La doctrina libertaria sostiene que el logro de la libertad debe ser el supremo objetivo político, por ser el único coherente con el libre albedrío que define la naturaleza humana. Cada persona con capacidad de razonar puede y debe hacer lo que sea necesario para vivir la vida que le plazca, siempre y cuando, desde luego, no pretenda imponer arbitrariamente su voluntad a otros. El libertarismo afirma que los individuos, sin necesidad de intervenciones gubernamentales, pueden crear relaciones contractuales libres de las que emerja un orden de paz y bienestar. Desde esta perspectiva general, Javier Milei es, sin duda, libertario.
A partir de esa concepción de la persona y la sociedad el libertarismo implica políticamente la lucha por el abolicionismo de todo poder que coarte la libertad de las personas. En este sentido, la principal fuente de amenaza a la libertad sería el Estado, pues este concentra la mayor capacidad de coacción sobre el individuo y ha sido, según el libertarismo, utilizado históricamente por políticos, burocracias y grupos de interés para obtener privilegios y beneficios particulares, en perjuicio de la libertad y el bienestar de los ciudadanos. El Estado debe ser, por tanto, eliminado totalmente (posición del anarcocapitalismo) o limitado a proteger los derechos individuales, como la vida, la libertad y la propiedad (posición del minarquismo). Milei puede ser calificado entonces, de modo aproximado, como libertario minarquista. Su agenda de cambio -que incluye, entre otras medidas, aniquilar al Banco Central, dolarizar la economía, eliminar Ministerios, privatizar empresas estatales, desregular los mercados, reducir significativamente el gasto público y los impuestos- aspira, en última instancia, a la extinción del llamado Estado de bienestar, hoy en crisis, aunque no a la desaparición del Estado mismo.
El minarquismo, al aceptar la necesidad del Estado en ciertos ámbitos, hace que la libertad corra riesgos que el anarcocapitalismo evita de plano. Es por eso por lo que, en los pocos casos en los que resulte necesaria la presencia estatal, debe garantizarse que la libertad individual sea respetada. Una política orientada al desarrollo del capital humano, por ejemplo, involucraría el financiamiento con recursos públicos, solo en los casos en los que resulte necesario, de la demanda de servicios educativos por parte de los ciudadanos, pero en ningún caso de su oferta por parte de establecimientos y burocracias estatales. En este esquema, compartido por Milei, serían las personas quienes decidirían libremente, mediante el uso de vales educativos, en qué establecimiento estudiarán sus hijos. Esta sería una manera de desmontar estructuras y burocracias del desmedido Estado de bienestar, de restringir los espacios de acción de los políticos y de crear oportunidades para la iniciativa privada y la competencia.
Ahora bien, las doctrinas liberales siempre han argumentado que la creación y sostenimiento de un orden liberal depende, en gran medida, de la existencia de una cultura para la libertad. Una cultura así no habría existido en Latinoamérica, pero, al parecer, eso estaría cambiando en países en los que sus ciudadanos, luego de largos años de estatismo empobrecedor, han perdido finalmente la confianza en las soluciones públicas a problemas que los agobian: inflación, inseguridad, desempleo, miseria. Tal cambio sería expresión, además, de un deliberado y amplio esfuerzo de pedagogía y de propaganda, en el marco de una batalla cultural entre ideas socialistas e ideas liberales. En efecto, numerosos pensadores, divulgadores y organizaciones liberales de América Latina se han propuesto lograr -siguiendo, por cierto, las tesis del marxista Gramsci- la hegemonía cultural de las ideas de la libertad. Milei estaría cosechando algo de esa siembra. No cualquiera podría hacerlo, desde luego. Milei, con su estilo frontal, irreverente y extravagante, ha logrado llamar la atención, en un mundo donde se está sometido a tantos estímulos, de millones de personas, especialmente jóvenes. La invitación a dejar de ser corderos y convertirse en leones ha sido bien recibida por quienes se sienten frustrados e indignados, y no creen en los políticos o, más aún, en la política. Pero usar consignas no es hacer pedagogía y no todos los que hoy siguen a Milei, aunque esperan cambios drásticos, son realmente libertarios.
La narrativa de Milei es efectiva sobre todo porque, al igual que otras narrativas políticas históricamente relevantes, se basa en un código binario simple y poderoso. En el caso del libertarismo ese código distingue entre una casta de políticos y de grupos de interés que, con mucha astucia y pocos escrúpulos, han prosperado a la sombra del monstruo estatal, por una parte; y ciudadanos que, con mayor o menor grado de consciencia, están presos de un sistema corrupto que los hace dependientes del Estado, por la otra. Es un discurso con potencial para hacerse popular, como lo viene demostrando. Algunos incluso lo calificarían de populista, si se entiende al populismo como lógica discursiva orientada a construir un sujeto político colectivo, llámese pueblo, ciudadanía o indignados, a partir de la conexión recíproca entre demandas de diferentes grupos sociales y de la identificación de un adversario en común.
Las doctrinas liberales ofrecen un ideal esperanzador, pero su materialización requiere una transformación fundamental del actual orden de cosas. El libertarismo, en su pretensión de ir a la raíz de los problemas; es decir, en su radicalismo, no hace concesiones a la moderación política, pues argumenta que, de hacerlo, su ideal se desdibujaría y su capacidad de convocatoria se debilitaría. Es una posición maximalista, según la cual al suavizar las ideas para hacerlas políticamente más factibles sería un grave error estratégico. Si el libertarismo no defiende con claridad y pasión su credo, se afirma, nadie lo hará en su lugar. Aunque eso suponga buscar bronca a muchos grupos y sectores: el libertarismo, convertido en causa popular, sabrá hacerles frente y derrotarlos. Esa es la promesa libertaria que hoy genera esperanza en una significativa parte de la sociedad argentina.
Pero el proyecto de Milei se nutre no solo de ideas, sino también de emociones. Algunas de ellas política y socialmente disolventes. La rabia y la frustración de millones de personas pueden ver en un gobierno de Milei la oportunidad para satisfacer su sed de revancha, de lograr al fin “que se vayan todos”. Por otra parte, muchos y diversos sectores pueden sentirse, con toda razón, amenazados. El discurso mutuamente ofensivo -componente básico de la destrucción de la política- no hace sino profundizar esa dinámica fuertemente emocional y va infligiendo heridas que no será fácil curar. Rabia, venganza, humillación y miedo van conformando así una peligrosa mezcla.
Si Milei llegara a la presidencia le tocará enfrentar a poderosos enemigos, sin contar para ello, probablemente, con una mayoría parlamentaria. El avance en su proyecto transformador, en el marco de la enredada democracia argentina, podría implicar pues caer en la paradoja de tener que hacer política con quienes ha descalificado a placer. Y dialogar, negociar y acordar no son cosas que, por lo visto, Milei sepa o esté dispuesto a hacer. El problema, sin embargo, es más complejo. Milei tendrá que lanzar mucha carne a sus leones para saciar su hambre de cambio radical. Por ello, concesiones políticas que se viese obligado a otorgar podrían perjudicar su liderazgo entre sus seguidores. Tener que hacer y no hacer política al mismo tiempo es una tarea posible, pero exige unas capacidades poco comunes, incluso en políticos experimentados. De cualquier modo, no podemos descartar que, por ejemplo, un gobierno libertario terminase concentrando sus energías en ciertos ámbitos, a fin de tratar de alcanzar algunos resultados significativos y duraderos sin arriesgar demasiado la gobernabilidad de la sociedad argentina. Otro camino sería, desde luego, entrar en la senda autoritaria que otros líderes han seguido, aprovechando sus indudables popularidades en épocas de crisis en sus respectivas sociedades. Pero esto contradiría abiertamente la visión libertaria que Milei propugna.
Con Milei puede ocurrir, en definitiva, que un proyecto liberal radical llegue al poder en Argentina. Este hecho inédito daría lugar a un experimento de transformación política y económica a gran escala, del cual los promotores de la libertad deberemos aprender, cualquiera sea la historia que esa experiencia termine creando.
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@roca023