Quizás alguien una día de estos quiera perder el tiempo estudiando por qué la diatriba política a lo largo de los años del chavismo empantanó de tal forma el concepto de “negociar”. Como si se tratara de venderse, de ponerse un precio, de traicionarse, de traicionar a otros: así de feo se percibe.
Obviamente uno de sus usos tiene que ver con comerciar, con comprar y vender. Pero está el otro, el de tratar asuntos públicos y privados “procurando su mejor logro”, como dice el diccionario, aunque no siempre resulte así, ni ese tenga que ser necesariamente el objetivo de quienes participan en la negociación. Pero sí, se negocia para obtener algo.
La literatura especializada es abundante y tiene sus gurús y más de uno debe andar en TikTok aleccionando a flojos que no quieren leer ni Wikipedia y se impresionan cuando les hablan del “Modelo Harvard de negociación”. Harvard, como se sabe, siempre sonará a cosa seria y respetable.
Pero ni el lustre de Harvard sirve para limpiar la idea que nos hemos hecho sobre nuestros políticos negociando. Especialmente si ese proceso se lleva a cabo con el poder. Más de una vez, desde aquellos tiempos de la vocecita chillona –“atiplada”- de César Gaviria, el gobierno ha dejado claro que para ellos negociar es ganar siempre y en todo. Y que lo que ceden por aquí, te lo clavan o te lo arrebatan por allá. ¿Estudiaste eso Harvard?
También hemos aprendido con el chavismo que lo que se negocia con ellos son cosas que ya están contempladas en la Constitución, en las leyes de la República y hasta en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que deberían respetarse sin mesas ni noruegos de por medio. Elemental, pero así estamos. Uno termina conformándose con el hecho de que al menos uno de ellos cuente por allá en Oslo las barbaridades que tuvo que ver y escuchar…
En el accidentado y tenso episodio que nos conduce a las elecciones presidenciales, “negociación”, “negociar”, “ponerse de acuerdo”, son ideas dominantes aunque no signifiquen lo mismo para todos. Quienes apoyan al candidato inscrito a último minuto y casi por debajo de la mesa, las esgrimen queriendo decir en realidad: “María Corina, ya levántale la mano a Manuel Rosales y dile a la gente que voten por él”.
Se dice fácil, porque ya escogieron –sin confrontar- que hay que ir a la elección como sea: incluso con un aspirante aprobado por Miraflores, que pasó los arbitrarios filtros de ese mismo poder contra el que se supone va a competir de aquí a julio.
Y el propio Rosales, sin querer o queriendo, se ha atribuido públicamente el don de la negociación. No es algo que hayan inventado sus oponentes políticos ni quienes le adversan por mera emocionalidad. ¿Cómo regresó al país después de su exilio? Negociando. ¿Cómo salió de la cárcel? Negociando. ¿Cómo le levantaron la inhabilitación? Negociando. Y así…
Hugo Chávez lo puso en la mira en 2008: “Tú me andas espiando, vigilando y conspirando contra mí, pero vamos a ver quién dura más en el mapa político venezolano. ¡Te voy a barrer del mapa político venezolano!, desgraciado, bandido, hampón, mafioso, corrupto y ladrón… voy a meter preso a Manuel Rosales, lo voy a desaparecer del mapa político venezolano, a ese desgraciado lo meto preso”.
Y mira dónde está ahora: en la gobernación del estado Zulia y en el tarjetón de las presidenciales de 2024 sin haber competido en la primaria organizada por la oposición.
Visto así, hasta se puede entender el desplante de mandar a la gente de la Unidad a negociar para que le acepten ya no a María Corina –con quien no quieren medirse-, sino a la profesora Yoris. O a alguien a quien el gobierno tenga a bien aceptar para que no se pierda la tarjeta de la Unidad en esta ocasión y él mismo le ponga el lacito a la de Un Nuevo Tiempo para poder regresar a vivir tranquilo a Maracaibo.
Negocien, que ya yo negocié.
Aunque con menos peso específico, otro negociador parece ser el también candidato sorpresa Enrique Márquez. Expulsado de UNT en 2018 y habiendo convivido en las entrañas del CNE, un minúsculo partido llamado Centrados –cuenta él- le propuso asumirlo como aspirante a la presidencia. Pero se encontraron con que el sistema electoral había anulado la tarjeta de esa organización hasta que fue rehabilitada el domingo 24 de marzo y Márquez pudo anotarse en la noche del 25, justo en la raya.
¿Y cómo lograron eso?, le preguntó Alejandro Hernández en una entrevista. Esta fue su respuesta: “Jugando con las reglas que existen en Venezuela… se hicieron las diligencias legales y políticas necesarias”.
Es decir, negociando.
En eso también anda el gobierno, pero con Estados Unidos, para que no les caiga otra vez el garrote de las sanciones. La agencia Bloomberg reveló el 11 de abril que Jorge Rodríguez y Daniel Erikson, del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU, tuvieron un encuentro “secreto” en Ciudad de México para hablar de las condiciones electorales, casualmente cuando está a punto de vencer la licencia que ha permitido a Pdvsa recuperar cierto margen de acción.
Y esa sí es una negociación prioritaria para el poder. La del candidato es un mero detalle a estas alturas porque ya el trabajo está hecho: María Corina, aunque sigue en campaña y las encuestas continúan evidenciando su caudal de apoyo popular, está fuera del tarjetón y sobre ella recae la presión: el tiempo corre y debe tomar decisiones.
Rosales está esperando esa llamada: si hay que negociar, parece que sabe más del asunto que los académicos de Harvard. O no. Eso está por verse.