De los muchos derechos que hemos perdido los venezolanos de la diáspora, uno que está en este momento sobre el tapete es el derecho al voto; es decir, a expresar nuestra opinión y nuestras ideas, tal como lo establece la Declaración Universal de Derechos Humanos, en su Artículo 19:
“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Este medio de expresión encuentra un vehículo en la organización de la elección de la Primaria como mecanismo para que los venezolanos que así lo deseen, puedan, como lo hicieron en el 2012 o incluso en el 2017 con la consulta popular, plasmar su opinión sobre el liderazgo de oposición y, sobre todo, plebiscitar la gestión de quienes se aferran al poder.
Seguramente, si todo fuese sobre ruedas, nadie se sentiría inclinado a expresarse o manifestar su inconformidad. Pero bien sabemos que las cosas no van bien, que Venezuela pasó de ser la cuarta economía del continente a ser la penúltima, sólo delante de la pequeña (media) isla de Haití; que tenemos presos políticos; que hay mafias instaladas en el territorio nacional al mejor estilo ruso o iraní; que somos alrededor de siete millones de emigrados; que más que una república, Venezuela parece pertenecer a reyezuelos feudales, propios de la Edad Media.
Entonces, como la dictadura también sabe esto, trata de bloquear las alternativas para expresarnos, y lo hacen de múltiples maneras. En lo que se refiere al voto, la primera, la más evidente, es creando dudas sobre la eficacia del proceso. Rumores y mitos urbanos alimentan la desesperanza desde distintos frentes: “¿Para qué votar si igual no va a pasar nada?”, “¿no entienden que se necesita una figura de consenso para una transición?”, “dictadura no sale con votos”, oímos decir a menudo.
Es verdad, dictadura no sale con votos. Dictadura sale con mucha presión proveniente de muchas partes actuando al unísono. Y un elemento entre otros muchos que deben ir funcionando en paralelo, es la presión de la resistencia pacífica, el movimiento social -lo que en Venezuela llaman “la calle”-. La calle, sin poner en peligro a nuestros jóvenes, que terminan siendo carne de cañón, son también los votos.
Otro mecanismo típico que desestimula el voto es lo engorroso que resulta cualquier cambio para poder ejercerlo. Cambiar de centro electoral es más difícil que ir a la Luna. Conozco gente que ha tratado de pasar su centro de votación al país donde viven desde hace años y, sin embargo, el sistema del Consejo Nacional Electoral (CNE) siempre “está caído”. Así nos van rebanando votos, y cercenando nuestros derechos; como nos cercenaron el derecho a tener pasaporte, o a sacarle la cédula a nuestros hijos (que es, por cierto, otro derecho humano, el derecho a la identidad).
Por eso, cuando en 2017 realizamos la consulta popular con centros en todas partes donde los venezolanos de la diáspora pudieran organizar una mesa, la condición para poder ejercer nuestra voluntad era mostrar nuestra cédula vigente o vencida, o nuestro pasaporte vigente o vencido. La votación de los venezolanos de la diáspora de 2017, que éramos muchos menos que la migración masiva que vino después, tuvo una concurrencia extraordinaria. Los locales se abarrotaron de gente llena de esperanza y de alegría ciudadana.
Llegamos al 2023 con una posibilidad de expresarnos de nuevo, de decir, incluso quienes estamos fuera de Venezuela, quién representa mejor nuestras ideas y nuestros sentimientos. Hace diez años que no elegimos nuestro liderazgo, y ahora parece que podríamos hacerlo.
Y podemos de nuevo llevarlo a cabo con nuestra cédula o pasaporte vencidos en una de las 81 ciudades que han habilitado para tal fin en el exterior. En Venezuela serán muchas más, pero concentrémonos en los del exterior, porque el lapso para actualizar los datos termina este domingo 9 de julio y para poder votar hay que cumplir con un par de detalles:
El primero, es que para evitar que nuestros votos sean impugnados por algún alacrán al servicio de la dictadura, es necesario que quienes deseen manifestar su voluntad de cambio ya estén inscritos en el CNE. Así nadie podrá decir que votaron extranjeros, o que alguien votó varias veces, o que se usó la cédula de alguien ya fallecido, que votó un menor de edad (o cualquiera de esas trampas que ya ellos conocen porque forman parte de su práctica).
El segundo es que, entre esos inscritos en el CNE, sólo necesitan actualizar sus datos aquellos que cambiaron de domicilio o de centro de votación. Por ejemplo, un elector que antes estaba en Venezuela y hoy se encuentra en Colombia, debe actualizar sus datos. Un elector que antes votaba en Madrid y ahora vota en Valencia, también debe actualizar sus datos. Si en cambio, estás inscrito para votar en Lima y vas a votar en Lima, no tienes que hacer nada. Igualmente, si estás inscrito para votar en Miami, y después trasladaron tu registro para Nueva Orleans, podrás votar en Miami.
En el 2012 estábamos inscritos en el CNE en el exterior unos 101 mil venezolanos y votamos unos 70 mil en 30 países y 76 ciudades. En el 2017, para la consulta popular, votamos más de 700 mil venezolanos en el exterior en 90 países y 556 ciudades. En ambos casos los eventos fueron organizados por la ciudadanía, o sea, autogestionados, como lo llama ahora la Comisión Nacional de Primaria, y los datos del elector fueron protegidos destruyendo todo el material electoral.
Hoy en día los venezolanos en el exterior que podrían estar inscritos en el CNE si el ente electoral fuera eficiente y estuviera al servicio de la ciudadanía que necesita actualizar sus datos, serían alrededor de 3,5 millones. Suficientes para que el margen entre el candidato de oposición y el que no se quiere ir sea incuestionable.
En el 2017 realizamos la mayor protesta pacífica jamás vista. Sabemos que, desde entonces, mucha agua ha pasado bajo el puente y muchos han perdido el entusiasmo por seguir insistiendo en que nos respeten nuestros derechos. Pero, viendo a tanta gente recorriendo el país y movilizando voluntades, viendo tanto entusiasmo que se ha despertado ante la mera y remota posibilidad de elegir, imagínate que el 22 de Octubre veamos la misma alegría que vimos en el 2017,y que, por no actualizar tus datos, te quedes por fuera. ¿No es mejor prevenir y tener la opción de votar? Te quedan muy poquitos días, ponle tu esfuerzo, que siempre puedes tener la opción de no participar, pero, para los venezolanos en el exterior que tienen que actualizar sus datos, la posibilidad de decir “sí quiero participar” se acaba el 9 de julio.
Dale, busca tu documento, ponte chévere para los dos selfies y métete en este enlace: www.primariaexteriorve.com
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*Internacionalista, ex Embajadora, Coordinadora de Iniciativa por Venezuela, Presidente y Fundadora de Vision 360 Multitrack Diplomacy.