Esta es una historia que va del siglo XVII, cuando Baltasar Gracián escribió un tratado de filosofía moral, a la Caracas de hoy, cuando el padre Luis Ugalde escribe un artículo en medio de la maraña política en un entorno desahuciado. ¿Qué tienen en común Gracián y Ugalde? Ambos son jesuitas, teólogos, filósofos. Nada más, porque uno era aragonés y el otro es vasco de nacimiento. Claro, ambos españoles, pero ya se sabe que España es «plurinacional».
Hay unos cuantos años de diferencia entre uno y otro: Gracián es, más o menos, 339 años mayor que Ugalde; pero a ambos les une, por la misma condición jesuita, la solemne profesión de los cuatro votos. Gracián, aparte de su vocación cristiana o precisamente cimentada en ella (nunca he conocido un jesuita bruto), mostró talento en la oratoria, en la enseñanza de Humanidades, de la Filosofía. Un día escribió una alegoría y la tituló El hombre que espera. Los sacerdotes son muy dados a las alegorías, es algo que les viene de la propia enseñanza de la vida de Cristo y sus parábolas. ¿Saben?, me refiero a esos episodios donde coexisten panes que de repente se multiplican, vendedores arrojados del templo a empujones y camellos que intentarán pasar por el ojo de una aguja.
En El hombre que espera, Gracián describe un carromato o trineo ―la cosa no está clara― fabricado con las conchas de un montón de tortugas, empujado o halado por la Espera, que va caminado por los espaciosos campos del Tiempo hacia el palacio de la Ocasión (esas mayúsculas son del propio Gracián, que de algún modo quiere humanizar o endiosar tales sustantivos). La Espera no se dejaba llevar ni por el apresuramiento ni por el apasionamiento. Se recostaba en dos cojines que le presentaba la Noche. Los cojines eran en realidad Sibilas, es decir, pitonisas o sacerdotisas, «mudas del mejor consejo en el mayor sosiego». Las imágenes de Gracián remiten a un cortejo grave y venerable, hermoseado por una frente espaciosa y aquellos ojos modestos que tiene la Espera, donde no caben ni la ira ni la concupiscencia. «Conducía la Prudencia el grave séquito», dice, y menciona compañeros de viaje como el Pensar, la Madurez y el Seso.
La Espera ha conocido graves riesgos por no llevar armas ofensivas, pero tiene un corazón como un mar donde caben avenidas de pasiones y se contienen las más furiosas tempestades sin dar bramidos ni romper sus olas: no traspasan un punto los límites de la razón.
Gracián hace referencia a sabios y reyes que traen algo por decir sobre la Espera, pero destaco apenas uno entre todos: el católico rey Don Fernando, descrito por el autor como príncipe de la política. Decía Don Fernando: «Sea uno dueño de sí y lo será de los demás. La detención sazona los aciertos (…), haz de pensar despacio y ejecutar de presto; ni es segura la diligencia que nace de la tardanza (…). Es la Espera fruta de grandes corazones y muy fecunda de aciertos. En los hombres de pequeño corazón y cabeza ni caben el tiempo ni el secreto».
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No sé hasta qué punto será Baltasar Gracián un referente para Luis Ugalde. Sé que Venezuela, su pueblo, ha estado desde 1998 aguardando por un espejismo hueco. Ese pueblo demasiado liviano se ha dado cuenta, al fin, de que desesperar de la democracia de la cual disfrutaba, arrebatándose a sí mismo la posibilidad de la civilidad, apostando al pasadizo que va hacia ninguna parte, es eso mismo que hoy está sintiendo en carne viva: el abismo. No hubo ni razón ni seso ni prudencia ni frente espaciosa ni nada parecido. Hubo hambre de revancha. Ahí la tienen.
Después de 25 años o más de padecimientos, por primera vez el pueblo entero o casi 93% de él sabe exactamente qué hacer y ese es el final de la espera, porque, como decía el rey Fernando, tampoco es segura la diligencia que se hace con tardanza.
Ha habido diferentes tramos en la espera, y diferentes clases de hombres que han esperado de diferentes maneras. Voy a poner de ejemplo de Espera al padre Luis Ugalde, quien tal vez un día se dejó llevar por su apasionamiento, como sucedió a muchos venezolanos de bien; sin embargo, para mí ha quedado una imagen en particular de él.
Un día venía yo a dar mis clases en la UCAB y pasaba por el pasillo que accede al Edificio de Aulas. Era de mañana y no había mucha circulación pues ya casi todo el mundo andaba en su clase. Vi de espaldas, paseando por uno de los caminitos que atraviesan el jardín, al rector en compañía de Emilio Píriz Pérez, el encargado de Publicaciones. Eran amigos, no era una estampa rara verlos durante sus asuetos en diálogo, paseando de un lado a otro. De pronto, el rector se desvió del camino, fue directamente a recoger un papel que algún estudiante habría dejado caer, una servilleta o un envoltorio de algo. Su amigo lo esperó en el punto donde había interrumpido la conversación. Vi al rector yendo a depositar el papelucho en una cesta de basura. Había personal de limpieza cerca, no es que estuviese abandonaba la zona.
Un gesto. Un gesto normal, supongo. Ahora entiendo lo que encerraba. No solo dar un ejemplo, aun cuando no hubiese testigos o solo un par a la vista; lo que había era, sobre todo, alguien que cuida su casa. Es más, alguien que pone especial esmero en cuidar su casa. Además, ¿qué podía haber hecho todos estos años un buen venezolano sino velar por su propia casa, que no se derrumbara, que no fuera arrasada mientras transcurre la Espera?
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Ha salido en prensa que uno de cada tres venezolanos en edad escolar está fuera del sistema educativo. Es un dato de Encovi, estudio anual realizado precisamente por el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello, donde Ugalde fue rector muchos años. El estudio revela que en el último año 10% de los hogares más pobres del país percibieron solo diez dólares per cápita al mes. Se estima que la pobreza extrema alcanza a seis de cada diez hogares, con un ingreso promedio de 120,7 dólares mensuales, es decir, 85 dólares por debajo de la línea mundial de pobreza.
La pobreza multidimensional, que engloba factores adicionales como acceso a servicios, educación, vivienda o el empleo, llegó a 57,9 %. Hay en Encovi, además, perlas como la siguiente: de las personas con problemas de salud encuestadas, 40% no acudió a consulta (estamos hablando del 2023), principalmente porque se automedicó o no tenía los recursos económicos para costear una consulta en un centro de salud.
Los medios venezolanos, por muchas limitaciones que tengan, podrían hincarle el diente a cualquiera de esos temas, indagar en lo que todo ello significa en la vida cotidiana de una familia venezolana de hoy. Toda la tragedia necesita ser documentada en sus detalles más crudos y reveladores. La vida en cifras es para los organismos multinacionales; la otra, para la Historia.
Venezuela tiene que liberarse no del chavismo, que desde hace tiempo es un cadáver insepulto, sino del castrismo, ese atavismo latinoamericano tan venerado por gentes de aquí y de allá que nunca lo han sufrido en carne propia. Empezando por el asalariado expresidente de Gobierno español Rodríguez Zapatero.
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Hay dos maneras de caminar por la calle: recta o sinuosamente. Hay gente que camina sinuosamente y contribuye a la maraña, a la incertidumbre, a la creación del clima que le conviene al madurismo. Con ese paso van melifluos por la vida Manuel Rosales, Claudio Fermín o Leocenis García… Este último, según la encuestadora Datanalisis, en un escenario cerrado de puro habilitado, tendría 22% de intención de voto. ¡22% de intención de voto! ¿Eso no es un invento de Luis Vicente León, el cantamañanas tan pagado de sí mismo?
Como decía el jesuita Gracián, en los hombres de pequeña cabeza no cabe el tiempo. No se han enterado de que este es el tiempo de María Corina Machado y de nadie más. Ella es la Espera, la encarna por la insobornable razón que da Ugalde en su artículo de esta semana: «…es la líder escogida para ganar la Presidencia y conducir la tarea de recuperar a Venezuela. Desde ese liderazgo, tiene que enfrentar la inconstitucional inhabilitación». El artículo de Ugalde se titula «La transición política que necesitamos».
Ante la mojiganga pre-electoral en un país no solo desahuciado, sino en la miseria moral y de la otra, un país en el que parecen ser héroes los candidatos que nunca han sabido esperar y los oráculos sin ética ni sosiego, ¿quién puede derrotar al castrismo peleando a su modo, que es el único modo posible, esgrimiendo la muleta del Tiempo? ¿Quién ha sido constante y persistente hasta quedar sin aliento? ¿Quién ha sido de una cabezonería rayana en la tozudez, con peligro para sí misma durante años?
Ahí se resume todo: en la cabezonería y contumacia de un propósito. En la terquedad. La terquedad es la máxima virtud de María Corina Machado, hermana de la Espera. Las tres a las puertas de la Ocasión. ¿Quién se va a interponer, un periodista de tercera, un chofer de autobús con el cerebro cubanizado?