El populismo sería, pues, el apodo con el cual
las democracias pervertidas disimularían
virtuosamente su menosprecio por el pluralismo.
Chantal Delsol
En una conversación con el investigador Andrés Malamud sobre el panorama político de la región, hablamos sobre el carácter del populismo. Malamud cita al chileno Cristóbal Rovira para sintetizar lo bueno y lo malo de un fenómeno presente en gran parte de los países latinoamericanos: “cuando hay una casta esclerosada, el populismo rompe con eso y desoligarquiza quizá la democracia. Pero cuando lo que hay es pluralismo, el populismo lo que hace es reducirlo y amenazar la democracia”. La segunda parte de esta frase parece encajar con el legado que deja el saliente gobierno de México.
Regresaron las reelecciones
Han vuelto las reelecciones a América Latina y con ellas la posibilidad de hegemonías populistas. De cuatro elecciones presidenciales en lo que va de 2024, tres han sido ganadas por los gobiernos (El Salvador, República Dominicana y México) y una por la oposición (Panamá). Se interrumpe la tendencia de alternabilidad presente desde 2018 que tuvo dos caras: por un lado, mostraba a un electorado sin miedo y con vocación democrática; por otro, evidenciaba el fracaso de los gobiernos, sobre todo en el contexto de la pandemia de COVID-19.
Si bien los Estados latinoamericanos son en su mayoría frágiles solucionadores y los sistemas políticos que los conducen se muestran incapaces de cumplir las expectativas de la sociedad, la amenaza del influjo autoritario se ve ahora latente por la posibilidad de mantener en el poder, mediante el voto popular, a gobiernos de poca vocación democrática.
La reelección de Morena deja una enseñanza perversa para Latinoamérica: ganar en democracia, incluso ganar por mucho, es posible sin mostrar un compromiso sólido con la misma democracia.
No importan los estados y municipios controlados por el narcotráfico y la violencia; cincuenta millones de personas sin acceso a la salud; la precarización de la educación, los cuidados y la seguridad social; escándalos de corrupción y despilfarros de dinero público aun en tiempo de vacas flacas (estamos a años luz de la bonanza que gozó la ola progresista entre 2005-2015). Funcionan el rapto de los medios públicos, el uso de la pauta publicitaria estatal para controlar los medios privados, la pugna constante contra el periodismo y los adversarios, la asfixia a los espacios disidentes y el aprovechamiento del Estado como trampolín del relato populista.
Más populismo
Andrés Manuel López Obrador no es el autor de estas técnicas de manipulación política porque lo anteceden otros referentes contemporáneos que también lograron triunfos holgados haciendo uso de lo mismo: Hugo Chávez triunfó en 2006 con el 63% de la votación, Evo Morales en 2009 con el 64% y Rafael Correa en 2013 con el 57%. Lo que sí representa nítidamente AMLO es al nuevo caudillo populista que plantea un modelo de gestión en el que confluyen la prudencia macroeconómica, el incremento de las transferencias directas a los más necesitados y el populismo en lo social.
Con el apoyo a Claudia Sheinbaum, pareciera que los votantes apoyaron continuar por este lado: más populismo. En los estudios internacionales que miden los sistemas políticos y la institucionalidad democrática, México aparece como una democracia defectuosa o régimen híbrido que preserva la competencia electoral. Ahora, surge la incertidumbre sobre si podrá convertirse en un sistema de mayoría, como lo fue el PRI, que elimine cualquier posibilidad de diálogo con sus adversarios políticos, a quienes la retórica inflamada de AMLO ha catalogado como enemigos del pueblo.
La victoria de Claudia Sheinbaum ha movido los cimientos de la política latinoamericana. No tanto por el hecho de que el partido de gobierno se reelija, sino por la apabullante mayoría que obtuvo en el congreso y en los gobiernos estadales y municipales del país norteño.
Sheinbaum llegó al poder como heredera del presidente Andrés Manuel López Obrador, uno de los líderes con mayor popularidad en Latinoamérica y uno de los referentes del populismo actual. Su plataforma electoral se basó en un mensaje de continuidad y consolidación de la gestión de Morena.
Nuevo referente de izquierda
¿Qué representa esto para la región? El epicentro de la izquierda populista se encuentra ahora en México, alimentada del maná que provee el apoyo electoral, por lo que no importa cómo ni qué se deje empeñado en el camino: la democracia, por ejemplo.
El ascenso de Sheinbaum viene como anillo al dedo para una izquierda desprestigiada y desgastada, cuyas cabezas visibles internacionales son el Grupo de Puebla y el Foro de São Paulo, que ha tendido a mirar hacia otro lado ante los reclamos por las atrocidades de la tríada de autoritarismos que agobian al vecindario: Venezuela, Cuba y Nicaragua.
La nueva presidenta de México se constituye en referente al que acercarse en el intento de conseguir algo del polvo de hadas con el que obtuvo sólidas mayorías legislativas y territoriales. Es el caso de Díaz-Canel en Cuba y sus reiteradas felicitaciones a la nueva mandataria; el de Maduro en Venezuela y su consideración a Sheinbaum como agua bendita para América Latina; o, la declaración de Gustavo Petro, luego desmentida, de que la nueva presidenta habría sido colaboradora del M19 colombiano durante el exilio de dirigentes de este grupo armado en México. Petro con esta historia buscó señalarla como simpatizante de la causa guerrillera en la que él militó. Esta práctica, tampoco nueva, consistente con lo que sería un episodio de la serie de sátira Isla Presidencial en tiempos de Chávez y el primer Lula, evidencia la urgencia de la izquierda por encontrar nuevos líderes regionales ante el fracaso de algunas promesas como Gabriel Boric en Chile y el propio Petro en Colombia.
Interrogantes
Es imposible saber cuál será el rol real del AMLO expresidente durante el gobierno de su sucesora, y si esta tendrá o no un accionar diferente al de su mentor. Lo que sí se puede prever es, al menos, que la preocupación de los sectores democráticos sobre el uso de una mayoría avasallante en desmedro de la propia democracia que los llevó al poder, será la constante los próximos años. Así como se vive en El Salvador de Bukele, y así como se vivió durante el periodo de los populismos de izquierda ya citados.
Chantal Delsol nos aporta las siguientes interrogantes útiles para terminar esta reflexión: “¿Qué diferencia hay entonces entre la democracia que aspira al bien del pueblo y la tiranía que aspira al bien del pueblo? ¿Por qué se alaba una y se denigra la otra, siempre en nombre del pueblo? Hoy en día nos haríamos esta pregunta similar: ¿por qué hay que honrar a Lenin e injuriar a Chávez? ¿No se proponían acaso tanto el uno como el otro defender al pueblo, aunque ese generoso propósito no se viera en absoluto seguido por los efectos previstos?”.