Esta columna está por cumplir dos años. Quien la conozca bien ha de saber que durante todo ese lapso he mantenido en ella un lenguaje, digamos, un tanto semiológico. Si Venezuela fuera un país con Estado de Derecho, la observación de la política se guiaría siguiendo procesos estandarizados establecidos públicamente por la ley. Pero lo que tenemos es el poder del Estado ejercido según decisiones tomadas de forma privada por la élite gobernante y luego disfrazadas de republicanismo, con la consiguiente arbitrariedad absoluta. Dado que esas decisiones se toman a puerta cerrada, uno solo puede tener una idea sobre el porvenir a partir de la interpretación de señales que son acciones y omisiones, no siempre formales, por parte del gobierno.
Desde que el chavismo gobierna, las señales han tendido abrumadoramente hacia la continuidad del statu quo. Lo que Spinoza llamó “conato”. De manera que son malas señales para todo ciudadano interesado en la restauración de la democracia y el Estado de Derecho en Venezuela. Seguimos así, rumbo a las elecciones presidenciales del 28 de julio. La mayoría de las señales individuales apuntan a que el régimen continuará a como dé lugar, lo cual supondría por supuesto hacer que el gobierno “gane” los comicios como sea.
Vemos así el cúmulo de vicios a los que ya estamos harto acostumbrados, incluyendo el uso proselitista de recursos públicos y la conducción del Consejo Nacional Electoral por individuos que son parte de la misma élite gobernante. La más reciente de esas señales fue el rechazo a la oferta de observación electoral de la Unión Europea. Desde la dirigencia opositora hubo repudio a tal decisión. Entes de la sociedad civil la lamentaron. El gobierno de Estados Unidos manifestó consternación al respecto. Entiendo la oleada de comunicados. Es de rigor, para dejar claro que no se es indiferente. Pero yo no me siento particularmente desilusionado.
Quizá la decepción colectiva que veo, y con la cual no me identifico, se deba a que, para las elecciones regionales y municipales de 2021, la presencia de observadores europeos fue presentada como un avance significativo hacia elecciones limpias y justas. En aquel entonces, no me uní a aquel júbilo, que venía sobre todo de la corriente de opinión muy dada a edulcorar el terrible panorama político venezolano. Yo más bien pensé que los señores del Viejo Continente no podrían cambiar gran cosa. En efecto, lo que ocurrió fue que los observadores tomaron nota de las manchas de siempre y elaboraron un informe criticándolas, el cual el chavismo desechó sin miramientos y repudiando con furia a sus autores.
Además, las señales individuales no tienen el mismo peso. Hay unas que, de ser buenas, ameritan más regocijo que otras. O más preocupación, si son malas. Repito que en este momento el cúmulo de señales es más negativo que otra cosa. Pero hay una señal positiva que, aunque solitaria, tiene mucho peso por sí misma. A saber, la candidatura de Edmundo González Urrutia en representación de la dirigencia opositora unificada. Han pasado casi dos meses desde su presentación y sigue activa. Sigue permitida por el poder. Eso ya superó mis expectativas. Pensaba que, por ser una candidatura opositora híper competitiva, la élite gobernante no perdería tiempo en anularla, con cualquier pretexto. Ya lo dije en una emisión pasada de esta columna: no es como Henri Falcón en 2018, pues la candidatura del exgobernador de Lara nunca fue competitiva. Estamos, insisto, en una situación sin precedentes desde el desmantelamiento de la democracia venezolana.
Si la nominación de González Urrutia fuera eliminada, pues entonces sí diría yo que vamos hacia unos comicios que, sin importar el resultado, no pondrán fin al statu quo. Nuestra lectura semiológica de la situación sería mucho más negativa sin esa candidatura pero con observación europea, que en el caso caso inverso presente.
¿Significa eso que el chavismo ya aceptó que debe haber un cambio de gobierno si la ciudadanía así lo decide en las urnas? No. Para nada. La arbitrariedad del sistema implica que en cualquier momento puede darse el temido zarpazo. La candidatura de González Urrutia pudiera ser anulada mañana mismo, o dentro de una semana o el día antes de la elección. Ya hay voceros del chavismo coqueteando públicamente con la idea. Pero mientras no ocurra, la oposición sigue en el campo de juego comicial y tiene por lo tanto una oportunidad.
Tampoco hay garantía de que, si la élite gobernante le permite a González Urrutia competir el 28 de julio, aceptará el muy, muy probable resultado desfavorable para sí misma. Así que, para aprovechar la oportunidad, la oposición necesita un plan para defender cívica y pacíficamente el voto ante tal contingencia. ¿Lo tiene? No lo sé. Espero que sí. Tal vez las señales en los próximos días nos den la respuesta.