Maduro se nos acaba de presentar como indulgente, después de que Edmundo González Urrutia saliera hacia España a vivir como exiliado. Lo misma actitud ha exhibido el fiscal del régimen, quien ha desplegado frases de cortesía para despedir al viajero y para anunciar que cesaban los procesos judiciales en su contra. Las expresiones de benevolencia quieren anunciar el inicio de un período de normalidad, concedido por una autoridad que vuelve a las rutinas de la administración después de unos remezones incómodos pero pasajeros, de unos trompicones que han sido superados gracias a su manejo inteligente y condescendiente. ¿Nos vamos a tragar esa patraña, esa desvergüenza colosal?
En la víspera de tales muestras de civilidad el flamante ministro del Interior acusó a Edmundo de dirigir una bandería de terroristas, una brutal manada de fascistas en cuya cabeza se encontraba María Corina Machado. Otros cargos altos del régimen, como el ministro del Exterior y gente que vive y pulula en Miraflores, hicieron lo propio. Y no olvidemos las expresiones del titular de la Defensa, quien no dejó de juntar supuestos aportes doctrinarios con instrucciones de resistencia castrense con el objeto de demostrar que Chávez vive y la patria sigue frente a los embates de la reacción ultraderechista y antipatriótica que había resurgido después de las elecciones. Agreguen al repertorio las referencias despectivas de los medios controlados por el gobierno hacia figuras importantes de la oposición y las expresiones de sus influencers en las redes sociales, vulgares e insostenibles, peregrinas hasta extremos de grosería, para tener un panorama creíble de la vigilia que precedió el viaje realmente sorpresivo de un hombre que salió del anonimato para convertirse en protagonista estelar de la historia.
El paso de la aspereza a las conductas apacibles, el tránsito del ataque despiadado a las aproximaciones fraternales se explica por el triunfo que creen haber obtenido las fuerzas de la dictadura con la marcha de un personaje clave de la política a Madrid, en realidad de una figura de especial trascendencia debido a un respaldo apabullante de la sociedad que lo escogió como primer magistrado. Quieren hacernos ver que el ungido puede ser juguete de negociaciones alrededor de su destino personal o familiar que no lo hacen confiable, o que lo condenan a figurar ahora en el segundo plano inofensivo y remoto que la magnanimidad oficial le ha concedido. Tal vez hayan sentido el éxito de la estrategia en horas iniciales, cuando todos nos sorprendimos por la salida del líder en un avión militar de España, por una situación que la generalidad de nosotros no esperaba, pero la realidad no puede cambiarse por la influencia de una maroma, por el trabajo de un malabarismo que aguanta lo que duran las tarabitas en el circo.
La realidad es que Edmundo fue sometido a un encarnizado proceso de presiones para obligarlo a partir, dirigidas a su integridad física y a la suerte de sus familiares. La verdad es que se le impuso un cerco que no debe extrañarnos, porque es semejante al que se ejerce sobre las mayorías de la sociedad, y que ese cerco condujo a una respuesta de emergencia que, en lugar de sorprendernos y desilusionarnos, debe llevarnos a la comprensión de una situación transitoria que encontrará fórmulas para salir airosa. Porque no se trata de una persecución personal que cumple una primera etapa, de una inquina puntual, sino del primer colofón de un ataque que nos incumbe y nos duele a todos hasta el punto de llevarnos a una primera situación de decaimiento que será necesariamente fugaz. Y que debe recordar, para salir adelante, los nombres de todos los presos y los perseguidos que conocemos por su actividad pública contra la dictadura, y de todos los centenares de venezolanos anónimos que están en la cárcel y sufren la flagelación de una pandilla de torturadores. Era fundamental que Edmundo se librara de esa cruel estación para seguir representándonos hasta la llegada del triunfo.
Pero lo esencial de las peripecias que estamos presenciando se encuentra en su prólogo: la apabullante elección de Edmundo González Urrutia como presidente de la república, y el escandaloso fraude electoral, comprobable en todos sus costados y desde cualquiera de sus oscuridades, que pretende apuntalar el continuismo de Maduro. Si no han sustentado la prolongación de un régimen despreciado por el pueblo las prisiones y los tormentos de centenares de ciudadanos comunes y corrientes que debutaron como ciudadanos buscando, cuidando y mostrando votos, las maniobras de superficie que se han puesto en marcha para el alejamiento de Edmundo no pueden cambiar la realidad. No funcionan las cortesías de los portavoces del oficialismo, ni la bonhomía que quieren mostrar ahora, ni falsos llamados a la concordia, porque los desmiente una realidad aplastante e implacable que no ha logrado su culminación, pero que está en eso.