El lema Hasta el final tiene sus matices. No se trata de aplastar al otro. De llevarlo a la guillotina en plan Robespierre. El gran reto que tiene por delante María Corina Machado es persuadir a Maduro de que una eventual alternancia liderada por ella no equivaldrá a reducirlo a la condición de reo. Maduro debe entender que una cosa son elecciones con libertad para presentar candidaturas y otra muy diferente es un casting en el que el poder escoge quién se batirá en duelo con él.
I
El problema no es María Corina Machado. El problema es la alternancia. Esa es la gran traba. Eso es lo que tiene la discusión engatillada. Cuando el Gobierno saca toda su caballería contra Machado, no está actuando contra ella en particular. Está actuando contra un concepto que es consustancial a la democracia. Está proscribiendo el cambio. Está esquivando la posibilidad de que lo reemplacen. De que se instaure un nuevo orden. Maduro no le tiene miedo a María Corina Machado. A lo que Maduro y sus correligionarios le tienen pavor es a la alternancia. Ocurre que quien cuenta con la llave maestra en esta coyuntura histórica para que ese principio se active es la señora Machado. Esto hay que tenerlo muy claro para poder comprender lo que está en juego en Venezuela. No hablemos de personas: hablemos de conceptos. Hablemos de símbolos.
Es precisamente a ello a lo que se refería el zorro viejo Felipe González cuando declaraba hace poco al noticiero colombiano NTN24 que María Corina Machado no debe hacerle caso a quienes intentan persuadirla para que nombre un sustituto. No es un tema de dogmas. Ni de orgullo. No es que el eslogan Hasta el final haya que tomárselo al pie de la letra como si las fuerzas democráticas estuviesen abrazadas a una cruzada religiosa. Es, simplemente, un tema de estrategia. Así como uno supone que para la clase gobernante la garantía del perdón sería una condición no negociable a la hora de acceder a unas elecciones medianamente competitivas, igualmente para su contraparte la posibilidad de que se consume la alternancia representa un elemento inamovible. Cada quien juega con las cartas que tiene.
¿Por qué inamovible? La abanderada ha sorteado todo tipo de obstáculos. Ha despertado la consciencia colectiva. Ha recorrido el país de punta a punta. Ha construido un movimiento ciudadano de grandes proporciones. Ha acumulado, en suma, un capital político que nadie en las fuerzas democráticas detenta en este momento. Se ha ganado la confianza de los ciudadanos. Y ha logrado esa hazaña en un contexto autoritario. Pero no se trata de reconocer sus méritos personales exclusivamente. Muchos políticos trabajan duro y no hacen cumbre. La razón por la cual María Corina es irremplazable es que con su trabajo construyó una orgánica mayoría. Y esa mayoría es la que requieren las fuerzas democráticas para hacer viable la alternancia.
II
La líder aglutina a la masa. La masa que es capaz de desafiar al poder que lleva un cuarto de siglo atrincherado. Cohesionar a la masa es una tarea ardua, por no decir imposible, cuando se tiene de contrincante a un Estado que se pretende revolucionario. Porque un Estado que se pretende revolucionario jamás permite que un oponente crezca al punto de convertirse en una amenaza seria para él: lo persigue; lo intimida; lo acosa; lo censura. Lo fulmina cuando está en fase embrionaria. Pese a todo ello, María Corina Machado, colándose en los intersticios de libertad que astutamente deja el régimen para evitar que se le etiquete como una típica dictadura, se ha posicionado como la líder indiscutible del cambio. Y eso constituye un problemón para los dueños absolutos del poder.
Los dueños absolutos del poder solo admiten en el ring a un oponente light. O, en su defecto, a un oponente sobrevenido que, si bien no encaja en la categoría de light, sería incapaz de arrastrar, en la coyuntura que vivimos, un volumen tal de votos que garantice la alternancia. Un oponente serio, pero que lleve pintada la derrota en la frente. Y junto a este, varios candidatos de laboratorio cuyo papel sea el de dispersar el voto. De allí que sustituir a Machado sea una apuesta arriesgada: sería tirar por la borda el cambio. Es sustituir la palabra cohesión por la palabra dispersión. La mejor opción para el Gobierno es que Machado salga de escena. Al desterrarla en realidad está abortando el concepto de alternancia. El veto como escudo protector frente al cambio.
Pero al mismo tiempo —he aquí lo complejo del asunto— Maduro está urgido de un baño de legitimidad. Y ese baño de legitimidad solo se lo puede dar la oposición real, que en este momento está bajo el liderazgo de María Corina Machado. No se lo puede dar la oposición postiza. La oposición tapa amarilla. La que Andrés Caleca llama oposición 2030. Porque una contienda así planteada sería una réplica del 2018. Una maniobra. Así que lo que más le convendría a Maduro sería que la oposición real se decantara por un sustituto de Machado para que la puesta en escena luzca diferente a la del 2018. Como un prestidigitador, pretendería hacernos creer que en ese escenario iríamos a una contienda libre. Pero, eso sí, teniendo él la llave maestra para que la correlación de fuerzas, sin hacer trampa, sea favorable al continuismo.
Entonces ¿por qué la oposición va a entregar la cabeza de quien puede hacer posible la alternancia? ¿Por qué se va a lanzar por el despeñadero de postular un sustituto que no despierte el apoyo masivo que sí convoca María Corina Machado o que, si lo levantara, también sería inhabilitado? ¿Por qué relevarla si ha costado tanto construir un movimiento social como el que se ha construido alrededor de ella en medio de un clima en el que las libertades están conculcadas y en el que la abanderada ni siquiera aparece en la televisión o en la radio? ¿Por qué sustituirla si el Gobierno cuenta con poderosos incentivos para ceder? ¿Por qué hacerlo si a la clase dominante también le conviene una transición pacífica?
Basta con mencionar dos razones: la investigación penal que se adelanta en Estados Unidos contra líderes chavistas por supuesto narcotráfico (más allá de que ello tenga sustento o no) y la de la Corte Penal Internacional por supuestos crímenes de lesa humanidad. Esto es clave para Maduro. Librarse de este fardo, y de las sanciones, es lo que ha hecho que haya sopesado —al menos sopesado— la posibilidad de acceder a hacer elecciones distintas. En este escenario podría darse lo que en la Teoría de Juegos se denomina beneficios recíprocos.El Gobierno se deslastra de esos problemasque lleva a cuestas. El chavismo mantiene su fuerza en el espectro político bajo un nuevo ordenamiento político y social. Y la oposición logra asumir la dirección del Estado. Ventajas mutuas.
III
Cada quien se mueve con los recursos que tiene. Maduro controla todo el aparato del Estado. Desde los tipos duros del Sebin hasta los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia. Esa es su gran carta: el poder. ¿Alguien le ha dicho que tendría que renunciar al cargo para medirse? No. Está bien. Esa es una de sus fortalezas: que tiene el poder. Su imagen aparecerá en la televisión. Y en la radio. Y en miles de vallas. Tiene el poder. Y lo tendrá más allá de que se logren ciertas garantías electorales. La Fiscalía es suya. La Contraloría es suya. La Asamblea Nacional es suya. Es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Esas son sus cartas. Es lo fáctico. Lo real. La oposición tiene la carta representada por María Corina Machado, que viene legitimada por los más de dos millones de votos que sacó en las primarias.
Ahora bien, en el marco de un proceso de negociación las partes tienen derecho al titubeo. A la duda. A dar un paso adelante y otro atrás. Eso es lo que ha hecho el Gobierno con Barbados. Es parte del juego. Su plenipotenciario —el psiquiatra— estampó la rúbrica en el documento confiado quizás en que la concurrencia a las urnas en las primarias sería algo manejable. Esperanzado también en que los electores dispersarían sus votos entre uno y otro contrincante. Confiado en que la suerte no sería tan adversa para el régimen en su estrategia de dividir. Era claro que María Corina Machado llevaba la delantera. Y con holgura. Pero el respaldo masivo que le dieron los votantes —la avalancha— le confirió una escandalosa legitimidad. Pasó a ser la encarnación de la alternancia. Esto cambió drásticamente la correlación de fuerzas.
Entonces el aparato del Estado entró en acción para tratar de recoger el agua derramada. El Tribunal Supremo de Justicia dejó sin efecto las primarias. Vino lo del Esequibo. El objetivo era que la disputa con Guyana se convirtiera en un asunto supraelectoral. Un llamado urgente a filas. La estrategia fracasó. Resultaba más que evidente la premura que tenían los dueños del poder en neutralizar el factor Machado, es decir, en dinamitar el monstruo de la alternancia que los amenazaba. Es por eso que tiran la parada. Mueven todas sus cartas para ver si sacan de juego a quien representa el cambio. Cosa juzgada pasó a ser la consigna. Como quien pasa un folio de una de esas sentencias amañadas. ¡El siguiente candidato! ¡Sigamos!
IV
Y ese es el gran dilema que debe estar enfrentando Maduro, que tiene poderosas razones para no ceder el poder, pero que también tiene poderosas razones para negociar. Flirtea con Barbados, pero en su fuero interior teme. No es que cumpla o no con la palabra empeñada. Es que mientras se desarrollan los hechos él vacila. Duda. Es legítima su duda. Se hace preguntas. Pretende hacer pasar por elecciones libres lo que sería un mero casting en el que su dedo sea el mandamás. Maduro está en una posición muy delicada. El Acuerdo de Barbados lo confronta con la real posibilidad de tener que dejar el poder. Con el vacío existencial que supondría entregarse a una transición dentro de la que teme sentirse como reo y no como un actor político de peso. La estrategia de la oposición debe estar enfocada en hacerle sentir lo segundo.
El lema Hasta el final tiene sus matices, como dijimos antes. No se trata de aplastar al otro. De llevarlo a la guillotina en plan Robespierre. Ese es el más grande reto que tiene por delante la abanderada: hacerle sentir a su contraparte que el beneficio que ella obtendría —la alternancia, que en realidad es un beneficio del colectivo— será una razón más que suficiente para desestimar los pases de factura. Pero este compromiso debe ser creíble. Genuino. Cuando Mandela se hallaba en pleno proceso de negociaciones para librar a Sudáfrica de las cadenas del apartheid, llegó a decir que Frederik de Klerk era un tipo íntegro. Sus copartidarios le reclamaron. Mandela era sincero: lo decía porque quería infundir confianza en el entonces presidente sudafricano. Quería darle una oportunidad al arte de la negociación.
Aquí la gran incógnita es: ¿Logrará María Corina Machado persuadir a Maduro de que unas elecciones medianamente libres le convienen mucho más que seguir con la espada de Damocles que le atraviesa la espalda? Si la abanderada convenció a millones de venezolanos para que voten por ella, todavía hay esperanza de que convenza a la contraparte para destrancar el juego. Maduro —entretanto— está en pleno derecho de consultar el Oráculo de Delfos. O el de Sai Baba, su otrora guía espiritual.