La voz punzante e inteligente de Ibsen Martínez calló la noche del 11 de septiembre, en la ciudad de sus amores, Caracas. Después de años de un exilio doloroso y angustiante en Bogotá, había regresado a la capital para enderezar su salud y emprender viaje a España, donde lo esperaba su hijo. No pudo ser.
No es este el lugar ni yo la persona que deba escribir sobre la contribución de Ibsen a las letras venezolanas, tanto como periodista como dramaturgo, y su tarea pendiente de escribir La Novela sobre el petróleo. Su última novela “Oil Story” fue un gran intento, pero creo que él la consideraba un compromiso necesario a fin de publicar. Confío en que la historia reconocerá su contribución.
Se puede decir que Ibsen era eso que los antiguos llamaban un polímata. Había estudiado matemáticas en la UCV, carrera que abandonó para escribir. Escribía de economía, después de haberla estudiado. Despiezaba la política con ojo clínico. Relataba la historia venezolana como pocos. Quería escribir un libreto sobre el escritor norteamericano Hemingway, y se leía toda la obra. Melómano impenitente, podía discurrir de Mahler, Las Estrellas de Fania o los Rolling Stones, con igual sapiencia. Su conocimiento del béisbol era enciclopédico, aunque dudo mucho que pudiera batear una pelota bien lanzada. Era un ratón de biblioteca, y usaba las de Bogotá con pasión.
Yo conocí a Ibsen a través de mi hermano, Emilio, que fue su amigo y eventualmente su editor en las columnas que escribía en inglés para una publicación norteamericana. Yo solo sabía entonces que había sido el libretista de la telenovela “Por estas Calles”, en los años 90.
Me lo volví a encontrar en Bogotá, donde los dos habíamos recalado tras tener que salir de Venezuela. Lo traté más de cerca y aprendí a conocerlo mejor, con sus luces y con sus sombras. La vida del exilado no le fue fácil, nunca lo es. Me pregunto si tenía alguna novela en ciernes para exorcizar con su pluma estos duros años.
Ibsen, cuando se iluminaba, era la mejor conversación que uno puede tener: educada, inteligente, incisiva, muy entretenida; no había tema donde no tuviera algo que aportar. Cuando se oscurecía, era inmisericorde con el adversario, intolerante, pendenciero. Su vida personal y familiar estuvo teñida de esas oscuridades y recuerda la frase con la que Tolstói comienza su Ana Karenina: “Todas las familias felices se parecen entre sí; pero cada familia desgraciada tiene un motivo especial para sentirse así.”
Ya en sus últimos años, su pasado vino a cobrarle y fue acusado de violencia de género. La sentencia de la corte de las redes sociales fue lapidaria. Creo que no hay nada que añadirle a lo que escribió Milagros Socorro a propósito de su muerte:
¿Es verdad que Ibsen Martínez golpeó mujeres y que muchas veces se erigió en juez del prójimo? Una gran verdad. Lo primero, lo reconoció en la entrevista en El País, de diciembre de 2023; y lo segundo, lo concedió en una entrevista de octubre de 2023, a propósito de su novela “Oil Story”, donde dijo: “Ahora me tomo con más compasión las posiciones ajenas, ya no me mueven a sátira…”Pero también es verdad que llevó a cotas muy altas el español de Venezuela y que mantuvo una conducta ciudadana valiente, que, por cierto, le valió el exilio…
Ibsen, hijo de un trabajador petrolero en el oriente del país y de una maestra, entendía como pocos el rol del petróleo en el desarrollo de la Venezuela contemporánea. Sin embargo, siempre tuvo una relación complicada con el petróleo y con los petroleros de la postnacionalización. ¿Qué motivaba esa ambigüedad con nuestra principal industria? ¿La relación con su padre? ¿Quizás sus andanzas en la política de izquierda? Es algo que nunca entendí, ni quise preguntarle, pero esa tensión está reflejada en mucho de su obra: La Hora Texaco, Petroleros Suicidas, Oil Story y muchas de sus columnas.
Pocos venezolanos han oído del pionero petrolero Ralph Arnold, y mucho menos han leído su libro con el interés con el que Ibsen lo hizo – de hecho, ese libro y la figura de Arnold son parte vertebral de su novela «Oil Story». Alguna vez, en una conversación radial que tuvo con Leonardo Padrón, dijo que le hubiera gustado vivir en la Venezuela de 1910 a 1920, como uno de los geólogos de Arnold.
Su obra teatral “Petroleros Suicidas” (2011), que se montó en escena en Caracas, fue muy exitosa con el público en general. Sin embargo, el título de la obra y las escandalosas declaraciones de Ibsen para promocionarla, causaron revuelo entre los extrabajadores de PDVSA que la consideraron ofensiva y se embarcaron en una campaña de reclamos airados al autor, que como podemos imaginar, Ibsen respondió con virulencia.
Como yo no podía ir a Caracas a ver la obra, y me daba curiosidad el escándalo alrededor de ella, le pedí a Ibsen me diera una copia del libreto para leerlo. Generosamente, me envió una copia digital con la promesa que no la haría circular o revelar su proveniencia.
El texto que aquí anexo es algo que escribí después de haber leído el libreto y que circulé solo entre mis relacionados en modo de ficción, ya que no había visto la obra, aunque sí había visto las entrevistas a Ibsen en la televisión a propósito de ella. Lo publico aquí como homenaje a Ibsen, y porque creo que el texto refleja no solo mucho de la personalidad de Ibsen y su obsesión con el petróleo, sino que también está escrito desde mi respeto por él, a pesar de su nada disimulada animadversión por nosotros los petroleros. Le compartí el texto en su momento, pero nunca me dijo si lo había leído, quizás fue mejor así.
Ibsen, los Suicidas, Cabrujas y Meneses
Luis A. Pacheco, Bogotá 2011
“La obra fue un gran éxito, pero el público fue un desastre”. Oscar Wilde
ESCENA 1. En algún lugar de Bogotá, una noche cualquiera, lloviendo, claro está, un “laptop”, un sello negro en las rocas – Carlos Vives suena en la radio.
Cuando uno vive fuera de su patria, bien sea por escogencia o por obligación, una de las cosas más difíciles de mantener es un contacto realista con la vida que transcurre en la tierra que dejamos atrás. Aun en esta era de Twitter, BBM, SMS y YouTube, no hay sustituto adecuado para el contexto que te dan los colores, los sonidos y sobre todo, los olores de estar en el sitio, ser actor en el escenario de los acontecimientos.
Todo esto me viene a la mente debido a la algarabía que se ha armado alrededor de la puesta en escena de la obra teatral Petroleros Suicidas de Ibsen Martínez, y la imposibilidad, al menos en el corto plazo, de satisfacer mi curiosidad y contrastar el ruido que se ha generado en las redes sociales con la realidad. El solo título, de cuestionable gusto, pero de indudable recordación, ha generado más controversia que cualquier otro trabajo de Ibsen, excepción sea hecha del personaje del Hombre de la Etiqueta, de la telenovela Por Estas Calles, evocando sin duda la misma escabrosidad.
No es mi intención, ni terciar, ni tomar partido en lo que se ha transformado en un intercambio público de epítetos entre Ibsen Martínez y sus detractores (en su mayoría trabajadores de la antigua PDVSA, mis colegas y amigos). Es un duelo de dardos ponzoñosos, que, aunque no matan, contribuyen a refrendar viejos prejuicios y crear nuevos resentimientos, que es lo que menos necesitamos para construir un nuevo y mejor país. Además, si uno quiere dedicarse a la esgrima verbal, Ibsen es el último de los adversarios que yo escogería. La probabilidad de salir malherido es demasiado alta.
El sujeto del desacuerdo, además del título de la obra, es la crítica que Ibsen Martínez ha hecho en varios medios al mal llamado “Paro Petrolero”, y la presunción de que la obra en cuestión es una descarga a los petroleros que tomaron parte en esos hechos del 2002 y 2003, presunción esta que Ibsen Martínez, ambiguamente (¿hábilmente?), no trata de desmentir. Su respuesta más común a los ataques, y también la menos beligerante, es críptica: “vean la obra”
ESCENA 2. En un bar en Altamira, Caracas, un “memory stick” con el borrador del libreto es olvidado sobre la barra, una figura en penumbras lo toma y lo “wikilikea”— música de salsa se oye en el fondo.
Abro el archivo con gran expectativa. Imagine el lector mi decepción cuando empiezo a leer el guion y me doy cuenta de que la obra no es para nada acerca del “Paro Cívico” del 2002-2003, eso tendrá que esperar a otra obra, o a otro autor. Me siento engañado, desilusionado, estaba listo para dar la pelea en nombre de mi clase profesional. La obra, que se desarrolla en varios tiempos, usa la circunstancia del paro para establecer un telón de fondo para los personajes, y en las primeras de cambio permite que el autor anuncie, en boca de uno de los personajes, su posición crítica acerca del “Paro” y sobre los petroleros en general.
Pero ese momento pasa rápidamente, y sin mucho merodeo, el texto nos adentra, junto con la pareja protagonista, y los otros dos personajes, en los callejones oscuros de Venezuela y su relación sicológica con el petróleo. Hay otros personajes, pero son invisibles y mudos, solo se alude a ellos como quien habla de un familiar ausente.
Martínez descarga sobre la audiencia todo el arsenal dramático y melodramático adquirido en su larga trayectoria como escritor: amores fallidos, homicidios, adulterios, corrupción, cobardía, todo esto en el marco de la empresa estatal, pero sin aludir a esta última con mayor interés, sin embargo, con excesiva dureza.
La obra Petroleros Suicidas es acerca de muchas cosas. Para mí, es acerca del único personaje femenino: Natalia. Natalia representa a Venezuela: femenina, valiente, en una eterna búsqueda por un amor que nunca consigue del todo. Natalia es la voz que Martínez usa, quizás de manera inconsciente, para representar a la Gente del Petróleo: idealista, desencantada del resultado de sus acciones, aun así, convencida de que en cada momento ha hecho lo que debía hacer. Natalia nos hace recordar que también el petróleo nos ha hecho aspirar y conquistar, sin importar lo que sesudos analistas o autores piensen ayer o ahora. Y esto a pesar de la indudable oscuridad de los otros personajes que Martínez pone en escena, a quienes reconozco, pero escojo ignorar.
ESCENA 3 – Estudio de Televisión. Una utilería que luce sacada de mueblería en La Yaguara. La conductora de luminosos ojos presenta al autor de moda con un largo y enrevesado monólogo. El escritor luce incómodo en el sofá y esfuerza una sonrisa
Martínez, ya más relajado, le cuenta a María Elena Lavaud anécdotas de sus inicios como libretista trabajando a la vera del gran José Ignacio Cabrujas. Su anécdota favorita es una en la cual Cabrujas engatusa a los ejecutivos del canal donde trabajan, y los convence de hacer un guion sobre la novela Campeones de Guillermo Meneses, novela que ni Martínez ni Cabrujas han leído. Estaba de moda hacer novelas basadas en obras venezolanas.
Cabrujas termina por desechar la novela y solo preserva el título y los personajes principales, escribiendo junto con Martínez toda una nueva narrativa, sin que los poco leídos ejecutivos del canal caigan en cuenta del engaño. Martínez termina la historia con voz de admiración, calificando a Cabrujas como el “propio malandro”.
Años después, Martínez se ha vuelto el propio malandro. El título de Petroleros Suicidas, la alusión al paro y los personajes de PDVSA, son, como la novela de Meneses, solo una mampara provocadora. La historia que cuenta Martínez es sobre nosotros los venezolanos y el efecto que el petróleo ha llegado a tener en nuestra psiquis y valores sociales. Martínez parece suscribir la “leyenda negra” de Juan Pablo Pérez Alfonso y su visión del petróleo como excremento del diablo.
Díganme ingenuo, pero al final está el personaje de Natalia, en quien aún Ibsen Martínez encuentra razones para seguir adelante. ¿Será solo casualidad que la Natalia de 8 a 9, una telenovela rompe aguas de su admirado Cabrujas, también represente el renacer después de la destrucción?
Se apaga la luz tenuemente. No hay canción de Yordano, pero debiese haberla…