comprenderlos e incluso darle una acepción característica a la eternidad desde su propia perspectiva. La cultura, por otro lado, surge como expresión de la cosmovisión de cada individuo. Esto significa que la cultura incluye tradiciones, pensamientos, emociones y comportamientos.
La educación, en franca asociación con la cultura, conforma un ámbito esencial para la socialización y el aprendizaje que son indispensables en el desarrollo de las habilidades y destrezas para participar en la sociedad, en el trabajo y en la vida pública. Por lo tanto, desempeña un papel importante en la construcción del capital intelectual que permite a cualquier país avanzar hacia un verdadero desarrollo.
De tal manera que he establecido un vínculo con la formación del ideal griego, aunque, no es fácil sintetizar en pocas palabras la revolución y el lugar simbólico de Grecia en la historia de la educación humana. Mi humilde objetivo en este artículo es acercarme, aunque sea tangencialmente a la creación, la singularidad y el desarrollo de la «Paideia» griega. No pretendo sumergirme en una asociación de ideas complejas, sino que quiero mostrar, en el pequeño espacio de una columna de opinión, cómo esa concepción de la formación del ciudadano, Grecia la convirtió en la encarnación de la extraordinaria voluntad con la que moldeó su propio sino. Y, nosotros, en esta coyuntura histórica estamos obligados, sí, obligados, a moldear nuestro destino.
En su esencia más profunda, «paideia» es el concepto de educación holística que abarca un enfoque integral centrado en el desarrollo completo e interconectado de las dimensiones intelectual, moral y física de una persona. «Paideia» proviene de raíces griegas, combinando la palabra «país», que se traduce como niño, y «didasko», que significa enseñar. Sin embargo, es crucial entender que esta educación no se restringía simplemente a la transmisión de información académica o conocimientos específicos. Por el contrario, su objetivo era mucho más ambicioso: pretendía cultivar tanto el alma como el cuerpo de los jóvenes, preparándolos para convertirse en ciudadanos responsables y virtuosos dentro de su comunidad. Este concepto de «paideia» era esencial en la sociedad griega y no solo reflejaba, sino que también encarnaba los ideales más elevados sobre lo que significa ser una persona verdaderamente humanitaria.
Según el prominente filósofo Werner Jaeger, la «paideia» no se limitaba a ser una mera técnica educativa o un conjunto de métodos para la enseñanza; más bien, constituía una forma de vida y un ideal cultural profundo que aspiraba a la formación de un individuo completo, uno que estuviera capacitado para participar plenamente y de manera activa en la vida pública de su comunidad. La realización de este ideal educativo se alcanzaba a través de un programa educativo riguroso y bien estructurado, que combinaba no solo la instrucción académica en diversas disciplinas, sino también una sólida educación física y una profunda formación moral, promoviendo así un desarrollo equilibrado y armonioso del individuo.
La educación en la antigua Grecia no se limitaba únicamente al desarrollo personal de cada individuo; se consideraba igualmente una metodología fundamental para formar ciudadanos que tuvieran el potencial de hacer aportes significativos a la sociedad en su conjunto.
La premisa era que, mediante un enfoque educativo integral, los jóvenes recibirían las herramientas y habilidades necesarias para asumir posiciones de liderazgo y tomar decisiones informadas y prudentes en pro del bienestar de su comunidad.
El concepto griego de kalokagathía, que amalgama la belleza física con la bondad moral, ocupaba un lugar central en el ideal educativo de la «paideia». Los griegos sostenían que el propósito de la educación consistía en formar personas que fueran no solo físicamente atractivas, sino también destacadas intelectual y moralmente. Este equilibrio era considerado indispensable para alcanzar tanto la excelencia personal como la colectiva. Además de estos aspectos, la educación griega hacía hincapié en la creación de un ethos colectivo, donde la virtud individual y el bien común se situaban como objetivos primordiales. La «paideia» aspiraba a inculcar un sentido profundo de comunidad y responsabilidad social, alentando a cada persona a comprender su papel y contribución al bienestar general de la polis. Esta visión buscaba integrar el desarrollo individual con una responsabilidad compartida hacia la sociedad.
La «paideia» griega, caracterizada por su perspectiva integral y equilibrada sobre el desarrollo del individuo, brinda valiosas lecciones que son altamente aplicables a los sistemas educativos contemporáneos. En un contexto global, donde la alta especialización y la tecnificación frecuentemente predominan en la programación educativa, se vuelve esencial recordar la trascendencia de fomentar el crecimiento integral de las personas. Esta combinación de habilidades intelectuales, físicas y morales no solo es fundamental para formar profesionales altamente cualificados, sino que también promueve la creación de ciudadanos comprometidos, capacitados para contribuir positivamente a la sociedad en múltiples aspectos.
En la actualidad, los sistemas educativos tienen la oportunidad de enriquecerse al integrar principios ancestrales en sus programas de estudio. Al combinar disciplinas como el deporte, el arte, la filosofía, la ciencia y la tecnología, se tiene la posibilidad de desarrollar un modelo educativo que sea tanto igualitario como de alta calidad. Del mismo modo, es fundamental impartir una enseñanza que incluya valores morales y un enfoque en el critical thinking, ya que esto es crucial para que los estudiantes estén mejor preparados para enfrentar los desafíos que presenta el mundo moderno.
La filosofía griega educativa nos enseña que la educación es más que un simple cúmulo de conocimientos. En esencia, es un proceso educativo que permite a las personas completar la vida en sociedad con ricos significados. Al integrar diversos métodos en nuestra educación, no sólo mejoramos el aprendizaje de los estudiantes, sino que también tenemos la oportunidad de contribuir al desarrollo de una sociedad justa, equilibrada y basada en valores humanos. Este enfoque promueve una educación que conduzca al desarrollo intelectual, emocional y moral de las personas, creando así ciudadanos más conocedores y apasionados por el bienestar colectivo.
En suma, la «paideia» griega no debe ser vista meramente como un valioso vestigio histórico, sino también como una fuente de sabiduría que arrojaría luz y guiaría la educación moderna. Al considerar cómo entendían los griegos la creación de «buenas personas», podemos encontrar formas útiles de mejorar nuestra educación y crear ciudadanos que puedan enfrentar los desafíos futuros. La combinación de desarrollo moral, intelectual, físico y emocional ayuda a crear una educación que prepare a los estudiantes para enfrentar todos los aspectos de la vida.
Y ese arquetipo de educación necesita un basamento muy sólido: el maestro. En Venezuela no queda República, habrá que reconstruirla, pero aún hay maestros que siguen ejerciendo su labor en condiciones deplorables. Para conseguir nuestro ideal educativo debemos empezar por dignificar la profesión del maestro, del profesor, del investigador. No solo es asunto de salarios, si eso no se comprende, estaríamos arando en el mar.