Si la inmensa y entusiasta fanaticada de La Guaira capta como una muestra de efectividad salvadora las veces que Wilmer Ruperti ha salido a rescatar al chavismo en los momentos en que ha estado con las bases congestionadas y sin outs, es casi seguro que esta temporada entonará con más fuerza el grito de guerra de su equipo: “Tiburones pa’ encima”.
Tal como anticipó Armando.info en un reciente reportaje, el magnate petrolero es el nuevo propietario de la popular divisa. Se trata de una adquisición que le permite ampliar su proyección empresarial al terreno deportivo y, por qué no, intentar mejorar su imagen, que es pública casi desde los orígenes de este régimen.
Su punto de mira para asomarse a este último propósito estaría en sacar a flote a unos Tiburones que se acercan a los 40 años de sequía (desde 1986, para más precisión, están reñidos con el título, y disculpe la afición por recordar la ingrata efeméride), tal como contribuyó a reflotar a Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA) en un momento en que parecía sumergirse inexorablemente.
Ese episodio, el que protagonizó en el 2002 durante el paro petrolero, fue el que lo colocó en la cresta de la ola del agradecimiento chavista, de donde, aunque con algunos sobresaltos, no ha sido bajado del todo. Probablemente, porque sus favores no han dejado de ser requeridos.
El auxilio que prestó hace ya más de dos décadas no fue cualquier cosa. Consistió en poner a disposición del Gobierno su flota de seis buques tanqueros. De ese modo, contraviniendo el llamado de su gremio al boicot, colaboró en la importación de gasolina y otros derivados a puertos venezolanos y ayudó a evitar el hundimiento de PDVSA. Un naufragio que, dicho sea de paso, de haber ocurrido, quizás habría sido definitivo para ahogar al régimen de Hugo Chávez.
Con la gracia del chavismo
Si bien es cierto que su desempeño en las semanas aciagas del paro petrolero lo puso en la palestra y lo congració con la dirección del oficialismo, también es verdad que el empresario petrolero no emergió de la nada.
Hasta ese entonces, es decir en los albores del siglo XXI, era poco lo que públicamente se sabía de Wilmer Ruperti (63). Pero este caraqueño, hijo de una familia de emigrantes italianos que pronto mostraría su vocación mediática con la compra de un canal, ya tenía su andadura en el negocio del transporte marítimo.
Graduado en la Escuela Náutica de Venezuela en 1981, ese mismo año fue empleado por Maraven (una de las filiales de PDVSA) en el área dedicada a la movilización de petróleo. Para 1987 ya tenía como logro un ascenso al Departamento de Comercio, un sector clave y apetecido. Y de allí, avalado por la estatal venezolana, tuvo la oportunidad de viajar a Inglaterra y de formarse como experto en el Plymouth Polytechnic. A su regreso a Caracas, en 1991, ingresa a PDV Marina.
En 1994 -cuenta una nota de Poderopedia-, Ruperti fundó su propia compañía de transporte marítimo, Náutica Ship Brokers. A través de ella comenzó a prestar servicios a diferentes empresas, incluida PDVSA, que constantemente requería de transportistas para movilizar sus cargas petroleras.
Apenas con tres años de “navegación”, en 1997, una investigación realizada por el anterior Congreso, atendiendo denuncias provenientes de la industria petrolera, dispuso la intervención de la Contraloría General de la República y Náutica Ship Brokers fue excluida del listado de proveedores de PDVSA.
De su actuación en la emergencia de 2002, asociada en la terminología beisbolera con la de un apagafuegos, hasta el sol de hoy se ufana: “Yo rompí el paro petrolero”, dijo en 2006, envalentonado por salir ileso de una de las varias investigaciones realizadas por el Poder Legislativo con su nombre en la mirilla. En esa ocasión -de acuerdo con la crónica de Poderopedia-, se vio envuelto en una madeja hilvanada por el diputado oficialista Jesús García, quien denunció que el para entonces presidente de CITGO (filial de PDVSA que llegó a operar cinco refinerías y 14.000 estaciones de servicio en Estados Unidos), Luis Marín, había firmado un contrato “absolutamente leonino para los intereses de la República con la empresa Sea Pioneer Shipping”, propiedad de Ruperti.
Ya antes, incluso una vez derrotado el paro petrolero, se habían escuchado voces sobre supuestos cobros de sobreprecios en los envíos de gasolina al mercado de la costa este de Estados Unidos. Pero nada le hizo mella y su posicionamiento en el entramado oficialista se siguió fortaleciendo, al mismo ritmo que aumentó la rentabilidad de sus empresas.
Los resquemores, las suspicacias y los señalamientos de irregularidades abundaron durante los meses posteriores al paro e incluso en 2003. Pero todos, a Ruperti, sencillamente le resbalaron. Con tranquilidad, desmintió acusaciones de recibir pagos indebidos a su empresa por embarques de gasolina a puertos venezolanos. Y, sin inmutarse, respondió, a su vez, con acusaciones “a las personas ajenas a la industria que manipulaban la administración y las finanzas”.
En no pocas ocasiones se vanaglorió de demostrar con auditorías la inexistencia de sobreprecios en sus ventas y de limitarse a cobrar lo que le correspondía. Y en no menos oportunidades aprovechó para asegurar que su actuación durante el paro le había granjeado enemigos que querían sacarlo del mercado.
De sus declaraciones de la época cualquiera podía especular que actuaba como quien se sabe apoyado. Nunca faltan las exageraciones. Pero en su currículo no puede faltar que justo ese año, en 2013, el presidente Hugo Chávez agradeció públicamente el papel que jugó Wilmer Ruperti durante el paro petrolero y lo condecoró con la Orden Libertador en el Palacio de Miraflores.
“Egresados de postín”
En esos años, la Dirección de Comercialización de Petróleos de Venezuela estaba convertida en un lucrativo centro de formación de representantes de empresas de trading (compraventa de activos cotizados). De esa dependencia “egresaron” no pocos pasantes que contribuyeron a engrosar las filas de los “bolichicos”, esa suerte de nueva especie social fructificada en el chavismo de cuello blanco.
La función principal de los “egresados” -los que pasaron por la oficina antes de ser representantes de compañías extranjeras- consistía en adquirir crudos y productos de PDVSA en las subastas que se realizaban semanalmente o en contratos de suministro y en colocarlos como intermediarios desde afuera de la empresa estatal.
Para ello se valían de las conexiones cultivadas durante los años de aprendizaje en la Dirección de Comercialización. Los más favorecidos eran los operadores con mejores vínculos, los que accedían con mayor facilidad a los procedimientos y la selección de empresas compradoras vía subastas. En algunos casos unían fuerzas y formaban clanes. Las empresas extranjeras se los disputaban y, a veces, los compartían. Las ganancias para unos y otros eran considerables.
La existencia de esa práctica fue negada en junio de 2005 -en una carta dirigida a TalCual, periódico que investigó oportunamente el caso- por Asdrúbal Chávez, director de Comercialización para el momento. Pero más allá de desmentir, nunca prestó la atención debida a lo que en los corrillos del edificio La Campiña se comentaba como una situación irregular: el hecho de que la comercialización de crudos y derivados se realizara a través de un clan de privilegiados.
Los grandes colocadores -intermediarios- comenzaron a operar a gran escala en 2004. Entre las empresas internacionales que representaban destacaban Proyector, Global, Glencore, Vitol, Trafigura y Masefield. El modus operandi consistía en valerse de los contactos en la Dirección de Comercialización para que nunca hubiera certezas sobre el cliente, la forma de pago, el precio de venta y las cantidades negociadas.
De este grupo saltó a la palestra Francisco Morillo, un joven a quien Wilmer Ruperti fichó en 2002 para su empresa y lo convirtió en su pupilo. De allí saltó para la Dirección de Comercialización (etapa superada por Ruperti en 1987, cuando trabajó en el Departamento de Comercio, como se dijo más arriba). Y una vez consolidado como trading, el nuevo boliburgués se separó definitivamente de su tutor -a quien no invitó para su boda que celebró a todo trapo, al estilo quintarrepublicano, en la Quinta Esmeralda- y se convirtió en su rival. Pero esta es otra historia con tintes de novela rosa.
Las pistolas de Bolívar
Entretanto, la luna de miel entre Ruperti y el chavismo continuó viento en popa. Para afianzarla, el naviero no se ahorraba gestos. Y uno de infinita significación para el comandante Chávez fue -quién lo puede dudar- el regalo de dos pistolas que pertenecieron al Libertador Simón Bolívar. Las pistolas, labradas en oro, pertenecen a la armería del francés Nicolas-Noël Boutet, quien también forjó las pistolas de Napoleón Bonaparte. Ruperti las adquirió en octubre de 2004. La operación, realizada a través del empresario dominicano George Nicolás Nader, se cerró luego de una puja al precio de 1,6 millones de dólares. Fue organizada por la casa de subasta Christie’s en Nueva York. “Fue muy emocionante; me siento muy orgulloso y lo volvería a hacer 10 mil veces”, dijo Ruperti, según lo citó Poderopedia. El propio Chávez anunció que Ruperti, mediante una carta, decidió donarle las pistolas de Bolívar a la República.
El 4 de febrero de 2022, cuando el chavismo celebraba los 30 años de la intentona golpista de Hugo Chávez, Nicolás Maduro también presentó en televisión un regalo similar. Esta vez eran dos pistolas que George Washington le regaló a Simón Bolívar y que Ruperti adquirió en otra subasta por 1,8 millones de dólares. “Es un tesoro y lo recibí en mis manos para entregárselo a la República. (…) La persona que lo rescató pagó de su patrimonio un millón 800 mil dólares, un empresario de muchos años en Venezuela y me las entregó en mis manos”, relató Maduro al referirse a Ruperti.
Una cosa que hay que reconocerle a Ruperti es que nunca negó el apoyo a Chávez ni se ha hecho el desentendido en su compromiso con el proyecto que ahora encarna Nicolás Maduro. Y hasta se ha dado el lujo de contestar con orgullo y pretendido humor de buen gusto que es rojo-rojito porque “soy rojo por naturaleza. Véanme, yo soy pelirrojo”.
Tampoco ha intentado ocultar su fortuna, ni sus aspiraciones protagónicas. Así que comenzada la segunda mitad de la década inicial del siglo XXI, resultaba público y notorio que su nombre no podía ser borrado del grupo de empresarios que engordaron su capital en la descontrolada era del chavismo, y entonces se proyecta como empresario de medios al adquirir Puma TV.
Plomo chavista en el ala
Ruperti se hizo propietario de Puma TV en agosto de 2004 y, en 2007, luego de comprar equipos modernos para producción, computadoras para el Departamento de Prensa, construir estudios de grabación y remodelar la sede, ubicada en la calle Sanatorio del Ávila de Boleíta Norte, decide lanzarlo con un nuevo nombre: Canal I.
La fecha escogida fue el 5 de octubre de 2007. Y no parece fortuita si se toma en cuenta que el cierre de RCTV se produjo el 27 de mayo de ese año, cuatro meses antes. Tampoco luce casual que Ruperti pretendiera que el canal fuese acogido como una opción informativa equilibrada entre los dos extremos televisivos que se alimentaban de la polarización de esos años: Globovisión y Venezolana de Televisión.
El empresario naviero se hizo presente en cuerpo y alma en las instalaciones del canal en los días previos al lanzamiento. La señal de su llegada -refieren periodistas y productores consultados para este trabajo que estuvieron presentes- la marcaba la presencia como una sombra de su guardaespaldas, un karateca coreano de quien se decía que estaba ranqueado como uno de los de manos más letales. Al poco tiempo, se agregó otro karateca a sus cuidadores, pero este de origen iraní.
Ruperti estaba pendiente del video de lanzamiento, de las promociones de los programas bandera. Quería un canal noticioso y con opinión balanceada. Una idea de la neutralidad que quería exhibir estaba representada en el espacio Contra Peso, moderado por dos de los hermanos Villegas: Vladimir, indisimuladamente chavista por esos tiempos; y Mario, honestamente apegado a las formas democráticas.
De tal guisa, del concepto “Ni de un lado de la acera ni del otro”, se reafirmó su imagen de imparcial con el eslogan: “Canal I: Por la calle del medio”. Pero ese estilo de equilibrio, de informativos con noticias niveladas, inteligentes y precisas, tenía adentro y afuera un plomo en el ala: la indestructible vinculación de Wilmer Ruperti con el chavismo.
Bolas y strikes
Los favores de Ruperti al Gobierno no dejaron de producirse. Uno de ellos fue la divulgación, por parte del diputado oficialista Julio Chávez, de un video en el que aparece el diputado y excandidato a la Alcaldía del municipio Sucre, Juan Carlos Caldera, aceptando de sus manos un sobre supuestamente con dinero. La grabación fue hecha en la casa del empresario y la suma correspondía, según explicó Caldera, a una donación para la campaña. Eso fue en vísperas de las presidenciales de 2012.
El otro tiene que ver directamente con el círculo presidencial. Y está referido al financiamiento de la defensa de los sobrinos de la primera dama, Cilia Flores, Efraín Antonio Campo Flores y Francisco Flores Freitas, quienes estaban siendo procesados judicialmente en Estados Unidos por presuntos vínculos con el narcotráfico. La confirmación de su participación la hizo el propio Wilmer Ruperti en una declaración que publicó el 29 de septiembre de 2016 el diario estadounidense Wall Street Journal.
Casualmente, por esos días, el portal oficial de PDVSA reportó que la empresa Maroil Trading Inc., de su propiedad, resultó ganadora en el proceso de licitación para el acondicionamiento, manejo y desalojo del coque -residuo del procesamiento del crudo extrapesado- de los patios del Complejo Industrial Jose, en Anzoátegui.
De este entuerto salió una sanción de la Oficina de Control de Activos Extranjeros(OFAC) que congeló los activos de Ruperti por hacer negocios con PDVSA. A su vez, la estatal mantuvo una investigación por pago indebido de 420 millones. Ruperti, según nota de Bloomberg de 2019, aseguró que las auditorías demostraron lo contrario. El cruce continuó este año, cuando el nuevo administrador de la industria, Pedro Tellechea, canceló un contrato con Maroil Trading Inc. por discrepancias en los pagos. Y el naviero volvió a replicar: “No hay irregularidades. Me deben 300 millones de dólares”.
Lo de la compra de los Tiburones de La Guaira tampoco ha estado exento de nubarrones. Ruperti la dio por hecha desde marzo de este año, y ya comenzada la temporada, prometió el octavo campeonato para los escualos. No pocos piensan que es una manera de salirle al paso a quienes auguraron que podía salir ponchado cuando se supo de la demanda que otro naviero, Ahmar Reza Ayale (propietario de la firma Offshore Engineering and Development), presentó contra uno de los propietarios del equipo, Francisco Arocha, por una presunta deuda. Así están las cosas en este juego. ¿Habrá extrainning?