Aunque hay gente que no lo quiera aceptar, luce comprensible, y es completamente legítimo, que María Corina Machado y su comando político estén negados en esta hora a considerar siquiera la posibilidad de delegar su candidatura presidencial en otra persona, o negociar, como ya piden algunos, una fórmula de consenso que la sustituya.
Las razones, por supuesto, van algo más allá de la exposición de algunos argumentos formales en torno al compromiso ciudadano.
Dejando de lado el tema del contenido y obligaciones derivadas de la consulta popular del pasado 22 de octubre, es bastante obvio que Machado es dueña de un capital político no visto en mucho tiempo en Venezuela, que es inusualmente abundante y expreso, y que no va a relegarlo en favor de nadie por el puro gusto de complacer demandas “unitarias” que están jugando posición adelantada.
Machado obtuvo en aquella consulta, como sabemos, un inusual 94 por ciento de los votos en un proceso que fue tratado de escamotear desde varios flancos, y que tuvo un enorme éxito político. La componenda para hacer naufragar las primarias incluyó a ciertas praderas del campo democrático.
Puertas adentro, los disidentes de la Plataforma Unitaria que fueron derrotados por Machado en la consulta primaria de momento saben que no tienen opciones. Es hora de replegarse y honrar la palabra. Dejar que las cosas drenen, como de hecho ya lo hacen, de manera natural en las regiones en favor del liderazgo electo y esperar la evolución de los hechos.
Pero es evidente que, si bien de momento está neutralizado, detrás del esfuerzo por adelantar este debate sobre el candidato alterno hay un comportamiento que es interesado y nada inocente.
No sólo se trata de sectores que están convencidos de que Machado poco podrá hacer frente al muro de la inhabilitación política, sino que además están recostándose de esa circunstancia para sacarla del camino. Es ahí donde cobra sentido la maniobra de adelantar la fecha de las elecciones vulnerando definitivamente lo firmado Barbados.
Es probable que las voces que pidan un cambio de caballo aumenten con el paso de las semanas y meses, en la misma medida que la fecha de las elecciones entre el radar, y comience a cundir la ansiedad y la confusión en el electorado, ante el apremio por tener un candidato que pueda ser presentado en caso de que no sea posible el de Machado, invocando el espíritu del estado Barinas en 2021.
El “consenso Machado”, que hoy no tiene fisuras, puede quedar arponeado o contestado con circunstancias aleatorias o de última hora, de la misma manera como le ocurrió al “consenso Guaidó”, luego del episodio del 30 de abril de 2019.
Es decir, no tendría nada de raro que, ante la inmutable realidad de la inhabilitación de Machado, por muy inmoral que su motivación pueda parecernos, habrá quienes afirmen que lo único que no puede hacerse en este contexto es no presentar un candidato, y en tal sentido, la gravedad misma podría forjar un nuevo nombre, particularmente uno que no estemos esperando.
Es una tensión que será estimulada por Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y el chavismo, y es probable que tal pulsión llegue al electorado y cubra las demandas de algunas fracciones sociales que quieren participar como sea en una consulta organizada por el chavismo, independientemente de que éstas tendencias no sean muy grandes.
Todo lo anterior, sin añadir lo que decidan las candidaturas minoritarias del campo del “alacranato”, cada uno de ellos con intenciones y estrategias propias, desgajadas de los intereses de la oposición política, y candidaturas que, con pocos votos, harán mucho por confundir al electorado.
Será un riesgo que deberá asumir María Corina, cuyo desafío fundamental de este momento es mantener unidos a sus aliados -forjados en el campo y el compromiso de la elección primaria-, movilizar a la ciudadanía, y mantener alto su perfil de contendor político a partir de su popularidad, sin exponerse excesivamente. Toda ella, en suma, una tarea de enorme complejidad, que hasta el momento se adelanta satisfactoriamente.
El relato de María Corina Machado como candidata presidencial y esperanza nacional de una transición política a la democracia continuará su camino, si bien hasta el momento sigue luciendo inexplicable cómo es que su comando político podrá transformar en realidad su materialización.
Pero atención: hay muchas maneras de honrar la promesa aquella según la cual la pugna será “hasta el final”. Si María Corina Machado se aproxima a los días previos a una hipotética consulta electoral con su popularidad en alza, como hasta el momento, y es capaz de enviar mensajes orientadores a la ciudadanía en torno a decisiones a tomar con el voto, independientemente de cuán probable sea que participe como candidata, la ciudadanía podría estar dispuesta a escuchar y movilizarse en una sola dirección.
En 2018, el liderazgo de la oposición, obrando en direcciones contrapuestas, y por diversos motivos, no hizo acto de presencia en aquella elección. En 2024, al menos podemos afirmar que hay un liderazgo electo y legítimo, trazando estrategias
Finalmente, es esa una de las pocas armas con las que cuenta el sector democrático frente a este monstruo de mil cabezas: ser una mayoría nacional llamada a convertirse en un cuerpo político, que ahora debe ser capaz de dar pasos -masivos, multitudinarios, legales e incruentos- en una sola dirección.