En la aldea
21 diciembre 2024

Lo que somos, base de un cambio político

«Este momento electoral puede ser un punto de quiebre en las relaciones de poder de los de arriba, porque los de abajo estamos viviendo los límites»

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Mirla Pérez | 09 mayo 2024

“Encontraremos el camino”, una expresión que me acompaña en este duro y largo tránsito hacia la democracia en Venezuela. La frase está cargada de confianza en un sector social, se trata de las comunidades populares que, en su constitución como cultura, va más allá de ser un sector económico.   

Después de 25 años en el avance de un sistema de restricciones, la pobreza viene a ser el gran acontecimiento, la gran práctica unificadora, en ella convergen los distintos grupos humanos: las comunidades populares que tuvieron limitaciones económicas, hoy transitan el camino del desplazamiento forzoso, el hambre, la imposibilidad de solventar como sujetos las grandes e imperiosas necesidades; la clase media no puede representarse económicamente sino desde la pobreza, ni ascenso social ni autonomía económica, ni trabajo productivo. Toda la sociedad, integrada por distintas comunidades, viven el día de hoy en la más absoluta pobreza.   

La pobreza nunca nos identificó, en su lugar siempre estuvo la posibilidad abierta al progreso, al bienestar, a la autonomía. La postración que implica la pobreza ha sido un lugar común para el venezolano, por tanto, vivirse pobre, en Venezuela, nunca fue aceptar la imposibilidad de superarse, negando la propia la propia autonomía y capacidad de lucha. 

No vivirse pobres, aunque se tenga límites en las condiciones económicas, es tener el acento en lo que nos define como persona, familia y comunidad. Por supuesto, las restricciones y el sometimiento a la pobreza existen para asegurar el dominio de los que gobiernan, cierran todos los caminos que nos pueden llevar al progreso, a la autodeterminación, al fortalecimiento de los sistemas de apoyo. He aquí el daño que este régimen ha ejercido sobre la persona: eliminar toda posibilidad de autodeterminarse, de autonomizarse, de proyectarse desde sus posibilidades económicas. 

En la historia de vida de Felicia, por ejemplo, encontramos una mujer-madre a quien no la detiene la pobreza (seguidamente colocaremos el contexto), sabe lidiar con ella porque habita un sistema político que no restringe, sino que abre posibilidades. En democracia, se forma como enfermera, vive en el campo, y por correspondencia se certifica profesionalmente. Lo importante es la determinación, el esfuerzo, la voluntad, la decisión, la audacia, la constancia, valores asociados al vivirse mujer en una cultura matricentrada. 

Felicia es la protagonista de una de nuestras publicaciones producto de una investigación socio-antropológica del pueblo venezolano, https://cipopulares.org/publicaciones/. En una historia-de-vida encontramos la vida total de un pueblo en unas de las practicas esenciales, la de mujer-madre. Sin encajar, reconociendo los límites que en aquel momento imponía el sistema político. Nos pudiéramos detener en ciento de problemas o posibilidades que se desprenden de esta historia, pero solo nos detendremos en dos: la calidad de la educación y los procesos autónomos de convivencia comunitaria. 

Ambos procesos nos permitirán responder una pregunta que nos ubica como sociedad en el debate actual en Venezuela, ¿nuestra identidad comunitaria, relacional, matricentrada, es la base de la vinculación u organización capaz de desarticular el poder establecido? Sin profundizar, como lo amerita el tema, veamos estas dos vías señaladas. 

La educación, proceso y contenido rigurosos asociados a la voluntad y determinación de Felicia. “Con aquel tercer grado, pero veía mucho el quebrado, ¿ve? Entonces él me hizo… me dio una ayuda de que yo hiciera un curso de enfermera a México, por correspondencia. Yo hice mi curso, por correspondencia. Bueno, me mandaron mi diploma que lo conservo con mucho amor.”

A una mujer con un tercer grado le bastó para tener un diploma en enfermería, formación que sirvió para toda la vida, una educación mínima, pero con una gran profundidad y consistencia que le valió como la profesión permanente. Estamos hablando de la década de los setenta, más o menos. Felicia se espantaría de saber en qué condiciones estamos hoy en materia educativa. ¡Quebrados en tercer grado! Hoy ni suma, ni resta, ni letras, ni nada.

La educación, mínima, se convirtió en un instrumento sólido en la vida y familia de Felicia. De la educación resignificada en el fortalecimiento de las capacidades como mujer y profesional, pasamos a la base cultural que ha venido sosteniendo y consolidando esta realidad cultural que ha puesto límites a uno de los procesos más autoritarios vividos en nuestra historia. Hoy nos damos cuenta que no han logrado imponerse.

Veamos hacia atrás que, al mismo tiempo, es vernos hoy y proyectarnos al futuro. Un evento: surgimiento de los barrios. Una organización: la junta de vecinos. Una interpretación desde dentro, hecha por el padre Alejandro Moreno, nos ubica en lo inédito de este proceso comunitario: «la construcción de los barrios no ha sido tan anárquica como se suele decir. La comunidad se ha organizado desde un principio mediante sistemas propios: lo característico es la «Junta», palabra de larga tradición castellana cuyo nacimiento se remonta a los albores de Castilla y del castellano en las profundidades de la Edad Media española. Desde el principio tuvo sentido popular, de gente común que se «ajuntaba» ──ajuntamiento, ayuntamiento── tanto para formar pareja como para constituir comunidad.”

Sin reglas, fuera de toda norma racional, la junta es la más auténtica expresión humana de la relación comunitaria que se asocia para la convivencia, no cualquier convivencia, sino la convivencia matricentrada regida por la afectividad, por la persona. Toda institucionalidad abstracta es transitoria, al final del camino solo la relación y la persona quedan. “Las juntas en los barrios fueron activas y comunitarias. Así resolvieron los problemas vitales de los primeros pobladores.” 

Se impuso, a la racionalidad moderna, logró estar, vivir, consolidar un modo de vida desde la juntura, desde lo relacional-humano, desde la espontaneidad de la calle del barrio, de sus callejones, de sus subidas y bajadas, de sus casas casi pegadas que es difícil determinar dónde termina la mía y donde empieza la tuya, sin dejar dudas de la tuya y la mía, claridad de la propiedad de la casa, del rancho que crecerá junto a la familia y se consolidará. Dejará de ser de zinc para convertirse en concreto.

Moreno, continúa: “La junta originaria en el barrio de Felicia siempre centrada en una mujer-madre, en la trama de las relaciones convivenciales, y practicando la convivencia, «organiza» la comunidad y, en vista de las necesidades de cada cual, distribuye los recursos.” 

Recursos que distribuyen ellas: las madres. En el pasado, la democracia no ocupó el terreno comunitario (como lo ha hecho el aparato comunal), intentó “poner orden” pero el orden que prevaleció fue el de la junta, el de la cultura, el de la madre, el de la convivencia. 

En el pasado encontramos este “juego de las relaciones entre pueblo y modernidad en el que la «viveza» popular realiza sus propósitos y el poder evita el conflicto que sólo estalla cuando la viveza resulta insuficiente y el poder pretende lo que el pueblo no está dispuesto a conceder…” con firmeza interpreta Alejandro Moreno.

En el pasado, en el momento en que Felicia vive, el contexto es democrático, sin embargo, se impone, pero se impone con límites, se detiene cuando el otro reacciona, pero puede llegar al punto en el que la comunidad popular “no está dispuesta a conceder”. No está dispuesta a despojarse ni desnaturalizarse.

Llegado a este punto, la pregunta no es si hemos aprendido como sociedad, sino, si el poder que domina está dispuesto a detenerse, si tiene conciencia de los límites. Este momento electoral puede ser un punto de quiebre en las relaciones de poder de los de arriba, porque los de abajo estamos viviendo los límites. Ya llegamos a lo que no admite concesión, como lo es el quiebre de la familia por la migración forzosa, la desinstitucionalización de la educación, el hambre y la muerte por falta de atención médica y medicamentos. 

En el sentido de la junta, del “ajuntamiento, ayuntamiento” relación, vinculación, toma vida una organización de base popular y autónoma: los comanditos, dispositivos articuladores, al modo popular y relacional, en medio de una coyuntura electoral. 

Nuestra fuerza real y viva está en lo que somos, llevamos siglos de existencia a pesar del proyecto modernizador. Vivimos en convivencia y nos representamos la realidad y actuamos en ella desde la relación afectiva. Apostamos, empatizamos, con quienes nos comprenden en nuestra otredad. Reconocemos la firmeza, la valentía, la coherencia, la autonomía, la verdad, la disposición a la lucha, porque somos una cultura que se ha mantenido viva a pesar del poder de los otros. Lo que somos es nuestra fortaleza. 

Mientras seamos lo que somos, los que dominan no alcanzarán el poder absoluto. Estamos en la elección de la esperanza y encontraremos el camino hacia la libertad.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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