En su ya acostumbrado estilo orwelliano, el chavismo se inventa un movimiento de nombre Futuro para defender y representar el pasado. El oficialismo le encargó esta misión al gobernador del estado Miranda, Héctor Rodríguez, quien señaló que esta iniciativa “promueve un cambio radical desde el chavismo”. Hasta la promesa es vieja.
El planteamiento no deja de ser interesante por varias razones. Una de ellas: al igual que el mismísimo Hugo Chávez, Nicolás Maduro tiene claro que el gran partido de la revolución, que orgulloso asegura tener 8 millones de fervorosos militantes, en realidad es rechazado por buena parte del país y su mensaje no cala en amplios sectores de la sociedad.
“Nuestra agenda no puede ser la agenda de la politiquería, tiene que ser la agenda de la ciudadanía(…) No podemos caer en la trampa de la política, de la peleadera”, advirtió Rodríguez en un acto del movimiento Futuro. Para la politiquería y la peleadera, basta y sobra con el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), irremediablemente alejado de la gente.
Chávez lo aprendió por las malas. Luego de alcanzar la reelección en 2006, el comandante lo celebró con sus aliados de una forma muy particular: ordenándoles suicidarse para que con su sacrificio dieran vida al partido único del proceso. Solo acató la línea de Miraflores el extinto Movimiento Quinta República (MVR). No tenía alternativa. Los demás resistieron la embestida, aunque quedaron heridos de muerte, muy disminuidos.
En su debut en las urnas, el PSUV salió trasquilado, encajando la derrota en el referendo de la reforma constitucional. Tras el inesperado varapalo, el líder de la revolución entendió la necesidad de respetar la “diversidad” de sus huestes y admitió que sus socios siguieran existiendo para servirle a él.
Eran los tiempos de la famosa conseja que afirmaba: “¡A mi comandante lo tienen engañao!”. ¿Y quiénes se burlaban del jefe supremo? Los ministros, gobernadores, alcaldes, diputados y demás figurines de la burocracia bolivariana, todos entusiastas dirigentes del PSUV.
Las tarjetas del Partido Comunista de Venezuela, Patria Para Todos, Podemos, Tupamaros y el resto de los miembros del llamado Polo Patriótico, se convirtieron en el refugio de aquellos que querían votar por el oficialismo, pero que rechazaban al PSUV por identificarlo con el sectarismo, el burocratismo, la corrupción y la ineficiencia.
El chavismo se ocupó de mantener esa “pluralidad” con puño de hierro. Intervino judicialmente a PPT y hasta perdonó al exiliado Didalco Bolívar para desplazar a Ismael García con el fin de amarrar la tarjeta de Podemos. Dos partidos históricos del oficialismo que han podido aparecer en el tarjetón de 2012 con el rostro de Henrique Capriles Radonski, se mantuvieron por la fuerza en el redil rojo rojito.
En las presidenciales de abril de 2013, la tarjeta de la Mesa de la Unidad Democrática obtuvo 7.363.980 votos. La del PSUV, 6.193.662. La diferencia la aportaron los aliados de Miraflores, encabezados por el PCV con 489.941. Once años después, el gallo rojo fue intervenido por el TSJ para garantizar que su tarjeta respalde el continuismo.
Lo mismo
Maduro no mantiene pegado al Polo Patriótico con saliva de loro sino con la tinta del TSJ. En paralelo, se ha dedicado a crear movimientos para tapizar el tarjetón electoral con su cara. Supuestas organizaciones que pretenden hacer creer que son distintas al PSUV, aunque son lo mismo con diferente cachimbo.
Así nació Somos Venezuela, que tuvo como su primera secretaria general a Delcy Rodríguez. “Hemos renunciado a nuestra militancia al PSUV para incorporarnos a Somos Venezuela”, declaró Rodríguez al fundarse ese movimiento. Pocos meses después, la vicepresidenta ejecutiva regresó al lugar de donde jamás se fue.
En otro homenaje involuntario a George Orwell, el chavismo también se sacó de la chistera un Partido Verde, probablemente la única organización ecologista en el mundo que aplaude un ecocidio de la magnitud del Arco Minero. Su coordinador es Heryck Rangel, militante del PSUV y exministro de Ecosocialismo. Todo rojo, nada verde.
Y el círculo se cierra con Futuro de Héctor Rodríguez. Mientras el PSUV debate la ley antifascismo para aumentar la persecución contra la disidencia y amenaza con liquidar a las ONG, Rodríguez plantea la necesidad de aprobar una “ley referida al uso y disposición final de los empaques”. La cara presuntamente amable.
En el fondo, esos movimientos son la confirmación de las limitaciones y el fracaso del PSUV. La demostración de su incapacidad de elaborar y compartir un proyecto que le llegue y cautive a las más diversas capas de la sociedad venezolana, que precisamente están hartas de lo que representa esa organización, principal responsable de la destrucción de Venezuela.
Cualquiera podría valorarlo como una jugada ingeniosa. Una estrategia avispada para ampliar la base de apoyo y acercarse a quienes están al margen de la política. Un intento de “refrescamiento”, para incorporar en su agenda temas que respondan a las aspiraciones e intereses de una comunidad cada vez más heterogénea y exigente.
Pero, en realidad, no son más que una oferta engañosa. La fachada detrás de la cual se esconden los mismos de siempre con los mismos planes que han quebrado política, moral y económicamente a la República. ¡Voten por Futuro para seguir en el pasado!