La desunión de las fuerzas de la oposición era evidente hasta hace cuatro días, pero les sirvió de amalgama un liderazgo que por fin se impuso. También la grosera ostentación del aparato de la dictadura, susceptible de provocar reacciones que nadie podía detener. Ambos factores permitieron que los partidos de la unidad democrática llegaran, entre trancas y barrancas, a las paces y a la proclamación de una candidatura unitaria.
Debemos celebrar esa cercanía de las organizaciones democráticas y la vulgaridad exhibida por las fuerzas de la dictadura, sin solazarnos en la cándida idea de que por fin sucedió la llegada de una sensatez que esperaba la mayoría de la sociedad. No cayó una luz del cielo para que sus líderes entraran en razón.
Para el análisis del asunto debe uno detenerse en el cierre del ciclo de inscripción de las candidaturas presidenciales establecido por el CNE. Fueron tan grotescos los obstáculos impuestos por la autoridad electoral, tan burdas las zancadillas que propinaba cuando alguna bandería asomaba una iniciativa, tan obsceno el hermetismo ante los trámites de los ciudadanos organizados en partidos para presentar una nominación, que no fue posible ocultar la existencia de una extralimitación capaz de provocar náuseas. No solo el más descuidado de los espectadores venezolanos debió sentirse estremecido o avergonzado por una tropelía así de tosca. También observadores del extranjero, amigos de Maduro, que sintieron la obligación de llevar su ropa integracionista a la tintorería porque la podredumbre pudo salpicarla.
Aquello fue un baile que solo tuvo parejas movidas por las imposiciones de una partitura, si recordamos cómo soltaron los pies muchas dirigencias de acuerdo con las órdenes de un implacable batutero. Trataron de inventar una tímida espontaneidad, pero terminaron la pieza en forma disciplinada cuando la música dejó de sonar. En lugar de estorbar la danza, buscaron la manera de aprovechar sus movimientos. La banda no cesó porque hubiera rebelión de danzantes, sino porque algún fandanguero de postín logró colarse en la festividad para que su nombre apareciera en el carné de la dama más pretendida, de la matrona de túnica blanca y gorro frigio que no lo esperaba, de una meta presidencial de mentirijillas que servía para guardar apariencias. Menos mal que alguien perspicaz, de los que estaban en las inmediaciones de la coreografía sin la esperanza de mover el esqueleto, tuvo la idea de filtrar en el programa a un inesperado participante pensando en que, solo por aburrimiento, se pasaría del minué a la polka.
La prepotencia del gobierno, capaz de llegar a los extremos descritos, se puede explicar en la trivialidad de muchos dirigentes de la oposición. La estatura de su grosería, excesivamente escandalosa como para no conformarse con encontrarle explicación en sí misma, como para no considerarla como una criatura exclusiva y espontánea, obliga a mirar hacia la inconsistencia de quienes se han presentado como sus antagonistas. En la antesala de la elección presidencial, el gigante se hizo más petulante por la anemia de los enanos. Solo a un liderazgo ubicable en la otra orilla podía dignarse a mirar, debido a su persistencia y a sus agallas, pero quizá lo mismo pasara con buena parte de los políticos que han tratado sin éxito de deshacerse del chavismo. La dictadura pretendió sacar del juego ese liderazgo valiéndose de zancadillas administrativas, mas quizá por motivos semejantes muchos factores de oposición solo se limitaron a la formalidad de protestar contra el desmán sin hacer que el piso temblara. Pero el piso tembló.
María Corina Machado, por su triunfo clamoroso en la primaria de la oposición y por el respaldo popular que ha acumulado -hasta ahora un capital personal e intransferible- , se cuidó de no entrar en la comparsa del CNE. De allí que pudiera remendar oportunamente la papeleta candidatural. Como nadie la vio en carreritas complacientes ante el organismo electoral, ni frente a las cámaras ni en la trastienda, pudo provocar una rectificación de los partidos hasta llegar a una solución honorable en torno a una figura libre de sospechas que pudiera recibir el voto de las mayorías. Como no estaba debutando en conductas verticales, logró que el resto de los partidos de oposición más importantes, y el candidato que había logrado pasar el filtro del dictador, rectificaran su posición y terminaran aglutinados en un conglomerado que parece estable.
No hizo una encomienda sencilla, dados los intereses en juego y las rivalidades personales a flor de piel, sino un trabajo espinoso que quizá necesite trato paciente para su mantenimiento. Debe podar con mimo el nuevo jardín, mientras la dictadura busca trochas para aguantar el itinerario desde la orilla de su ordinariez. Pero no todo fue arduo en el designio. Aunque alguien, según dicen, ya había hecho el trabajo de preselección, María Corina Machado solo tuvo que echar un vistazo hacia el pasado reciente para topar con una rica veta de presidenciables. En el regazo de la democracia representativa se aclimataron ciudadanos ejemplares, padres de familia sin tacha, funcionarios pulcros, sujetos modestos y sensatos, analistas apacibles, profesionales llenos de conocimientos que pueden iniciar la restauración de la república. Uno de ellos es Edmundo González Urrutia.