A muy poco de concretarse el acuerdo en torno a Edmundo González Urrutia, han venido sucediendo ciertos hechos colaterales dignos de ser analizados dentro del chavismo y el campo democrático en estos días. Algunos han sido sorpresivos.
Habría que contabilizar en el inventario el sólo hecho de que Diosdado Cabello admitiera verbalmente que González Urrutia es candidato presidencial “porque cumple con los requisitos de la ley”, como lo afirmara en su encuentro semanal con los periodistas hace poco.
Muchas personas necesitarán leer dos veces la noticia para cerciorarse de que aquello es cierto. Esta rarísima concesión, junto a otras señas cruzadas, han alimentado, quizás, un estado de optimismo un poco desproporcionado frente al monstruo de mil cabezas que habrá que enfrentar.
También es verdad que, a partir de entonces, el candidato de las corrientes democráticas comienza sistemáticamente a ser insultado y descalificado -y este es el segundo punto a considerar, circunstancia que, al menos, no debería tomar a nadie de sorpresa, porque forma parte de un hábito cultural en el oficialismo. González Urrutia es el enemigo a vencer, y, ya que es el candidato de la oposición, la artillería, la hostilidad, las presiones, las amenazas, apenas comienzan.
En tercer lugar, ya como un haber, tenemos que algunos partidos opositores alejados de la Plataforma Unitaria -y alejados, en particular, de María Corina Machado y Vente Venezuela-, como el MAS, Unión y Progreso, y Puente, han escogido crear sus propios nichos para respaldar a González Urrutia. También el exministro de Finanzas y profesor universitario, Rodrigo Cabezas, hace tiempo un activista del campo democrático.
Es cierto que se trata de formaciones pequeñas, pero son decisiones que le puedan abrir el paso a otras, todas las cuales fortalecerían la dimensión nacional, multilateral, que necesita la candidatura de González Urrutia, en rigor un desconocido en la opinión pública venezolana.
El candidato González Urrutia está obligado, por lo demás, a desarrollar una estrategia con dos propósitos aparentemente contradictorios. Necesita hacer saber a la gente que su candidatura es la continuidad de la voluntad ciudadana de los comicios primarios del pasado 22 de octubre, pero de un modo tal que no coloque a los chavistas en sobre aviso y estado de guerra. Suena bien difícil.
González Urrutia debe superar las generalidades discursivas en torno a la inclusión y colocarle un perfil específico a su nominación, un sujeto a su mensaje, aún a riesgo de que aumenten lo ataques en su contra, una eventualidad para la cual tiene que estar anímicamente listo.
Por otro lado, quizás le sea útil comprender que, en un estadio tan extendido de hartazgo con la conflictividad que impone el chavismo, y en un estatus de opinión pública tan hermético y censurado; a las fuerzas democráticas puede que les convenga que el tiempo siga empujando las velas hacia el 28 de julio, con la pelota en el campo y el reloj a favor, en un ambiente que será más favorable en la medida en que sea más distendido, sobre todo si es cierto, como parece, que la sociedad nacional tiene ya una decisión tomada.
Acaso sea, de nuevo, el chavismo el que necesite invocar la existencia de una furia, el desarrollo de complots, el estado general de sospecha o la judicialización de personas inocentes para convocar a su militancia con algún ímpetu y apelar a decisiones de facto.
La forja de la opción de González Urrutia constituyó otro milagro en la tormentosa dinámica interna de las facciones de la oposición, en la cual María Corina Machado le ganó la mano al complot oficialista, y a sus propios adversarios internos.
Su nominación forma parte de una estrategia que parece soportar una estructura algo más amplia, fruto del acuerdo de coexistencia que han formalizado María Corina Machado y la Plataforma Unitaria que forzó la renuncia de la opción de Manuel Rosales.
Aunque su nombre, su carácter, sus méritos y su trayectoria reúnen parte importante de los requisitos para una figura que se aprete a encarnar una transición política, quedan dudas por aclarar y retos por encarar, mandatos personalísimos de un candidato presidencial, en unos exigentes tres meses en los cuales contará también la edad y la condición física.
Todas las alegrías del país democrático en estos 25 años han estado condenadas a ser temporales. El control de expectativas debería formar parte de un criterio generalizado en esta difícil cirugía.