En la emisión antepasada de esta columna, señalé que las expectativas sobre el desempeño de la oposición, en su manejo de la crisis política posterior al 28 de julio, estarían orientadas hacia la manifestación convocada para el sábado pasado. Como cualquier otro ciudadano común, ajeno a la dirigencia que hizo la convocatoria, no sabía de ninguna manera en qué iba a consistir. Guiarse por el pasado indicaba que se trataría de concentraciones masivas de personas en un un punto de cada ciudad de Venezuela y del mundo donde hubiera venezolanos. Manifestaciones cuya asistencia había ido mermando poco a poco, debido sin duda al miedo a represalias gubernamentales.
Pero entonces, a los pocos días del evento, la líder opositora María Corina Machado aclaró las cosas. No habría ninguna gran concentración, sino un conjunto de pequeñas concentraciones. Los participantes debían organizarse entre ellos mismos, elegir un “lugar seguro” en sus respectivas comunidades y expresar allí brevemente su apoyo al reclamo opositor con respecto a las pasadas elecciones presidenciales. Más importante aún, Machado adelantó que así se inauguraba una nueva etapa en el esfuerzo opositor, más local, descentralizada y, a su juicio, en sintonía con un entorno que se ha vuelto más represivo. A esta faceta la llamó “de enjambre”. En los días siguientes la discusión política venezolana se llenó de metáforas entomológicas y de apicultura. Por mi parte, preferí esperar a que ocurriera su primera manifestación antes de opinar. Visto lo visto, he aquí lo que pienso.
En primer lugar, si Machado hablaba en serio cuando dijo que hubo un giro estratégico, me parece que la principal motivación es intentar solucionar un dilema al que me he referido antes y con mucha insistencia. A saber, cómo presionar a la élite chavista para que vea el statu quo como inviable y acepte emprender una transición negociada, y al mismo tiempo exponer lo menos posible a la población a castigos severos desde el poder por hacer tal cosa. Machado sostiene que la oposición no tiene por qué demostrar, mediante protestas masivas, que es mayoría. Es un buen argumento. Pero yo creo que, en realidad, el giro constituye un reconocimiento de que la capacidad de convocatoria ha mermado por el referido temor a la represión. Ninguno de los intentos previos de llenar calles fue un fracaso, pero la merma es de todas formas innegable. Y como todo hay que decirlo, podemos y debemos señalar también que esas manifestaciones, si bien obviamente molestaron a Miraflores, no fueron vistas como algo que comprometiera la continuidad del sistema político.
No me queda claro por qué el “enjambre” tendrá un resultado diferente. No veo, al menos por ahora, cómo hará que la élite gobernante considere que no puede mantener su hegemonía. Tal vez las acciones específicas encargadas a cada uno de los grupos más adelante serán igualmente pacíficas pero más contundentes que las del sábado pasado. Pero eso es solo una especulación sin garantía alguna de cumplimiento. Tal vez parte de la descentralización planteada suponga cierta autonomía en los modos de manifestación. Pero entonces cabe la posibilidad de que el proceso se vuelva una improvisación incoherente y acéfala. Cada ciudadano común puede fungir como actor político. Sin embargo, hay límites para la actuación independiente. El surgimiento de líderes es un proceso espontáneo precisamente porque la inmensa mayoría de las personas no sabe qué hacer y delega la conducción a alguien en quien confía que sí sabrá.
Otro posible problema de esta metodología es que la ausencia de dirigentes en las manifestaciones debilite aun más la participación. Como he dicho antes, cuando los líderes aparecen en las manifestaciones, ocurre una conexión especial entre ellos y las masas. Una sensación de riesgo compartido, fraternidad y solidaridad, que solo la coincidencia física puede producir. Sí, ya sé que los dirigentes, por dedicarse a la oposición a tiempo completo, siempre están en peligro, mientras que el ciudadano común por lo general solo lo está cuando interrumpe sus actividades privadas para manifestarse políticamente. Tal vez llegamos al punto en el que Machado y otros dirigentes, por razones de seguridad, no pueden seguir apareciendo en eventos así. Pero nada de esto niega que la base opositora pueda sentirse menos estimulada si no está codo a codo con sus líderes.
Ahora bien, así como he hablado de los escollos potenciales del “enjambre”, también hay que hacerlo sobre sus posibles virtudes. Para empezar, la simultaneidad de múltiples manifestaciones pacíficas ocurriendo en distintos lugares que ni siquiera han sido acordados públicamente con anticipación dificulta la toma de represalias. Por supuesto, para que esa ventaja se concrete, tienen que ser realmente muchos grupos distintos actuando a la vez. La coordinación sería clave y para ello tendría que haber comunicación. Nada fácil en un país donde solo han quedado las redes sociales, cada vez más bloqueadas por el gobierno, como mecanismo para que la dirigencia opositora se comunique masivamente. Pero ese liderazgo ya mostró, durante la campaña para las elecciones, que no se le debe subestimar en sus maniobras en tal sentido.
Por otro lado, me resulta interesante la selección del término “enjambre”. Me recuerda a otra analogía zoológica empleada por los pensadores Gilles Deleuze y Félix Guattari en sus investigaciones sobre comportamientos humanos colectivos: la de “manada”. Siguiendo los postulados de Elias Canetti en Masa y poder, este dúo distingue las conductas entre “masas” y “manadas”. Las primeras son lo que entenderemos convencionalmente por multitudes políticamente comprometidas. Congregan a un gran número de individuos y están bastante jerarquizadas. Cada individuo se identifica a plenitud con el grupo y con el líder, y encuentra seguridad en esa fusión. Las “manadas”, por el contrario, son pequeñas, dispersas y no aptas para jerarquías fijas. Sus miembros se saben constantemente expuestos a los rigores de un área “silvestre” (i.e. peligrosa), por lo que están por cuenta propia incluso cuando otros miembros los acompañan y deben cuidarse ellos mismos. Es por eso que las “manadas” tienen mayores potencialidades y mayor margen para la transformación. Creo que lo mismo puede decirse de los “enjambres”, en tanto que, quizá, impliquen un mayor reconocimiento del contexto difícil que le tocó a la oposición y del compromiso cívico que exige para lograr cambios.
Es fácil juzgar el éxito o fracaso de la convocatoria a una manifestación masiva. Si va mucha gente, es un éxito. Si va poca, un fracaso. Con estrategias como el “enjambre” es más difícil. El observador del fenómeno colectivo a duras penas puede detectar todas las expresiones atomizadas simultáneas. No obstante, eventualmente los efectos, o la falta de efectos, se hará notar en el orden político vigente.