Hoy trabajaremos los crímenes individuales amparados en un sistema político basado en la dominación y sus derivaciones en las políticas públicas; me serviré de un joven de seudónimo Libélula que ofrece su historia de vida y su lírica. Digo lírica, para reproducir su lenguaje, que significa: integración entre el arte musical -rap- y las distintas prácticas sociales o delincuenciales.
En su lírica está toda una forma de vida que iremos encontrando y descubriendo. Primero se vive delincuente, luego “político” en una determinada manera de serlo. La integración entre delincuente, político y rapero aparece la lírica, momento de integración. Un “arte” que se hace desde la vida que practica.
Una de las tantas maneras que los gobiernos socialistas, se apoderan, dominan, las distintas esferas de la vida, es a partir de los planes y organizaciones del Estado, dan legalidad a lo ilegal, dan institucionalidad al caos. Distintas prácticas se canalizan y se integran a un plan general que junta lo ilícito con lo organizativo. Una de estas organizaciones son las propiciadas por el Ministerio de la Cultura para impulsar la denominada “cultura urbana”.
Me detendré en este artículo no en lo que dice el programa, sino en la práctica de algunos de sus miembros, para eso me acercaré a la historia -de- vida de Libélula un joven de la zona suroeste de Caracas, en quien encontramos un modo particular de vivir ese mundo “cultural” junto al delincuencial en el marco del Estado comunal.
En mis manos tengo de Libélula la narración de su historia y un rap compuesto por él. La primera fue tomada por uno de mis estudiantes quien pertenece a una organización comunitaria auspiciada por el régimen, desde su organización llega a jóvenes como éste. Lo primero que surge de la historia es la justificación del delito, luego pasa a un discurso de arrepentimiento exigido por el programa para poder financiarle.
Este programa le exige un discurso que promueva la “paz” y se presente, como miembro de esa organización, como un sujeto que puede “cambiar” gracias a la labor ideológica que ellos desarrollan. La misma paz que hemos encontrado en las “zonas de paz” que se reducen a ser lugares de tolerancia del delito, promovidos por el Gobierno en las que se reconfigura el poder delincuencial. La paz consiste en el pacto entre bandas no en su erradicación.
Así, su narración discurre en el arrepentimiento sin que esto impida desarrollar su sentido delincuencial. Libélula comienza del siguiente modo: “… en realidad todo fluyó después de que me dan unos impactos en la pierna izquierda…”. No dice que empezó, dice que todo fluyó, continuó, no hay obstáculo para su desarrollo. En este sentido, fluir significa continuidad sin obstáculos, un tiro que no produce la muerte es el detonante para que todo ese mundo se desarrolle sin impedimentos. La delincuencia viene a ser un caudal que se va produciendo con la mayor fluidez posible, sin nada que lo detenga. Luego dice: “… hasta robé pero… pero fueron cosas leves, pues, como un rus-ras pues, dame acá esa vaina y tal… dame acá, me acá, me acá que estás robao y ya, pues. Con una pistola pues, con un hierro, ¿sabes?”. El fluir no es caudaloso sino continuo, se perfecciona en la delincuencia hasta lograr alcanzar lo buscado.
De ahí en adelante Libélula se concentrará en describir los crímenes cometidos para luego decir que está arrepentido y que ahora forma parte de esa organización. En la vida la delincuencia continúa y en el arte “cultural” se proyecta y se hace apología. ¿Este nuevo Estado necesita de la delincuencia para mantenerse? Tanto esta vida, como muchas otras, le cantan a la violencia, ¿es este el nuevo sujeto, la nueva lírica revolucionaria?
Un sujeto que sostiene la siguiente narración en el rap de su autoría: “El hecho que tu me veas empistolao no quiere decir que yo no alla estudiao, pero es que en la calle hay mucho equivocao que dicen que tal y que son los que pao se las comieron…” (Reproduzco el texto tal como fue escrito por Libélula). Una lírica centrada en el delito como práctica y sentido.
En su propia letra vemos como caen los “factores determinantes” de las teorías criminalísticas, por ejemplo, la falta de educación. Libélula admite que ha estudiado, en otras historias-de-vida de jóvenes delincuentes aparece esto de modo muy frecuente, son bachilleres, estudiantes universitarios y hasta profesionales, lo que nos va diciendo que la interpretación debe orientarse hacia otra dirección.
El mundo de Libélula es un mundo delincuencial, toda una forma-de-vida (concepto que trabajamos en el texto “Y salimos a matar gente”, Moreno et al, 2008). No hay espacio para otro significado que no sea la violencia: “Es lo mejor pa no quedar pegao que culpa de aquellos que andan jalaos la lluvia de bala en mi zona no cesa se vende de Glock hasta Prieto Beretta partiendo paredes y comprando rejas los perros ladrando y las viejas se quejan diciendo hasta cuándo seguirá esta mierda…”.
De la zona lo único que destaca es el arma, sus marcas y características, la violencia lo toca todo y lo determina. No hay paisaje, no hay convivencia, no hay relación, el mundo para Libélula es el instante del disparo, el ruido de las balas, las muertes que provoca y el grito que produce en la gente como en los animales (sin distinción). Sujeto activo en una organización del Estado, ¿será este el hombre nuevo?
Su lírica se expande y consolida en el objeto de su canto: “Me dicen que deje las armas pero no puedo dejarla nunca, el día que yo la deje será el día que esté en la tumba y hasta en la tumba la voy a tener en la cintura para recordar que tanto e matao, explotao…”. Suena duro y contundente la muerte que provoca, se complace en el hecho: explotao, esto es, de primera, lo mejor.
Matar es el sentido y con él se despliega toda una vida heroica, protagonista, sin peligro de ser dominado sino constituirse en el poder, en el dominio, en el actor del sometimiento.
Continúa su lírica criminal: “Si todos se asustan cuando ve un metal, ¡oh no, no, noo, si todos se asustan cuando los apuntan con un cañon, si no me cuido yo, ¿quién me va a cuidar? Si no me levanto yo quién me va a levantar (x2) fiebre de matar. Mi sangre ahora se calienta por matar, Criminal, mi sangre ahora hirviendo por matar…”. Esta última frase concentra todo el sentido vivencial del delito.
Su sangre, toda su existencia, le exige matar, no hay un horizonte distinto a la violencia delincuencial, fundamento y sentido, ¿qué sociedad se puede producir desde esta práctica? Líricas como esta se sostiene en la vida, constituyen un discurso generado por unas prácticas (Michel Foucault), no son palabras vacías, ni mera alocución, es vida que se hace lírica, se hace discurso, se hace prosa.
Encontramos en Libélula, al hombre nuevo, el formado en una organización como esta que acontece como un sitio en el que todo vale, donde no hay límites ni éticos ni morales, donde encaja perfectamente la vida y la muerte. La delincuencia para este proyecto parece seducir toda la estructura, al punto que se constituye en referencia para la acción.
Para concluir, por los momentos, es necesario decir que las relaciones sociales y comunitarias están seriamente afectadas por esta apología del delito y el delincuente que en lugar de tener en el Estado los límites que frenen su vertiginoso crecimiento, lo que consiguen es el ofrecimiento de un lugar que favorece su expansión y consolidación como poder alterno.
Sólo teniendo consciente el acontecimiento delincuencial y el modo como se ha venido practicando, tendremos las posibilidades de ir encontrando las prácticas reales fuera de ese entorno delictivo, que nos ayuden a pensar en la re-confección del tejido social y la convivencia comunitaria. Continuaremos con el tema en la próxima entrega para indagar más en el fundamento que le da origen y sentido.
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*Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela. Investigadora del Centro de Investigaciones Populares.
@mirlamargarita